Tribulaciones del cientifista compulsivo

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¡Ay!, la nave Juno llegó a Júpiter ―un hecho del que todos nos alegramos― pero el articulista a donde llegó es a la explicación definitiva del origen del fenómeno religioso

Posiblemente todos hemos conocido a alguna de esas personas de las que se sabe que no se les debe mencionar determinado tema, porque se descontrolan. Se trata de un reflejo compulsivo que, a falta de tratamiento, los familiares y amigos del que lo padece deben de esforzarse en sobrellevar, al tiempo que procuran, en la medida de lo posible, que el sujeto en cuestión no se vea expuesto a las situaciones que lo desatan.

Pues bien, entre los partidarios del cientifismo decimonónico de toda la vida ―que aún quedan, desde luego, aunque han ido cambiando de marca para su producto, y últimamente parece que prefieren llamarse «nuevos ateos», o «brillantes», o simplemente «naturalistas»― abundan esos tics. Uno menciona descuidadamente ciertos nombres (como por ejemplo «Darwin», o «Galileo»), o ciertas palabras clave (como por ejemplo «religión», «alma», «creación», o incluso «decisión libre»), y el desbarajuste está servido.

A veces, este tipo de reflejos adopta formas peregrinas, y aparece en las situaciones más insospechadas. Sin ir más lejos, hay un bloguero sobre temas científicos del diario El Mundo, que parece sentirse obligado a lanzar pullazos a la religión cada vez que una sonda espacial alcanza su destino. El año pasado la crisis le vino a consecuencia del paso junto a Plutón de la sonda «New Horizons», de manera que, lo que había comenzado como un artículo explicativo del viaje de dicha sonda, acabó con un repaso a «los curas de todas las religiones… incapaces de plantearse el menor cambio en sus ideas», a «sus dogmas», y hasta con «el agua de la fuente de Lourdes» la emprendió. Impresionante. No dejó títere con cabeza.

Y este año ha sido la llegada a Júpiter de la nave Juno la que ha acabado desbaratándole un artículo. ¡Ay!, la nave Juno llegó a Júpiter ―un hecho del que todos nos alegramos― pero el articulista a donde llegó es a la explicación definitiva del origen del fenómeno religioso: «estafadores que aparecen de vez en cuando en las sociedades humanas, gentes que lo único que buscan es el poder y con el dinero a base de decir »¡Créame!» sin aportar pruebas». Impresionante, de nuevo.

Si algún lector curioso busca los artículos ―cuyo título he olvidado mencionar― y los repasa, comprobará que su estructura obedece, en líneas generales, a un reflejo compulsivo frecuentísimo entre los cientifistas, y que adopta la apariencia (superficial) de un argumento, que cabe resumir así:

«La ciencia ha conseguido el resultado X. Eso sí que es un conocimiento sólido, y no como la religión que patatín patatán…»

Y la idea de fondo es aún más sintética: «A más ciencia, menos religión».

Ahora bien, ocurre que los reflejos compulsivos son irracionales, y este también lo es. Para darse uno cuenta de hasta qué punto lo es, basta, por lo demás, con un ejercicio muy sencillo (se pueden proponer también ejercicios más complicados, pero no es necesario): Repasar los logros científicos reverenciados en tales artículos, e indagar la actitud religiosa de sus descubridores. Tomemos, por ejemplo el texto que recorre la distancia sideral que media entre la sonda Juno y el origen de la religión, y vayamos siguiendo el hilo.

En primer lugar nos habla el autor de los cálculos elementales acerca de la aceleración necesaria para que una sonda venza la gravedad terrestre y viaje por el espacio. Pero resulta que todos esos cálculos elementales tienen su origen en la mecánica de Newton (1642-1726). ¿Y cuál era la actitud de Newton ―posiblemente el mayor físico de la historia― ante la religión? ¿Compartía acaso hacia la misma el enfadado desprecio del bloguero? En modo alguno. Basta consultar cualquier biografía solvente de Newton para comprobar la profunda religiosidad del padre de la mecánica clásica. Más aún, su interés por la religión era tal que el 27,5% de los 1.752 volúmenes contenidos en su biblioteca personal trataban de asuntos teológicos, mientras que solo el 11,6% correspondían a obras de física, matemática o astronomía. Y como fundamento de su trabajo solía citar un versículo del libro de la Sabiduría: «Tú hiciste todas las cosas con medida, número y peso».

