Nuestra economía se basa en la esclavitud infantil, en la explotación y el robo a los más débiles. El sistema económico imperante está basado en el poder del capital sobre el trabajo y se sustenta en una visión materialista del hombre que es considerado como simple mercancía al servicio del lucro desmedido.
A lo largo de su historia de más de dos siglos el capitalismo ha generado un reguero de sangre, guerras, y hambre.
Los pobres nos han demostrado, sin embargo, que cuando se ponen en común las posibilidades solidarias de los pequeños, surgen realidades económicas y políticas mucho más humanas, capaces de dar respuesta a las necesidades de los pueblos.
Los pobres de España se organizaron políticamente en el Concejo castellano, donde las decisiones se tomaban de manera autogestionaria. Sobre la base del concejo estaban los bienes comunales de los que se obtenían unas rentas que permitían al pueblo tener independencia económica. Para que se diera la autogestión política fue necesaria la autogestión económica, algo que hoy se niega a la mayoría de los pueblos.
Empresas cooperativas, como la SAM, se crearon por los pobres campesinos de Cantabria como forma de responder a la empresa multinacional Nestlé que pagaba la leche a precios de hambre. Y consiguieron unos productos mucho mejores, porque unieron sus fuerzas y porque hubo personas que frente al afán de lucro pusieron el ideal del servicio sacrificando su tiempo, su dinero y jugándose incluso la vida por ello.
Hoy los pobres se siguen organizando con realidades económicas que abarcan desde la gestión de las fábricas por los propios trabajadores a realidades de crédito entre las mujeres pobres de África, y en movimientos de trabajadores entregando la vida para exigir justicia. No podemos aceptar una organización de la vida económica y política que para sostenerse necesita víctimas humanas. Es hora de poner en el centro de la vida económica la gratuidad, la asociación y la solidaridad con los más pobres de la tierra.
Fuente: Revista Autogestión