Los servicios de información militares y de la Policía sostuvieron que la luz verde de hacer «volar» a Carrero la dio el propio Kissinger.. Minas traídas desde Fort Bliss potenciaron el explosivo colocado por los etarras…
Por E. Montánchez/P. Canales
Ninguna de las teorías para explicar el asesinato del presidente del Gobierno Luis Carrero Blanco, en diciembre de 1973, han aportado pruebas suficientes. Treinta años después del agnicidio de ETA, existen informes que circularon entre los servicios de espionaje de Franco, según los cuáles la CIA pudo ayudar a los terroristas vascos para acabar con la continuidad del franquismo que representaba Carrero Blanco. Uno de los documentos apuntaba que los americanos trajeron desde Fort Bliss varias minas para potenciar el explosivo que los etarras pusieron en la calle Claudio Coello.
Tres décadas después de la muerte del almirante Carrero Blanco, su asesinato sigue siendo un misterio. Si los «ejecutores» del magnicidio, miembros de la organización terrorista vasca ETA, son conocidos, sus promotores últimos siguen estando en la oscuridad.
Durante los años ochenta y noventa se publicaron diversos libros relacionados con el asesinato de Carrero. Unos, maniqueístas, apuntaban al «mal por excelencia» de la época, la Unión Soviética, basándose en la pertenencia marxista-leninista de la organización vasca, o señalaban a las luchas fraticidas del tardo-franquismo. Otros, en fin, sostenían que determinados servicios secretos occidentales, concretamente la CIA o los franceses y alemanes, podían estar detrás del atentado. Sin embargo, nadie aportó pruebas suficientes en defensa de una u otra tesis.
En los servicios de espionaje del franquismo circuló la tesis avalada por un informe entregado al Fiscal del Tribunal Supremo Fernando Herrero Tejedor, acerca de la supuesta implicación de la CIA y la DIA (servicios civiles y militares norteamericanos, respectivamente). Curiosamente Herrero Tejedor, que era también ministro Secretario general del Movimiento, murió año y medio después en un extraño accidente de tráfico cuando un camión se echó encima de su vehículo en el kilómetro 108,400 de la carretera de Madrid a La Coruña, en el término de Adanero.
En el citado informe que circuló por los servicios franquistas y fue entregado al Fiscal General se daba cuenta de «la llegada a la base entonces norteamericana de Torrejón (Madrid) de diez minas terrestres anti-tanque procedentes de Fort Bliss» en EE UU. La particularidad de estas minas era que iban provistas de sensores acústicos y electrotérmicos extremadamente sensibles, capaces de ser manejadas por control remoto tras detectar determinado calor o sonido. Estas minas, extremadamente sofisticadas para la época no precisaban cables, y ya habían sido empleadas, aunque en una versión menos avanzada, en la defensa de Quang Tri (Vietnam). Tras su llegada a Torrejón de Ardoz el paradero de los artefactos fue confuso, y a ciencia cierta nadie sabía donde se encontraban. El informe especulaba sobre la posibilidad de que fuesen destinadas para atentar contra algunas «altas personalidades», incluído el Jefe del Estado, general Francisco Franco. Sin embargo, en ninguno de los documentos que circularon antes del magnicidio se insinuaba la posibilidad de que el destinatario fuese el Presidente del Gobierno, Carrero Blanco.
Después del asesinato del Almirante en los mismos servicios secretos franquistas se avanzó que una o dos de las minas anti-tanques pudieron haber sido colocadas la noche anterior en el túnel que los etarras habían excavado en la calle madrileña de Claudio Coello 104, una vez que éstos habían dejado todo preparado para el día siguiente. Los servicios secretos norteamericanos, según esta hipótesis, seguían de cerca al comando etarra, y no les fue difícil añadir el mortífero y moderno artefacto, a las cargas convencionales de amonal colocadas por los terroristas vascos en el túnel.
Pero no fue ésta la única hipótesis que se barajó en el seno de los servicios secretos españoles de la época. Había quien pensaba que las informaciones que dieron lugar al documento procedían de los servicios de contraespionaje franceses (SDECE), que a la sazón estaban muy interesados en introducir una cuña política entre el régimen franquista y sus aliados norteamericanos, y de esta manera torpedear el «proyecto de transición» elaborado por Washington para el ya próximo fin del franquismo.
En octubre de 1970 el presidente norteamericano Richard Nixon visitó España y habló con Franco de encontrar un sucesor. Curiosamente dos meses después, se inició el proceso de Burgos que condenó a seis etarras a la pena capital, pero que les fue conmutada por el general. Y en 1973, pocos días antes del asesinato de Carrero Blanco, el Secretario de Estado Henry Kissinger hacía un alto en Madrid donde se entrevistaba con el presidente del Gobierno. En esa época responsables de los servicios de información militares y de la Policía sostuvieron que la luz verde de hacer «volar» a Carrero la dio el propio Kissinger, cuando constató la divergencia de fondo entre el diseño de transición política propiciado por Washington y el continuismo tozudo del Almirante.
La propia organización terrorista ETA no ha contribuido precisamente a elucidar el misterio del atentado. Siempre ha aludido a que estaba en posesión de una «garganta profunda», un «tercer hombre», del que nunca se supo la identidad, y que pudo haber trabajado para uno o varios servicios a la vez. Fue éste quien informó a ETA de los hábitos e itinerarios del Almirante, que facilitaron la organización del atentado. Es más, tal como confesó la viuda de Carrero años después, la última llamada telefónica que recibió el Almirante la noche anterior fue del coronel Quintero, hombre de los servicios franquistas, quien le dijo: «Señor presidente, el comando está bajo control», aludiendo a un grupo que presuntamente trataba de atentar contra la vida del Presidente.