Ubuntu africano: una visión solidaria del mundo

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 Toda la humanidad es una familia unida e indivisible,
y cada uno de nosotros es responsable
por los malos actos de todos los demás.
Yo no puedo separarme del alma más malvada.

GANDHI

Un antropólogo propuso un juego a los niños de una tribu africana. Puso una canasta llena de frutas cerca de un árbol y le dijo a los niños que aquel que llegara primero ganaría todas las frutas. Cuando dio la señal para que corrieran, todos los niños se tomaron de las manos y corrieron juntos, después se sentaron juntos a disfrutar del premio. Cuando él les preguntó por qué habían corrido así, si uno solo podía ganar todas las frutas, le respondieron: UBUNTU, ¿cómo uno de nosotros podría estar feliz si todos los demás están tristes?

UBUNTU, en la cultura Xhosa y zulú significa: «Yo soy porque nosotros somos». Es una “conexión universal de compartir que conecta a toda la humanidad”, es decir: Yo no soy si tú no eres, si los demás no son. “Soy porque ustedes son”.

Una persona con Ubuntu es aquella que se alegra cuando el otro es bueno en algo, cuando tiene destreza porque piensan que todos se benefician con esto, todos son más. Muchos africanos piensan que cada persona decrece cuando otras personas son humilladas o menospreciadas, cuando otros son torturados u oprimidos.

Otro significado o matiz asumido es: “Gente trabajando junta por una causa común”; “nosotros somos a causa de los que fueron antes” o bien “nosotros estamos aquí hoy porque vosotros estabais aquí ayer”. Liga pasado con presente en una concepción del tiempo más circular que lineal (otra gran diferencia entre imaginarios africano y europeo).

En este término complejo, de difícil traducción, se mezclan “compartir”, “humanidad” y “trabajar juntos”, pero “solidaridad” parece ser su idea más central, su punto neurálgico. Este término de Ubuntu tiene además una profunda dimensión política que vamos a ver a continuación.

UBUNTU y el Apartheid en Sudáfrica

Sí es claramente apreciable, sin embargo, la cercanía con la idea de “caridad” cristiana o amor como agapé o solidaridad.

Nelson Mandela (2000), en su discurso durante la recepción del Premio Nobel, se refirió a Ubuntu como la cosmovisión orgánica o filosofía, propiamente africana, por la que se entiende, se reconoce, se asume que herir a cualquier persona significa herir al resto. Al final del apartheid en Sudáfrica en 1994, Nelson Mandela le solicitó al arzobispo Desmond Tutu (premio nobel de la paz 1984) que presidiera la Comisión de Verdad y Reconciliación.

El régimen racista sudafricano se había caracterizado por la violencia: asesinatos, secuestros, desapariciones, torturas, cartas explosivas, etc. Solamente en 3 años entre 1990 y 1993 la comisión de Derechos Humanos Sudafricana había registrado 10 mil muertos por violencia política. Los odios acumulados a lo largo de la historia planteaban un desafío para el futuro: o un proceso al estilo Nuremberg donde se fusiló a los más destacados genocidas nazis o un proceso al estilo latinoamericano donde se indulta o amnistía a los violadores de derechos humanos. Sudáfrica no eligió ninguno de los dos caminos; transitó por un camino propio. Desde las raíces de su cultura rescató el UBUNTU…

El arzobispo anglicano y Premio Nobel de la Paz Desmond Tutu afirma: “Lo que nosotros hemos vivido en los procesos de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación es que la justicia castigadora no es la única ni ciertamente la mejor forma de justicia, especialmente en sociedades que han sobrevivido a un conflicto y están realizando la transición desde un pasado de represión a un nuevo desarrollo de la democracia, la libertad y la justicia” .

La Comisión se dedicó a examinar los crímenes cometidos durante un período de cuarenta y tres años con tres objetivos primordiales: investigar los delitos, ofrecer compensación a algunas de las víctimas y otorgar amnistía a algunos de los transgresores a cambio de confesiones veraces. Dio prioridad a la reconciliación, es decir, que promovía que la comunidad acogiera a quienes regresaran a ella tras confesar sus delitos y mostrar remordimiento. Ello era expresión pura del espíritu de ubuntu, que toma en cuenta la totalidad de la humanidad de la persona y su relación con la comunidad, en lugar de considerar solamente los actos de transgresión de la ley cometidos por el individuo.

