Thomas Sankara, construyendo fraternidad

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Una vez intentada la libertad a costa de una asesina desigualdad (capitalismo) y la igualdad a costa de una también terrible falta de libertad (comunismo), el hombre del que voy a hablar eligió el camino de la fraternidad, el que muestra el evangelio y el movimiento libertario.

Thomas Sankara, socialista y católico, presidente de Burkina Faso (ex Alto Volta, colonia francesa) entre 1983 y 1987 (cuando fue asesinado por el que él consideraba su hermano) intentó el camino de la fraternidad rechazando la «amistad» soviética y libia por un lado, y la francesa por el otro. Probablemente, buscar un sendero propio, sin contar con los grandes imperios, le costó la vida.

De familia pobre (su madre tenía un puesto en el mercado), creció mamando el amor a la verdad y la fidelidad que en su casa y comunidad le transmitieron. De joven ingresó en el ejército, donde contactó con otros jóvenes soñadores que imaginaban un país y una África en paz y libre de «carroñeros» externos. Serían posteriormente los protagonistas de la revolución democrática que tendría lugar en Alto Volta (actual Burkina Faso) con la subida al poder de Sankara.

Una vez en el gobierno, Thomas Sankara destacó por su lucha contra la corrupción (mediante el control extremo de los funcionarios públicos); la inversión en educación y sanidad (contraviniendo lo dispuesto para su país por el FMI y el Banco Mundial); el abandono del modelo económico agroexportador en beneficio de la promoción de las economías agrarias familiares (con el fin de que la gente comiera, no que las multinacionales engordaran sus beneficios, como venía pasando); la denuncia, en todos sus discursos, de las estructuras que generaban hambre en su continente -muy recordados son todavía los que hizo ante la Asamblea General de la ONU y la Organización de Estados Africanos-.

Por actual y como ejemplo, recupero este discurso pronunciado en Addis Abeba con motivo de la cumbre de Jefes de Estado Africanos en 1987, meses antes de morir: «la deuda ha sido impuesta por los fabricantes de hambrunas, los mercaderes de la miseria. Es moralmente inadmisible, políticamente inaceptable, matemáticamente impagable. Hay que anularla, y solo hay una vía para hacerlo: la lucha solidaria de los países empobrecidos». Después de pronunciar estas palabras dijo que solo si todos los países africanos se negaban a pagar la deuda, la negativa de Burkina Faso tendría éxito. De lo contrario, él no podría asistir a la próxima reunión (como así fue).

Por lo tanto, Sankara no era un político que se dedicase a pedir limosnas a Europa, sino un panafricanista que, sin renunciar a lo que pudiera aportar la tradición europea (derechos humanos, concepto de ciudadanía, luchas sociales,…), veía en África los cimientos del socialismo democrático africano que él quería desarrollar. No era un socialismo científico (a él le quedó claro en su visita a la URSS que él no quería ese modelo para su país) ni la socialdemocracia europea corrupta por todos sus costados (el ejemplo de Miterrand y su papel en África lo mantenía en guardia). Más bien su concepto de socialismo se acercaba al de Julius Nyerere (Ujamaa o «espíritu de familia», marcado por la fraternidad entre todos los africanos), lo que le convertía en un sujeto muy peligroso para compañías como la petrolera ELF (que en los años 80 era como decir Francia), acostumbrada a sobornar o asesinar políticos africanos para conseguir sus objetivos (recuérdese todo el proceso judicial contra ELF, en el que estas prácticas salieron a la luz).

Pero Sankara no fue un político solo de discursos. Sankara fue fundamentalmente un hombre de hechos: cuando subió al cargo de Presidente de Burkina Faso renunció al sueldo que tenía estipulado como tal y mantuvo su modesto sueldo de capitán de uno de los ejércitos más pobres del continente; también cambió el menú presidencial reduciéndolo al «TO» diario (la comida diaria de los pobres de su país); vendió la flota de coches presidencial sustituyéndola por los R5, el coche más barato del mercado en ese momento; practicaba el avión-stop (colarse en los aviones de otros presidentes africanos aprovechando alguna escala que hicieran en Burkina Faso, con lo que evitaba tener avión propio y todos los gastos derivados de ello); al ver que sus hijos estaban perdiendo la austeridad que había caracterizado su infancia, los llevó a vivir al barrio de chabolas en que habían crecido, abandonando el palacio presidencial. Así el ejemplo de los hechos abarcaba también a su propia familia: su madre siguió regentando el puesto que tenía en el mercado, Sankara dejó de ver a muchos de sus familiares cercanos y no tan cercanos para no tener que decirles que no a todas sus peticiones, que iban en contra del buen gobierno que Sankara se había marcado.

No debe sorprender, pues, que su mujer e hijos quedaran en la más absoluta miseria cuando Sankara fue asesinado, de tal manera que solo la generosidad de sus amigos hizo que pudieran salir del país y emigrar a Francia.

Y fue todo esto lo que le mató. En resumen: su no-alineamiento a ninguno de los bloques de la Guerra Fría, su rechazo al intrusismo imperialista francés, su combate contra el modelo económico planteado por el FMI, su rechazo al pago de la deuda, su llamada a la unión de todos los países africanos, su reivindicación de una democracia real, fraterna, marcada por el protagonismo del pueblo, la busca del bien común y una radical austeridad de los gobernantes.

Sabemos quién fue el asesino (Blaise Campaoré, su amigo, su hermano, aún hoy presidente de Burkina Faso -«Tierra de los Hombres Íntegros»-, nombre que sustituyó el de Alto Volta a propuesta de Sankara), pero nunca se investigó quién estaba detrás de él. Distintos trabajos periodísticos apuntan, supuestamente, a los sevicios secretos franceses, que buscaban un presidente obediente a lo que marcaba Francia.

Descanse en paz Thomas Sankara.