SOBRE lo POLITICAMENTE CORECTO…

1946

La extensión hoy de lo políticamente correcto se ha convertido en una enfermiza ocultación de la realidad a través del lenguaje eufemístico.

Fuegos fatuos: sobre lo políticamente correcto y el lenguaje
(Umberto Eco, El Mundo 18/6/2004)

El escritor aborda las contradicciones en que se incurre al cambiar algunas palabras por otras políticamente correctas, cita algunos ejemplos grotescos y finaliza con más de un centenar de términos «bonachones para insultar al adversario».

Lo políticamente correcto es un auténtico movimiento de ideas nacido en la universidad americana, de inspiración liberal y radical y, por lo tanto, de izquierdas, en pro del reconocimiento del multiculturalismo y para reducir algunos de los radicales vicios lingüísticos que establecían líneas de discriminación hacia las minorías. Por eso, se comenzó a decir «blaks» y, después, «afroamericanos», en vez de «negros», o «gay» en vez de los múltiples y conocidos apelativos despreciativos reservados a los homosexuales.
Naturalmente, esta campaña en pro de la purificación del lenguaje produjo su propio fundamentalismo, hasta desembocar en los casos más vistosos y ridículos. Como el de algunas feministas que propusieron no decir más «history», porque, por medio del prefijo «his», se hacía pensar que la historia fue sólo «de él», sino «herstory», historia de ella, ignorando, obviamente, la etimología greco-latina del término, que no implica referencia de género alguna.

Pero la tendencia de lo políticamente correcto asumió también aspectos neoconservadores o francamente reaccionarios. Si se decide llamar a las personas que van en silla de ruedas ya no minusválidos, sino discapaces o «capaces de otra forma», pero después no se les construye rampas de acceso a los lugares públicos, evidentemente, se obvia hipócritamente la palabra, pero no el problema.

Y lo mismo vale para la sustitución del parado por «el que no hace nada a tiempo indefinido» o el de licenciado por «aquel que se encuentra en transición programada entre cambios de carrera». ¿Por qué los banqueros, en cambio, no se avergüenzan de su definición y no insisten en ser llamados operadores del sector del ahorro? Si te cambian el nombre es para olvidar que algo no funciona. Sobre estos y otros problemas parecidos se detiene Edoardo Crisafulli en su libro Lo políticamente correcto y la libertad lingüística, donde pone al descubierto todas las contradicciones, los pros y los contras de esta tendencia. Y, a demás, es un libro muy divertido. (…)

A fuer de contribuir también y a la suavización de lo políticamente incorrecto y tras haber consultado una serie de diccionarios incluso dialectales, me permito sugerir algunas expresiones a fin de cuentas bonachonas para insultar al adversario. (…)

La zambra del eufemismo

(Luis Sánchez de Movellán de la Riva, Univ. Complutense de Madrid, Id y Ev. nº 41, noviembre-diciembre 2004)

Asistimos a un nuevo período de intolerancia. (…)
El origen de lo políticamente correcto coincide con el fracaso de las ideología dE izquierda a lA hora de racionalizar la igualdad social. El mundo de la cultura fue su reducto y desde ahí diseñaron la corrección política como un intento e imponer la igualdad social a través de la imposición de un lenguaje no discriminatorio. Es decir, al no lograr cuajar una revolución ideológica – y mucho menos política – el izquierdismo progresista estadounidense inventó una revolución semántica.

La extensión hoy de lo políticamente correcto se ha convertido en una enfermiza ocultación de la realidad a través del lenguaje eufemístico. (…)

Ejemplos: flexibilidad de plantillas por despido barato atender a un objetivo bombardeo masivo; daños colaterales por víctimas civiles; interrupción voluntaria del embarazo por aborto…

Esta psicología de la autocensura y de la configuración de grupos sociales negativizados corresponde a la cultura protestante. (…) La progresía estadounidense no ha podido desprenderse de una cultura forjada en el puritanismo más atroz capaz de buscar signos sociales de los predestinados a la salvación y los predestinados a la condenación. Los partidarios de la corrección política que se presentan como liberadores de los discriminados, acaban por imponer de forma intolerante su estilo vital e intentan legitimarlo democratizando sus vicios y errores intelectuales. Toda esta jerga de la corrección política es una manifestación, sutil y benigna, de lo que profetizó Tocqueville como modelos de tiranía democrática.