Seguidamente, el artículo pasa a tratar de la energía fotovoltaica, que le sirve a la nave para poder realizar pequeños movimientos correctivos durante su viaje. Pero resulta que esa energía recibe su nombre del físico italiano, Alessandro Volta (1745-1827), pionero en el estudio de los fenómenos eléctricos, sobre cuyas opiniones religiosas baste con mencionar una cualquiera de sus declaraciones:

«Yo confieso la fe santa, apostólica, católica y romana. Doy gracias a Dios que me ha concedido esta fe, en la que tengo el firme propósito de vivir y de morir.»[1]

No obstante, el autor del artículo que estoy comentando ―autor cuyo nombre, ¡vaya por Dios!, también he olvidado mencionar―, no habla de Volta, sino que hace referencia a los indudables logros de Albert Einstein (1879-1955). Pues bien, resulta que la investigación más detallada sobre las ideas religiosas de Einstein es el libro «Einstein and Religion» del notabilísimo historiador de la ciencia Max Jammer, en el que encontramos (después de un recorrido exhaustivo de las fuentes) conclusiones tales como esta:

«No solamente no era ateo Einstein, sino que sus escritos han influido en gente para alejarse del ateísmo, si bien él no trató nunca de convertir a nadie a su propia convicción.»[2]

Continuamos leyendo el artículo, y encontramos que el siguiente protagonista es el electrón. Y resulta que el primero que consiguió medir la carga del electrón fue el gran físico experimental nortamericano Robert Millikan (1868-1953). Un físico que, en pleno siglo XX, cuando ya el materialismo ateo campaba a sus anchas sobre buena parte del mundo universitario occidental, hizo gala de sus convicciones cristianas en numerosos escritos, y declaró cosas como esta:

«La religión y la ciencia, son entonces, en mi análisis, las dos grandes fuerzas hermanas que han llevado, y siguen llevando, a la humanidad hacia adelante y hacia arriba.»[3]

Declaraciones, por cierto, que coinciden casi literalmente con las de otro físico excepcional de aquella época: Max Planck (1858-1947). Pero en fin, no nos desviemos…

El artículo pasa, como es natural, del electrón al electromagnetismo, que es una parte de la física desarrollada fundamentalmente gracias a los trabajos teóricos de James Clerk Maxwell (1831-1879) y los experimentales de Michael Faraday (1791-1867). Sin embargo, resulta que Faraday dejó escritas cosas como la siguiente:

«El libro de la naturaleza, que debemos leer, está escrito por el dedo de Dios»[4]

Y gustaba de citar en sus textos el pasaje de la Carta a los Romanos de San Pablo en el que se hace referencia a que «desde la creación del mundo, lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, son conocidos por sus criaturas».

Mientras que Maxwell, por su parte, recomendaba al científico la reflexión sobre otro texto de San Pablo:

«Cada ser humano debe esforzarse en apreciar la extensión, el orden y la unidad del universo y debería considerar estas ideas mientras lee pasajes como el primer capítulo de la Epístola de San Pablo a los Colosenses»[5]

¿Y qué nos recomienda, a todo esto, el autor del artículo que nos ha hecho pasar un rato tan entretenido? Pues que nos demos cuenta de que la ciencia no es un conocimiento entre otros, sino el conocimiento único y verdadero, mientras que:

«casi todas las demás vías de acercarse a la realidad nos dejan siempre pensando en el engaño, en la estafa».

¿Y qué tendremos que pensar entonces de Newton, Volta, Faraday, Maxwell, Planck, Einstein, Millikan y etc. etc., que apoyaron sus investigaciones físicas en sus más hondas convicciones religiosas? ¿Habrá que sostener que los pobres no alcanzaban a distinguir el conocimiento verdadero (científico) de la estafas (religión)? ¿Habrá que suponer que tuvieron que apoyarse en un engaño para llegar a la verdad?

Definitivamente, el cientifismo compulsivo es una enfermedad que, de tener algún remedio, habrá que buscarlo en la lectura.

Por cierto que, entretanto, la sonda «New Horizons» se adentra más y más en la misteriosa zona conocida como cinturón de Kuiper, de manera que, si la NASA aprueba la ampliación de la misión, la nave podría llegar el próximo 1 de enero de 2019 al objeto de ese cinturón conocido como «2014 MU69». Que se vayan preparando los curas, y los creyente
Autor: Francisco José Soler Gil, Doctor en filosofía de la física por la Universidad de Bremen

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[1] Alessandro Volta (1955), Epistolario, Volumen 5., Zanichelli. p. 29.

[2] Max Jammer (2002), Einstein and Religion, Princeton University Press, p. 151.

[3] Robert Millikan (1950), Autobiography, Prentice-Hall, p. 286

[4] Citado en Antonio Fernández-Rañada (1994), Los científicos y Dios, Ediciones Nobel, p.227. La obra de Fernández-Rañada, por lo demás, es seria, y muy recomendable para el lector interesado en estos asuntos.

[5] Antonio Fernández-Rañada (1994), Los científicos y Dios, Ediciones Nobel, p.233.