Ante la prostitución infantil de millones de niños que promueve el turismo sexual no podemos callar. El silencio de los gobiernos, partidos y sindicatos les hace cómplices. Ante la explotación y violación de millones de niños en el mundo alcemos nuestra voz para acabar con este espantoso crimen…
Traspasar el límite metiéndose en la cama con un niño. Es, según Ecpat, la aventura bestial de 4 millones de viajeros en el mundo, y en la que miles de españoles participan (a Iberoamérica llegan más de 35.000) borrachos de un relativismo moral («todos lo hacen») que causa estragos
Vértigo como de una enfermedad infantil crónica que suele hacer mella a los ocho años, aunque algunos la padecen desde mucho antes, y que permanecerá para siempre. Vértigo en una caída negra y en picado hasta el abrazo del miedo, a empellones escondidos, en urgente descenso sin nada a lo que agarrarse, desapareciendo una y otra vez por la guía tenebrosa del manoseo del amo ocasional con derecho a todo por 4 euros, si acaso 10. Y sólo vértigo porque es lo que se ve en los ojos oscuros como pozos sin fondo de tantos niños – que en un último recuento oficial de Unicef ascienden a más de 2,5 millones en el mundo-, en los que sólo flota la esencia misma del miedo, que por cotidiano no es menos contundente.
«Es tremendo comprobar -cuenta Hernán Zin, que los ha visto por cientos- cómo el único ser que se acerca a estos niños con una sonrisa, que les ofrecerá caramelos o les comprará una bolsa de patatas fritas para calmar su hambre, es el que sin más preámbulos los llevará de la mano a la habitación de su casa alquilada, hotel o pensión más cercana para violarlos. Y el niño, bien lo saben, no se quejará, pero por ello no será menos violación». Ni más ni menos que el silencio apoteósico de la consumación bestial del deseo y el poder.
Zin, empeñado en investigar y denunciar la explotación sexual infantil en los países a los que viajan habitualmente estos abusadores, es autor de «Helado y patatas fritas» en donde describe la situación de 1.400 niños camboyanos en las calles de Phnom Penh sometidos a estas prácticas. El periodista no habla de una cuestión más o menos repugnante de documental intempestivo, que suele ser «cosa de otros», sino de la real actividad de un grupo extenso de españoles que, según un informe de la organización Save The Children, ha colocado a nuestro país entre los que generan más turismo sexual con menores, hasta alcanzar la cifra de más de 35.000, sólo con destino a Iberoamérica, según las últimas estimaciones.
«Estos son peores que los pederastas compulsivos», dice con rotundidad el investigador Zin. «Al menos sé que Pier Gynot, el ex empleado de la televisión pública francesa y creador de su particular Neverland al sur de Camboya, es un trastornado dedicado a su pederastia al cien por cien. Pero de esos abusadores ocasionales nada se puede prever».
«Gynot -explica Hernán Zin-ha creado su universo de abusos en una finca con karts y piscinas donde una veintena de niños, siempre desnudos, satisfacen sus deseos. Violados, torturados, y vendidas las imágenes de las aberraciones a través de internet, los niños intentan luego «sacarse» el trauma abusándose entre ellos como los sidosos de Soweto creen «sacarse» el VIH violando bebés».
Vidas destruidas
«Si una conversación con Gynot durante cuatro horas me provocó pesadillas y me impidió dormir durante mucho tiempo, ¿qué no provocarán sus atrocidades en los niños? -inquiere el investigador y documentalista-. Mi amigo Vibol, que tras haber sido niño abusado ahora cuida de los pequeños de la calle en la capital camboyana, a sus 40 años y ya padre de familia, sigue sin dormir del tirón, y esta es la hora en que no ha podido dejar de llorar. Los niños de Gynot se hacen pis en la cama y también padecen insomnio… Pero son solamente secuelas de una muerte prematura, porque un niño de quien se abusa es una vida destruida. Y, a pesar de todo, nos cuesta trabajo apreciar la dimensión de ese golpe tan brutal. Hay que estar alerta para luchar contra esta gente, sobre todo contra el turista accidental».
