Teresa de Calcuta

2722

Reflexiones de la Madre Teresa: ´Dar hasta sentir daño, porque el amor auténtico hiere. Es por lo que tenemos que amar hasta sentir dolor: a través de nuestro tiempo, de nuestras manos, de nuestros corazones….´


 

Cristo no puede engañarnos.
Por ello, nuestras vidas deben estar entrelazadas con la Eucaristía.
El Cristo que se nos ofrece bajo las apariencias de pan, y el Cristo que se oculta bajo las semblanzas doloridas del pobre es el mismo Jesús.

Por eso, nosotras no somos simples asistentes sociales.
Un cristiano, si cree que está alimentando a Cristo hambriento, que está vistiendo a Cristo desnudo, es un contemplativo desde el corazón mismo de su hogar, de su vida, del mundo mismo.

Por eso yo defino a nuestras Hermanas y Hermanos Misioneros de la Caridad como contemplativos insertos en el mismo corazón del mundo durante las veinticuatro horas del día.

¡Dar!

Ofrecer a quienes viven en nuestro entorno el amor que hemos recibido.
Dar hasta sentir daño, porque el amor auténtico hiere. Es por lo que tenemos que amar hasta sentir dolor: a través de nuestro tiempo, de nuestras manos, de nuestros corazones.
Tenemos que compartir todo lo que tenemos.

Hace tiempo, en Calcuta, teníamos dificultades para conseguir azúcar.
Un día un niño pequeño, de nada más que cuatro años, un niño indio, vino con sus padres y me trajo un tarro de azúcar.

Me dijo: «Estaré tres días sin comer azúcar. Dé esto a sus niños.»
Aquel niño pequeño amaba hasta el sacrificio.
En otra ocasión, un señor vino a nuestra casa y me dijo: «Hay una familia hindú con unos ocho hijos que llevan mucho tiempo sin probar bocado.»
Tomé al instante algún arroz para aquella noche y acudí con él a aquella familia.
Pude ver dibujada la imagen del hambre en aquellos pequeños rostros de niños que semejaban esqueletos humanos.

A pesar de ello, la madre tuvo el valor de dividir en dos raciones el arroz que les había llevado. Y salió.
A la vuelta le pregunté: «¿A dónde ha ido? ¿Qué ha hecho?»
Me contestó: «También ellos tienen hambre.»
¿Quiénes eran ellos?
Una familia musulmana que vivía enfrente y con el mismo número de hijos.
Ella sabía que tenían hambre.
Lo que me estremeció más fue que ella sabía y, porque sabía, dio hasta el desgarro.
¡Esto es algo muy hermoso!
¡Esto es amor de hechos!
Aquella mujer dio con sacrificio.
No quise llevarles más arroz aquella noche porque quise que gustasen la alegría de dar, de compartir.
¡Tendrían que haber visto ustedes los rostros de aquellos pequeñuelos!
Comprendieron apenas lo que su madre había realizado.
Sus ojos brillaban con la sonrisa.
Cuando llegué, aparecían llenos de hambre. Tristes.
Pero el gesto de su madre les había enseñado en qué consiste el verdadero amor.
¡Esto es lo más grande de los pobres!

(Teresa de Calcuta)


La Eucaristía y el pobre no son más que un mismo amor.
Para ser capaces de ver, para ser capaces de amar,
Tenemos necesidad de una profunda unidad con Cristo, de una oración intensa.
Por eso las Hermanas empiezan su jornada con la misa, la Santa Comunión, la meditación. Y la cerramos con una hora de adoración al Santísimo.
Esta unión eucarística constituye nuestra fuerza, nuestra alegría y nuestro amor.

Hay un pequeño detalle: tenemos que unir la oración con el trabajo. Se lo tratamos de inculcar a nuestra Hermanas invitándolas a «convertir el trabajo en oración.»
¿Cómo es posible convertir el trabajo en oración?
El trabajo no puede sustituir a la oración.
De la misma manera, la oración no puede sustituir al trabajo.
Sin embargo, tenemos que aprender a convertir el trabajo en oración.
¿Cómo podemos hacer esto?
Haciéndolo con Jesús, haciéndolo por Jesús, haciéndolo para Jesús.
Esa es la forma de convertir en oración nuestro trabajo. Es posible que yo pueda seguir con toda la atención. Pero Dios tampoco exige de mí que le dedique toda la atención.
En cambio, la intención sí puede ser plena.

(Teresa de Calcuta)

Del libro de Oraciones
Selección del sacerdote misionero Carlos Ruiz de Cascos.
Editado en Voz de los sin voz