Así, el proceso se caracterizaría por la ausencia de venganza; no habría persecución política basada en falsas acusaciones ni represalia de ninguna clase. Por el contrario, el propósito era hallar la verdad y permitir la revelación de sucesos pasados, como primer paso del proceso de reconciliación. Las personas que estuvieran dispuestas a divulgar lo que hicieron podían acogerse a la amnistía y, si se les otorgaba, se les podía ofrecer inmunidad judicial para sus delitos.

En las comisiones la gente podía llorar, abrir su corazón, exponer públicamente la angustia que había permanecido oculta y aprisionada, amordazada, desconocida, ignorada, negada por tanto tiempo; ello operaba a modo de profunda catarsis restauradora para los largos traumas emocionales y físicos. Se entendía que enfrentar estas emociones tan hondas era el comienzo de la curación, de la cicatrización. Repasando y expresando su memoria, mujeres y hombres podían enfrentarse una vez más con el dolor y la angustia, y el hecho de que se hiciera como acto público confería una nueva dignidad: multitudes que habían sido, en el mejor de los casos, sistemáticamente desoídas tenían la oportunidad de relatar sus experiencias a una autoridad gubernamental y de que ésta realmente se interesara en el caso.

Ese reconocimiento en el dolor marca el principio de una renovada dignidad, lo que esconde una satisfacción profunda. Ellos, que habían sido los “sin voz”, condenados a la eliminación, ahora oían sus voces en televisión y radio. Esta corrección de la historia constituía una reparación para los que habían sido humillados durante décadas.

Ubuntu, es además una idea política; es una cosmovisión, como universo relacional y solidario de las personas. Les dejamos con una historia verídica de estos juicios de reconciliación y verdad (Ubuntu) después de que cayera el régimen de apartheid de opresión blanca sobre la población negra de Sudáfrica.

Desmayarse al son de Amazing Grace

Imaginemos esta escena de un juicio en Sudáfrica hacia el año 1996. Una débil ancianita de raza negra se incorpora lentamente. Tiene algo más de 70 años de edad. Ante ella al otro lado de la sala, hay varios agentes de seguridad, policías blancos, uno de los cuales, el Sr. Van der Broek, acaba de ser juzgado e implicado en los asesinatos del hijo y del marido de la mujer hace varios años.

Fue en efecto el Sr. Van der Broek, quien había venido a la casa de la mujer años atrás, se había llevado a su hijo, le había disparado a bocajarro y luego quemado el cuerpo del joven en una hoguera mientras él y sus subordinados bromeaban y se reían.

Pocos años después, Van der Broek y sus secuaces habían vuelto para llevarse también a su marido. Pasaron muchos meses sin que ella supiera nada de él. Por fin, casi dos años después de la desaparición de su marido, Van der Broek vino a por la mujer. ¡Con cuánta claridad recuerda ella aquella tarde, cuando fue conducida al lugar junto al río donde le mostraron a su marido, atado y lleno de golpes pero aún fuerte en el espíritu, que yacía sobre un montón de leña! Las últimas palabras que oyó de sus labios mientras los agentes echaban gasolina sobre su cuerpo y le prendían fuego fueron: «¡Padre, perdónalos!»

Y ahora la mujer se incorpora en el juicio y oye las confesiones que pronuncia el Sr. Van der Broek. Un miembro de la Comisión Sudafricana para la Verdad y la Reconciliación se vuelve hacia ella y le pregunta:

  • Y bien: ¿qué desearía usted? ¿Cómo ha de ejecutarse la justicia en este hombre que ha destruido su familia con tanta brutalidad?
  • Desearía tres cosas —empieza la anciana con calma pero sin titubear—. En primer lugar, quiero ir al lugar donde quemaron a mi marido para poder recoger el polvo y dar una inhumación honrosa a sus restos.

Hace una pausa, luego continúa:

  • Mi esposo y mi hijo eran toda la familia que yo tenía. Desearía, por tanto, que el Sr. Van der Broek sea de ahora en adelante hijo mío. Quiero que venga a verme al gueto dos veces al mes para pasar el día conmigo y que yo pueda así dedicarle todo el amor que todavía me pueda quedar.
  • Y por último —añade—, desearía una tercera cosa. Quisiera que el Sr. Van der Broek sepa que le doy mi perdón porque Jesucristo murió para perdonar. Este mismo fue el deseo de mi marido. De manera que ruego que alguien me eche una mano para que pueda cruzar esta sala con el fin de estrechar al Sr. Van der Broek entre mis brazos, besarle, y hacerle saber que de verdad ha sido perdonado.

