Un HURACAN de desigualdades

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El huracán Jeanne, además de poner de manifiesto que la naturaleza es implacable cuando desata su furia; también ha dejado a su paso, la lamentable realidad que golpea al mundo: la desigualdad y la muerte. Quizás, los medios de comunicación, ya nos acostumbraron a las muertes…

Por Daniel E. Sbardella. Abogado, Provincia de Corrientes – Argentina.
2004-09-29
Fuente: ALAI

El huracán Jeanne, además de poner de manifiesto que la naturaleza es implacable cuando desata su furia; también ha dejado a su paso, la lamentable realidad que golpea al mundo: la desigualdad y la muerte. Quizás, los medios de comunicación, ya nos acostumbraron a las muertes. Todos los días escuchamos y vemos por TV, que mueren miles y miles de seres humanos, asediados por bombas que invaden territorios, en busca de yacimientos minerales, bajo falsos pretextos de armamentos nucleares nunca encontrados. Otras veces nos cuentan, como ahora, que un huracán arrasó un pueblo y dejó tirados sin vida a 2700 hermanos. Y quién sabe a cuántos niños huérfanos, familias y seres humanos, que de por vida quedarán quebradas con el mundo y consigo mismas.

Lamentablemente, nos estamos acostumbrando. La muerte se convirtió en una compañera irremplazable de las noticias. Que poblados y generaciones enteras se extingan, es una condición natural de la noticia. Y lo más triste, que también para nuestras conciencias. Esta naturalización, se forja desde que el niño abre los ojos y es capaz de mirar la televisión. Los dibujos animados están cargados con dos aditamentos característicos: la violencia y la muerte. Triunfa el que mata. Y la muerte antes que una tristeza, se convierte en un recurso para obtener un premio. Y cuando llegamos a la juventud y madurez, ya naturalizados con el homicidio, simplemente decimos como aquel personaje de Mafalda que se espantaba ante el mendigo que buscaba comida en un basural: ¡ qué bárbaro !. Y tarea cumplida con nuestra conciencia.

Y al naturalizar el homicidio y el genocidio de pueblos enteros, tampoco vemos una realidad que es tan dramática como la muerte y a la vez una de sus causas: la desigualdad. El mismo huracán Jeanne que pasea por América, en Haití, pueblo pobre y subdesarrollado, extinguió a 2700 personas, dejando en desastre irreparable a todo un pueblo, con casas destruidas, sin alimentos y agua desde hace más de 7 días. Los lugareños, se matan por un mendrugo de pan y una gota de agua. Decía la televisión: solamente la ayuda internacional (léase las migajas de algunos países grandes) puede revertir este cuadro dramático. Y de genocidio, agregaría. Mientras que por la Florida, en los Estados Unidos, se tenía noticia que 6 personas habían perdido sus vidas. Y resaltaban el «perjuicio económico»: alrededor de 5.000 millones de dólares.

¿Por qué esta diferencia?. ¿El Huracán Jeanne aplacó su violencia en los Estados Unidos?. ¿Ellos son más inteligentes y precavidos que nosotros, sudamericanos que todavía no entramos a la ola de la tecnología y de la cultura globalizada?. ¿O efectivamente, hay diferencias estructurales, económicas y logísticas, que discriminan entre países ricos y pobres?. ¿Diferencias que en última instancia terminan con la vida o la conservan?.

Los medios de comunicación, por lo menos, en ningún momento plantearon la disminución de la intensidad del huracán. De modo, que la diferencia de resultados trágicos, no es atribuible a este fenómeno natural. Si pensamos que somos portadores de cualidades humanas e intelectuales inferiores, entramos en una argumentación darwiniana, tan o más peligrosa que un fenómeno natural como el comentado, con resultados que la historia se ha encargado de mostrar: guerras, muertes, discriminación, genocidios, provocados por la malicia del ser humano. Tampoco esta realidad se puso en evidencia con este fenómeno climático, mientras que la previsión de catástrofes precisa de recursos económicos y logísticos dimensionados para dar respuestas a un pueblo entero. Haití como la mayoría de las naciones latinoamericanas, están signadas por el endeudamiento, la pobreza que azota a más del 45 % de la población, la intervención político / militar de los Estados Unidos y un dato característico de la región: la desigualdad. Es el continente con mayor índice de desigualdad del planeta.

Sin entrar en datos estadísticos y porcentuales, que dicho sea de paso, poco nos dicen de la realidad y más aún, pensamos que si la realidad no tiene un signo porcentual, carece de seriedad objetiva; la desigualdad en términos de distribución de riqueza, de logística, de estructura productiva, etc., traen consigo la imposibilidad de contener a la vida.

Quizás parezca una fórmula extremadamente simplista, relacionar tan directamente desigualdad / vida o muerte. Aunque así pareciera, lo que aquí se quiere dejar de manifiesto, bajo ningún punto de vista es simplista. Por el contrario, nos encontramos ante un mundo, organizado sobre la base de la desigualdad y lamentablemente, la realidad se ocupa de mostrarnos que esta desigualdad tiene un corolario trágico. Hoy es un fenómeno natural; ayer fue un supermercado que dejó a más de 300 víctimas; todos los días son más de 30 niños que sucumben a la desnutrición por falta de alimentación; son los hogares que viven con menos de 2 pesos por día o aquellas jefas de hogar que reciben 150 pesos para subsistir, obligándolos a comer el cebo, es decir, la grasa que las carnicerías desechan en los basureros. ¿Qué posibilidad de contener la vida tienen estos desiguales?.

El huracán Jeanne, idílicamente llamado, no hace otra cosa que poner en evidencia la desgracia de la desigualdad sobre la que convivimos tres cuartas partes de la población mundial. No es simplismo, es la realidad la que golpea la dignidad de las personas y nos obliga a mirar objetivamente a la «organización social», si es que así merece llamarse, sea local, nacional como internacional. Es necesario ver, juzgar y actuar en consecuencia. El huracán Jeanne puede ser casualidad o no, lo dirán los científicos meteorólogos, pero su desenlace trágico, no lo es. Queda visto que con recursos suficientes, es posible evitar dañar o matar a la vida humana. Por eso, el problema no es el huracán; el problema es el huracán de la desigualdad que nos azota, sino a todos, por lo menos a casi todos. Tomar conciencia y emitir un juicio crítico de los esquemas económicos y políticos que generan desigualdad, y en su momento, actuar en consecuencia, es el punto de partida para generar un cambio sustantivo contra la desigualdad y a favor de la vida.