Y no son pocos. Isabelle Peris, coordinadora del Área de Programas de la sección española de Ecpat Internacional (End Children Prostitution, Child Pornography and Trafficking of Children for Sexual Purpouses), cita el estudio en el que se estima que de los 700 millones de personas al año, generalmente de países desarrollados, que realizan viajes internacionales, según datos de la Organización Mundial del Turismo (OMT), un 20 por ciento lo hace con fines sexuales, y un 3 por ciento de éstos, unos 4,2 millones de viajeros, reconoce tendencias pedófilas. Sus lugares de destino son el Caribe, el sudeste asiático (que encabeza, según la OMT, la lista de las regiones más vulnerables del mundo tras el azote del «tsunami»), África y Centroamérica, zonas afectadas por fuertes crisis económicas donde la pobreza y el desempleo están a la orden del día, y en los que la industria del sexo proporciona, amén de trabajo, una importante fuente de ingresos. Según cáculos corroborados por los servicios policiales, los beneficios de tan sórdido mercado alcanzan los 5.000 millones de euros, lo que da idea de que no sólo sirve a unos pocos pedófilos «enfermos» sino que quienes lo disfrutan cada vez más son, como apostilla Peris, «honestos ciudadanos con diversas culturas, ocupaciones y clases sociales, de todas las edades, casados y solteros y, muchos, padres de familia».
Otros informes como el presentado el pasado año por el Hospital Clínico de Barcelona durante el Congreso de Medicina Tropical y Salud Internacional constatan que, a partir de mil historias clínicas de viajeros, uno de cada cinco mantuvo relaciones sexuales con parejas no habituales, la mayor parte con personas autóctonas del país visitado, y que la mayoría no usó preservativo. Tres turistas en India se contagiaron de sida.
Clases de turista abusador
Pepa Hornos, psicóloga y responsable del Departamento de Protección y Promoción de los Derechos de la Infancia de Save The Children, cuenta cómo la mayor parte de estos turistas sexuales «no planifica su caza desde el principio. Se dan tres fenómenos básicos: los que viajan por negocios y, una vez que están en el destino, se topan con la posibilidad de mantener relaciones con un menor como una opción más de ocio; los que viajan con la intención de tener relaciones de prostitución adulta, y en un momento determinado les presentan menores, especialmente niñas, y ellos los toman; y luego está el que planifica el viaje con el único fin de tener sexo con niños».
«En el primero de los casos descritos -detalla Hornos- se traspasan los límites que en otras circunstancias no se haría al tener la sensación de impunidad que proporciona estar lejos de un entorno conocido, saber que nadie les va a ver, que nadie va a saber lo que han hecho y, además, sostienen la falsa creencia de que no es igual tener relaciones sexuales con una niña española que con una pequeña tailandesa o cubana, autojustificación a la que añaden el argumento de la ayuda económica».
«El segundo de los perfiles lo refuerza el hecho de que en muchas zonas la prostitución infantil y adulta están unidas y establecer los límites, que como hemos dicho se cruzan con una facilidad pasmosa, es complicado; y el tercer perfil es el del turista sexual propiamente dicho, que ejerce el abuso en otros países y que no difiere en nada del que abusa de su hijo. Lo que sucede -precisa la psicóloga- es que sabe que en otros países y en otras condiciones tiene muchas más probabilidades de impunidad y más facilidades de acceso a su presa. La globalización, sin duda, ha catapultado estas prácticas pedófilas y es impresionante ver en la red cómo se intercambian los modus operandi, los lugares idóneos, los hoteles más discretos».
«Generalmente -añade esta responsable de Save The Children- los pertenecientes al primer grupo son personas acostumbradas a obtener lo que desean al momento, de buena posición económica, perfectamente integrados socialmente, padres de familia -insiste en la descripción de Peris- que nunca harían a sus hijos lo que hacen a estos otros niños. No son abusadores sexuales como los del tercer grupo, sino aventureros que cruzan el límite de la protección del niño anteponiendo su búsqueda de placer».
