Comunicado del Movimiento Cultural Cristiano por la figura de Juan Pablo II, militante de una Iglesia militante, mayoritariamente de empobrecidos y perseguida en la mayor parte de las latitudes.Ser militante es una característica esencial de la vida de todo bautizado, así lo dijo San Pablo a los Efesios y lo ha venido recordando la Iglesia militante a sus hijos. Militante, luchador, apóstol, mártir,… por la verdad y en defensa de los más débiles es lo que ha sido el Papa que nos ha dejado. Ha sido, sin duda, el papa de la solidaridad; el que más nos ha recordado que el DIOS TRINITARIO que se encarna en los pobres ES SOLIDARIDAD.
Cuando él llegó a la sede de Pedro el comunismo dominaba en Polonia y en medio mundo. Parecía, además, que el marxismo constituía una esperanza -al menos una moda- entre muchos intelectuales, y seducía a buena parte de las organizaciones apostólicas y a muchos «teólogos» de la misma Iglesia católica. Hoy del comunismo ya no se acuerdan ni aquellos que lo querían inculcar a los obreros y campesinos cristianos llevándolos a servir a la falsa izquierda o a morir en las guerrillas. Y cuando Juan Pablo II nos ha dejado para ir al Padre, se puede afirmar que es la Iglesia, una comunidad en la que hay más de 800 millones de empobrecidos, la esperanza que les queda a los pobres de la tierra.
Este militante se quiso llamar Juan y Pablo, llevar los nombres de los dos papas que hicieron posible el Nuevo Pentecostés del Vaticano II, y ha sido el que ha llevado a madurar las enseñanzas de este Concilio: sólo Cristo es Luz de los Pueblos (Lumen Gentium); la Iglesia dialoga con el mundo desde el servicio a la dignidad del hombre, en la defensa de los más pobres desde antes de su nacimiento hasta su muerte natural (Gaudium et Spes). Con ello preparó al Pueblo de Dios para evangelizar el Tercer Milenio, siempre mirando al futuro y dejando atrás a los que se han anquilosado repitiendo durante 26 años que era un Papa conservador e involucionista: en 1980 hablada ya del mundo globalizado por las comunicaciones, en 1981 de la dignidad del trabajo en la sociedad de las nuevas tecnologías; en 1987 del imperialismo (que otros tarde y mal llaman globalización); en 1991 de esclavitud infantil y de que la democracia formal que nos gobierna es en realidad un totalitarismo de los más fuertes, en 1993 del esplendor de la verdad, en 1995 de que la defensa de la vida sería la nueva cuestión social,… Siempre por delante como un profeta a la cabeza de su pueblo y siempre denigrado y perseguido por los medios de comunicación más poderosos, al menos en España.
Los frutos de su pontificado no van a saber valorarlos quienes los buscan en el campo del poder político para las opciones confesionales, ni los apreciará el intelectualismo de los «teólogos superstar» molestos en su orgullo universitario por que «sus tesis» no han triunfado en estos años, ni está al alcance de los vividores que se ven denunciados por el sacrificio y la enseñanza de un hombre de fuertes convicciones morales contrarias a su hedonismo. Los frutos de la vida y ministerio de un apóstol sólo pueden apreciarse en el campo apostólico, es decir, en frutos de vida nueva, gracias a la conversión radical a Cristo –Camino, Verdad y Vida- que ha sido el centro de la propuesta de Juan Pablo II.
Esos frutos no son objetivos políticos, ni teológicos, ni leyes morales,… ni siquiera los brillantes documentos en que el Papa ha expuesto su doctrina -que quedan, por cierto, como un firme pilar sobre el que la Iglesia seguirá orientando su camino- sino las personas con nombre y apellidos que gracias a la infatigable vida apostólica del Papa hemos descubierto en la conversión a Cristo el sentido de la vida y la lucha por la justicia del Reino de Dios. Los frutos son esos jóvenes, ya de varias generaciones, que han rodeado por millones al Papa hasta el momento de su muerte, jóvenes que en 26 años ya son padres de familia, sacerdotes, misioneras,… por dar un SÍ cuando el Papa les recordó un día la mirada cariñosa y exigente de Jesús al joven rico. Jóvenes cuyos hijos en muchos casos ya han acudido a encuentros con el Papa anciano y enfermo, que les entusiasma con la Fe no menos que a sus padres.
La Iglesia que deja Juan Pablo II es una Iglesia mayoritariamente de empobrecidos y perseguida en la mayor parte de las latitudes. El nos ha recordado que vivimos con la esperanza del Apocalipsis. Es una Iglesia que vive la primavera de un Nuevo Pentecostés con multitud de comunidades y movimientos en que matrimonios, consagrados y sacerdotes comparten una única vocación y dignidad: ser santos y apóstoles para la nueva evangelización.
Todo gracias a un Papa con los nombre de Juan y de Pablo. El nombre de los apóstoles tenidos por prototipo de místico y de apóstol en el Nuevo Testamento. Un Papa que, por ello, ha sido un regalo de Dios para la Iglesia y los empobrecidos en este cambio de milenio. Como el mismo Evangelio: una Buena Noticia de bienaventuranza para los pobres y un pesar para los que se cierran a la conversión y no pueden menos que lamentarse ¡Ay de vosotros los ricos!.
MOVIMIENTO CULTURAL CRISTIANO