El gráfico muestra las rutas del tráfico de mujeres para la prostitución.
- Muy pocas víctimas de la explotación sexual logran escapar de la mafia y retomar la vida común.
- Ni las operaciones policiales ni los procesos judiciales les ayudan a romper las cadenas.
La sofisticación de la industria sexual ha creado un mercado mundial de 11 millones de explotadas, según la ONU.
Un estudio de Eurostat sobre trata publicado en abril 2013 asegura que entre 2008 y 2010 las víctimas aumentaron el 18%.
Las noticias sobre operaciones policiales contra la trata en España, uno de los principales receptores de mujeres llegadas con engaños y abusos de todos los rincones pobres del planeta, se detienen en la foto fija de los proxenetas esposados.
La mayoría vuelven al día siguiente al club, desorientadas en un mundo del que desconocen las reglas: ¿dónde se busca trabajo?, ¿qué me va a hacer la policía si me encuentra sin papeles?, ¿quién va a ayudar a una prostituta? Otras se lanzan a la libertad saltando barreras administrativas y miedos.
Miedo como el que ha paralizado a importantes testigos de la operación que hace unas semanas desarticuló en Andalucía una red que explotaba a 400 mujeres. La investigación concluyó con 52 imputaciones y el cierre de seis clubes. Los 10.000 folios del sumario del caso desvelan un universo violento y retorcido. Un negocio de carne con sucursal en Brasil.
Y al final de la cadena, mujeres, algunas sin papeles, que debían dormir en el club, en las mismas habitaciones en las que tenían relaciones sexuales y rodeadas de gorilas y mamis. Los jefes las amenazaban con domesticarlas “a palos” y les obligaban a acostarse con ellos, y cuando lo hacían con un cliente, el dinero del primer encuentro iba íntegro al club. Trabajaban 12 horas diarias y debían abonar 50 euros por descansar cuando menstruaban y entre 150 y 200 por abandonar el recinto.
Pese a todos estos horrores, las testigos protegidas han comenzado a vacilar en su primera declaración, algo frecuente con los proxenetas. Esas mujeres han sentido el tirón de las cadenas invisibles.
Fuente: El País (* Extracto)