Mientras los alguaciles ayudan a la ancianita a cruzar la sala, el Sr. Van der Broek, sobrecogido por lo que acaba de oír, se desmaya. Mientras se desploma los que están presentes, amigos, parientes, vecinos, todos ellos víctimas de décadas de opresión e injusticia, empiezan a cantar suavemente pero con intensidad el viejo himno góspel, Amazing Grace, (espiritual escrito en 1779 por John Newton que, arrepentido de haber participado en el mercado de esclavos, se hizo clérigo y trabajó junto a William Wilberforce, el político inglés que dedicó su vida a luchar contra la esclavitud. El Himno empieza con estas palabras:

“Gracia asombrosa, qué dulce sonido, que salvó a un desgraciado como yo. Una vez estuve perdido pero ahora he sido hallado”

Esta experiencia de reconciliación derivada de la visión cristiana del ubuntu se ha producido y se sigue produciendo en muchos otros países.

Pero esta no es sólo una experiencia personal sino que también se está dando de forma asociada. Uno de los cientos de experiencias es Ingoma Nshya es el primer grupo de mujeres tamborileras de Ruanda (donde tradicionalmente el tambor era un instrumento reservado sólo para los hombres). A través de la música, esta iniciativa creada tras el genocidio trabaja por la reconciliación. Para ellas es “espacio sagrado y privilegiado en el cual cada mujer ruandesa puede expresarse plena, libre y felizmente”. Al principio “Nadie hablaba mucho, había desconfianza porque no conocíamos las historias de las demás”. Pero poco a poco empezaron a compartir experiencias y a dejar que los ritmos creados con los tambores las unieran.

Pero incluso esta cultura del ubuntu se puede llevar a la administración de Justicia. En este sentido resulta muy interesante valorar la experiencia de los tribunales Gacaca en Ruanda para unir justicia y reconciliación. Estos tribunales tradicionales a nivel comunitario (para resolver conflictos) han sido dotados de legitimación jurídica desde el 2002 y están permitiendo acercar el proceso a las víctimas.

El sistema tiene cinco objetivos; el primero, es demostrar o revelar la verdad sobre lo que pasó durante el genocidio. El segundo es erradicar la cultura de la impunidad. El tercero, es acelerar los procesos sobre el genocidio. El cuarto, es reforzar la unidad y la reconciliación de los ruandeses. Y, el quinto, es probar la capacidad de la comunidad ruandesa, de resolver sus propios problemas. Sólo en los 2 primeros años se resolvieron 40.000 casos. Las penas de prisión se combinan con trabajos comunitarios. La clave para entender esta experiencia es la verdadera comprensión de las causas del genocidio y la diferenciación entre los planificadores y los ejecutores del mismo.

En Ruanda la hermana Geneviève Uwamariya, de la comunidad de Santa María de Namur en Ruanda, perdió a su padre y a varios de sus familiares durante el genocidio ocurrido en 1994, uno de los episodios más sangrientos del siglo XX donde, desde abril hasta julio, fueron masacradas de manera sistemática entre 800.000 y 1.700.000 personas.

En 1997, a través de un grupo de la “Divina Misericordia”, ella se encontró en Kybuye, su villa natal a un grupo de prisioneros, varios de ellos autores materiales de este genocidio. El objetivo de este encuentro era prepararlos para el Jubileo del año 2000. Durante el encuentro la hermana pronunció esta frase: “Si tú has sido una víctima ofrece el perdón y perdona a quien te la ha hecho”. Inmediatamente un prisionero se alzó pidiendo misericordia, “era el amigo de la familia que creció y compartió con nosotros. Él me confesó haber asesinado a mi padre. Me dio los detalles de la muerte de los míos”. La hermana lo abrazó y le dijo: “tú eres y seguirás siendo mi hermano”. Para su gran sorpresa oyó a este hombre gritar: “¡La justicia puede hacer su trabajo y me podrá condenar a muerte pero ahora soy libre!”

Desde este momento la hermana Geneviève Uwamariya se encarga de llevar el correo de las cárceles para pedir perdón a los supervivientes. De esta manera, 500 cartas han sido distribuidas. Y con algunas respuestas que ha recibido, muchos prisioneros han recuperado la amistad con las víctimas y han sentido el verdadero perdón.

Geneviève Uwamariya aseguró que su pueblo está lleno de viudas y huérfanos y que desde 1994 ha sido reconstruido por los presos. “De esta experiencia deduzco que la reconciliación no se trata sólo querer reunir a dos personas o grupos en conflicto”, dijo la hermana. “Se trata de establecer en cada uno el amor y dejar que venga la curación interior. Que permite la liberación”

Y concluyó asegurando: “Por eso es importante la Iglesia en nuestros países, porque tiene una palabra que ofrecer que cura, libera y reconcilia”.

Autor: Equipo Felipe López