Si un trabajador es cristiano, su cristianismo no solo no le impide luchar revolucionariamente contra las estructuras, sino que será una razón más para luchar contra ellas.
Ignacio Fernández de Castro
Jules Vallés, declaraba en su libro “El bachiller”:
Me gano la vida, soy amado y aguardo la Revolución.
Tres claves fundamentales para dar sentido a cualquier vida: saberse amado, participar en la creación aportando nuestro granito de arena a través del trabajo y asegurar en la medida de nuestras posibilidades que el sistema en el que participamos sea justo con nosotros y con nuestros semejantes. Pero, ¿Cómo se encuadra esto con el concepto revolucionario?.
Hoy presentamos un libro verdaderamente esclarecedor en este sentido.
Una revolución según el diccionario de la Real academia española es:
Cambio profundo, generalmente violento, en las estructuras políticas y socioeconómicas de una comunidad nacional.
O bien:
Cambio rápido y profundo en cualquier cosa.
En el diccionario de Oxford aparece:
Cambio violento y radical en las instituciones políticas de una sociedad
O bien:
Cambio brusco en el ámbito social, económico o moral de una sociedad.
Son definiciones parecidas, pero en el de Oxford, especifica que puede llamarse revolución a un cambio en lo moral. Precisamente a este tipo de cambio que debe arrastrar el cambio en catarata de todos los demás ámbitos de una sociedad, habla el libro de las ediciones Voz de los sin Voz, que hoy presentamos.
Quiero iniciar esta reseña con una frase que el autor anota al final del libro:
Una mente auténticamente revolucionaria ha de tener presente el principio de que las estructuras deben supeditarse al hombre, estar a su servicio, para que el hombre pueda, mediante su integración en las mismas, llegar a satisfacer con plenitud todas sus necesidades.
Parece evidente que lo principal de cualquier proceso que pretenda mejorar o sustituir un sistema establecido, es precisamente poner a la persona en el centro, y la visión antropológica del ser humano se presenta como la piedra angular del proceso.
El libro comienza aseverando que los llamados derechos del hombre son una construcción ideológica más o menos fundada y discutible, una construcción siempre expuesta a revisiones. Pero la necesidad es una realidad objetiva. En su opinión no puede hablarse de derechos fundamentales del hombre, sino de sus necesidades fundamentales.
La necesidad, nos dice, es la única razón cierta y última para el uso y disfrute de los bienes, y no, como pretenden nuestros códigos, el derecho de propiedad privada.
Las necesidades fundamentales pueden dividirse en necesidades de orden material, espiritual y sobrenatural.
Un hombre analfabeto, una familia sin hogar, un niño sin pan, son testimonio real y vivo de un profundo desorden social; si este desorden está mantenido por unas leyes, una policía y unos tribunales, son testigos además de que existe una tiranía, aunque esta tiranía se disfrace con el nombre de Democracia, de estado de derecho o de República popular.
A continuación aborda el asunto del trabajo, al que considera “primera obligación del hombre”, fijando la atención en tres aspectos fundamentales: la obligatoriedad del trabajo, su forzado colectivismo y la lógica consecuencia de ser el trabajo, título suficiente para lograr la propiedad de los bienes precisos con los que el trabajador pueda satisfacer la totalidad de sus necesidades fundamentales.
Si estos bienes que la persona necesita, existen pero están apropiados por otros hombres o por el estado, nos encontraremos ante una situación de injusticia social, cuando esto ocurre como regla general, la convivencia social está rota y las estructuras políticas en que tal sociedad se conforma serán siempre para salvaguardar los privilegios de unas clases o minorías, protegiéndolas con todo el aparato de la ley de las justas reivindicaciones de los satisfechos. En este punto cabe recordar que el autor se declara contario a cualquier tipo de revolución marxista o comunista, es tan solo un católico que no cree apartarse ni un ápice de la tradicional doctrina de la Iglesia.
De hecho lo deja claro cuando habla de la propiedad privada, asumiendo el postulado eclesial de que el destino universal los bienes y riquezas que existen en el universo es el de servir de satisfacción a las necesidades de todos los hombres. Si hoy la sociedad estuviera ordenada rectamente, todos los hombres deberían poder satisfacer sus necesidades fundamentales.
El pan existe, no es su inexistencia la causa de que el hambre no tenga satisfacción…. El pan se encuentra apropiado por otro, el pan tiene dueño, un dueño sin hambre. Lo que impide que el pan sacie al hambriento es la propiedad exclusiva del harto.
Cuando nos habla de revolución, se refiere a enfrentarse a esta injusticia, y lo hace siempre y solamente desde una posición cristiana, la posición cristiana que se encuentra al lado de todos los oprimidos de la Tierra, sea cual sea su raza y su religión y frente a todos los opresores, llámese imperios, democracias o repúblicas populares. En este sentido, el cristianismo será fuerza revolucionaria mientras exista injusticia y tiranía legalizada en el mundo.
Además de reclamar a los cristianos que adopten una posición acorde y honesta con el Evangelio, alerta de los peligros del materialismo en cualquiera de sus formas, porque trata de que sea el afán de lucro el único capaz de mover al hombre.
El liberalismo ha convertido esta desviación de la naturaleza humana en doctrina, una concepción individualista del mundo que legaliza la ley de la selva.
El marxismo se trata de una solución rudimentaria, llena de imperfecciones y además injusta…La casi totalidad de la población en los países comunistas son indigentes de libertad.
Y se mete de lleno en lo que llama la tercera revolución, revolución de los cristianos. En el tramo final del libro, declara que mientras existan masas indigentes y estructuras injustas, habrá una fuerza capaz de realizar con éxito revoluciones y el cristianismo estará al lado de los que sufren y enfrentado con las estructuras que provocan el sufrimiento; no lo podrán evitar ni los tibios ni los satisfechos; aunque estos tibios y estos satisfechos sean cristianos, y aunque parezca que de momento tienen éxito en el intento de que aparezcan unidos sus egoísmos burgueses con los ideales cristianos. Pero no debemos olvidar que en palabras del propio autor:
La fuerza revolucionaria auténtica siempre se dirige contra las estructuras, nunca contra las personas.
El cristianismo es en sí mismo una fuerza revolucionaria en cualquier situación en que se encuentre, es una fuerza que siempre tiene que impulsar a las sociedades a destruir cuantas estructuras sean elementos de presión social, concediendo privilegios y produciendo víctimas; el cristianismo, por esencia misma de su doctrina, está siempre al lado de las víctimas, identificado con los que sufren opresión….La revolución de los hambrientos, la revolución permanente en todos los puntos de la Tierra, solo se encuentra en Cristo.
Desde las ediciones Voz de los sin Voz, ponemos sobre la mesa una vez más libros para la formación y el debate. Libros como esta “Teoría sobre la revolución” de Ignacio Fernández de Castro, que lejos de quedar anticuado por haber sido escrito en 1959, es de máxima actualidad, ya que aborda situaciones en las que el hombre hoy y siempre realiza su vida.
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