«A menudo-añade Hornos- suele tratarse de un fenómeno de grupo, donde también hay alcohol y drogas, y en donde los individuos se dejan llevar por el resto. Y ahí es donde entramos nosotros y nuestra teoría de la educación afectivo sexual y de la sensibilidad social, porque una cosa que hay que entender es que el abuso sexual no tiene tanto que ver con el sexo como con el poder, esa sensación de fuerza sobre la víctima que para muchos es adictiva. Que la Policía o nosotros digamos que eso no se puede hacer no vale de nada si la persona no tiene claros los límites que no se han de cruzar en ninguna parte del mundo».
Sobre todo si tenemos en cuenta, y es la más seria de las advertencias para los que no entienden de consideraciones éticas ni albergan pizca de misericordia, la extraterritorialidad de la ley española que castiga con penas de cárcel las relaciones sexuales con menores de 13 años (consentidas o no) y hasta los 18 años (consentidas o no) siempre que medie dinero, y en cualquier país en que se produzcan. Y aunque en España aún no ha habido condenas en estas circunstancias, los caza-pederastas anuncian que todo se andará.
Porque los perseguidores de los bárbaros no descansan. Ojo avizor, los miembros del Proyecto Protec, que la ONG española Global Humanitaria ha puesto en marcha en Camboya a través de la asociación local Action por les Enfants, no dan tregua a los sospechosos: les persiguen en ciclomotores, les fotografían y, en una colaboración que no siempre es fácil con la Policía del país, se afanan por cogerlos «in fraganti».
Luego, los héroes de Protec proponen el acogimiento del niño en los hogares que mantienen en Phnom Penh para ellos, denuncian al pederasta y no descansarán hasta que se le juzgue y condene, luchando por el cumplimiento de las leyes extraterritoriales vigentes en 32 estados, que permiten juzgar a los criminales en sus países de origen, evitando así la corrupción y el soborno.
El triunfo de los caza-pederastas
Desde que en enero de 2003 empezaran a funcionar estas patrullas, los investigadores de Protec han iniciado 45 expedientes, han procurado la detención y denuncia de 12 abusadores extranjeros (de EE.UU., Canadá, Francia, Austria, Australia y Nueva Zelanda) y cuatro ya han sido condenados gracias a ellos. El último: Richard A. Schmidt, norteamericano, maestro jubilado de 62 años, sentenciado en mayo por un juez federal de Maryland (EE.UU.) a 15 años de prisión y vigilancia perpetua.
«Se ve al francés, al americano, al belga, pero al español no se le quiere ver -reprocha Hernán Zin de igual manera que lo hacen el resto de organizaciones-, sin darnos cuenta de que por su prosperidad está en primera fila de los lugares adonde no van otros pederastas; porque los franceses van a África y al sudeste asiático, los ingleses a la India, Nepal y Sri Lanka, pero los españoles van a Iberoamérica, que es su ámbito más natural, y ahí están haciendo mucho daño. He hablado con muchos turistas y dicen «pues yo no he visto nada», pero es porque no tienen el ojo entrenado para verlo ni están dispuestos a denunciarlo. Y es muy importante que cuando se viaje y se observe a un español emborrachándose y haciendo el tonto con un niño se denuncie. El silencio es cómplice».
El viaje va a comenzar. Nervios. El caballero de bigote ha sacado un libro y se entretiene en rebuscarse indisimuladamente en la nariz. Los últimos bultos, arriba. Los pasillos del avión, despejados. En la cuarta fila, un comentario: «¡Si les gusta el dinero y además se lo pasan bien!». Vamos a despegar. Más nervios. Luego, el video con la instrucción de seguridad en vuelo. Después otro con una advertencia penal: «Mantener relaciones sexuales con niños o niñas no es un recuerdo de vacaciones. Los niños no forman parte de las mercancías locales. A aquellos que no lo sepan hay que recordarles la ley: el abuso sexual de niños y niñas no sólo es vergonzoso, es un crimen en todo el mundo y puede ser perseguido tanto en el país de destino como en el de origen. No hay excusas. No a la explotación sexual infantil». Y el de la barba, que se sienta detrás del tipo con bigote, insiste. «Te lo digo yo, -susurra al compañero que con las manos entrelazadas en el regazo se estira inquieto- ¡que se lo pasan bien!». El viaje de las bestias ha comenzado.