Tecnología y miseria en el siglo XXI

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En África están las mayores reservas de coltan del mundo pero son los países occidentales quienes las explotan para su tecnología. Mientras, el «continente olvidado» padece explotación infantil, guerras y enfermedades respiratorias por la extracción del mineral. 7 de mayo de 2010

Si pudiera diseccionar su portátil, su pantalla de plasma o su teléfono móvil, y acceder a su corazón, encontraría coltan, un mineral que se produce a partir de la columbita y la tantalita. Se trata de dos óxidos escasos en el mundo que, desde hace unos veinte años, se han convertido en materia prima estratégica. Australia, Brasil, Tailandia y Canadá son los grandes productores, pero es la República Democrática del Congo la que tiene el 80% de las reservas mundiales. Tras la explotación de esta amalgama de piedras color azul mortecino está la financiación de guerras y la explotación infantil. Se estima que por cada kilo del mineral extraído mueren de dos a tres niños.


Lo que hace que el coltan sea tan preciado es sus propiedades de resistencia al calor, de conducción y de almacenaje de energía. Por estas razones, el «oro gris» está presente en el desarrollo de la nueva tecnología, desde un DVD a un satélite, desde una nave espacial a  armas teledirigidas.


«Las guerras del Congo con más 4 millones de muertes no han sido guerras tribales sino guerras para apoderarse del tantalio», afirma Alberto Vázquez Figueroa, autor del libro Coltan. Ruanda y Uganda han robado al Congo el preciado mineral y lo han vendido a países como Estados Unidos. Con ello han podido financiar las guerras.


África se convierte en despensa de los países desarrollados, mientras en sus sociedades sólo quedan muerte y miseria. El salario de  niños que trabajan en las explotaciones de entre 6 y 10 años es de 0’25 euros diarios, cuando consiguen cobrar. Muchos mueren enterrados en los desprendimientos de tierra que se les vienen encima; otros, intoxicados de respirar el polvo de los terregales. Cuanto más pequeños, mejor llegan a lugares de difícil acceso, más cerca de la mala hora.


Pero el coltan no sólo trae  muertes accidentales. La guerra, disfrazada de rivalidades tribales, origina desplazamientos –más de 1 millón, según la ONU-, huidas desesperadas donde las familias se desmoronan en la confusión de los ataques y donde se comenten  violaciones y todo tipo de atrocidades con total impunidad. Joseph Kony es el líder de La Resistencia del Señor, un ejército ugandés que se ha financiado con el robo de minas y el asalto de camiones de coltan. El terror que creó fue tal que en Uganda surgieron Los caminantes de la noche, niños que huían de sus hogares para no ser raptados y ser utilizados como  soldados o, en el caso de las niñas, violadas por los mandos militares.


Las compañías involucradas en el comercio ilegal de este material no son entes anónimos; empresas como Cabot Corporation, Kemet Electronics, Speciality Metals Company, Trinitechinternational Inc, Afrimex, Nac Kazatamprom… más de una veintena de nacionalidad diversa: Estados Unidos, Reino Unido, Israel, Alemania, China, Bélgica, Malasia, Uganda, Ruanda  y Kazakistán, según un informe de la organización no gubernamental sudafricana South Africa Resource Watch (SARW) para  el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.  En el caso de Cabot Corporation –dirigida por Dick Cheney, ex-vicepresidente de Estados Unidos-, intentó engañar a la comunidad internacional introduciendo coltan congoleño en Brasil y venderlo como producto carioca, con la intención de bajar el precio y beneficiarse del dumping comercial – vender por debajo de los costes de producción con la intención de hundir a la competencia y monopolizar el mercado.


Las prácticas fraudulentas en los mercados internacionales, la compra de coltan a señores de la guerra que imponen el terror con la ley del machete, las condiciones infrahumanas en las que trabajan niños y mayores son prácticas habituales en la República Democrática del Congo, mientras los países ricos esperan que llegue el «oro gris»  para  seguir desarrollando un modelo de crecimiento insostenible. Si el siglo XX ha sido el del petróleo, el XXI es el del coltan. «Quien posea el coltán dominará el mundo», asevera el escritor Vázquez Figueroa.


El peso del desarrollo tecnológico del mundo cae sobre las espaldas pueblos empobrecidos, pero los países ricos no deben enriquecerse ni buscar su tecnología con la siembra de miseria en otras partes del mundo.