Una economía en caída libre

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El estado de nuestra economía a día de hoy se resume fácilmente: en caída libre. Todos los indicadores sectoriales muestran desplomes espectaculares

-ventas interiores, producción industrial, consumo de cemento, matriculaciones, etcétera- y, lo que es peor, Zapatero se ha convertido en el mayor destructor de empleo del mundo desarrollado -uno de cada dos empleos destruidos en Europa corresponde a España, y el paro juvenil es el doble de la media comunitaria y casi el triple de la OCDE-. Y la situación irá a peor.


En el último trimestre -septiembre a noviembre-, la estimación de crecimiento del PIB, en base a las afiliaciones a la Seguridad Social y la productividad, ha caído en un -1,35%, lo que elevado a tasa anual significa que la economía española está cayendo al -5% anual aquí y ahora, a años luz de las cifras que publican el Banco de España y el INE. Otra forma de estimar la realidad de nuestro crecimiento es a través de la evolución del consumo de gasóleo automoción, cuya correlación con la evolución del PIB es total: la tasa de crecimiento del consumo de gasóleo ha sido siempre un punto superior a la tasa de crecimiento del PIB. Pues bien, en noviembre el consumo de gasóleo automoción ha caído un 4%, luego el crecimiento debe haber caído en un 5% en tasa anual.


Y mientras tanto, ¿qué pasa con las medidas del Gobierno? Pues que son una chapuza tras otra. No hay una estrategia definida y coherente, sólo parches deslavazados, en el mejor de los casos, o falsedades, como ocurre, por ejemplo, con la línea de avales del ICO a las PYMES, porque cuando los pequeños empresarios van a pedir los avales les dicen que no hay dinero, que tal vez para finales de enero -una excusa inaceptable, porque para entonces habrá mucho menos aún-.


Dos son las condiciones sine qua non para frenar primero y remontar después la crisis actual, antes de que entremos en una depresión de casi imposible salida. Primera, dar marcha atrás a la locura autonómica que está desangrando el país. Y segunda, poner fin a la acumulación de liquidez por parte del sistema financiero, que, a través del multiplicador del crédito, está destruyendo una parte significativa de la oferta monetaria, con un efecto devastador sobre familias y empresas.


Si los Presupuestos Generales del Estado para el próximo año son un absoluto despropósito -ni una sola de sus bases macroeconómicas se cumple ni de lejos, van justo en sentido contrario a lo que necesita una política fiscal contracíclica, e infravaloran extraordinariamente los gastos (por ejemplo, hay asignados 19.500 millones de euros a prestaciones y subvenciones de desempleo, cuando la estimación hoy es ya de 31.000), quedan empalidecidos ante los Presupuestos de las Comunidades Autónomas, tres veces superiores al neto del Estado. Porque las autonomías no sólo actúan como si la crisis no existiera, sino que incrementan el gasto no productivo en forma desaforada (más coches oficiales que en EEUU, sueldos que superan hasta el 50% a los de los funcionarios del Estado, viajes oficiales a todo trapo con justificaciones irrisorias, estudios estrafalarios, embajadas, comisarios lingüisticos, etcétera, en lo que representa hasta el 78% del total en gasto no productivo: 138.157 millones de euros en cifras absolutas).


Y en medio de este despilfarro, ya no hay dinero para pagar a los parados -a los que retrasan cuatro y cinco meses el cobro de sus prestaciones-, ni para los pensionistas. Y la Iglesia católica, a su vez, que está ayudando diariamente a 900.000 personas, se encuentra al límite de sus fuerzas dando comidas y ayuda básica. Pero, mientras, Zapatero dice que está preocupadísimo por los más necesitados, aunque en realidad sólo ayuda a los ricos y poderosos con una rebaja fiscal espectacular, mientras incrementa la presión fiscal sobre la clase trabajadora y la clase media.


Y para comprender la dimensión del despilfarro -que ni España ni ningún país puede soportar-, las comunidades autónomas disponen nada más y nada menos que de 177.124 millones de euros, el 59% del gasto total de la Administración pública, excluida la Seguridad Social -esto es el doble de lo que correspondería en un Estado Federal- frente a los 104.538 millones de gastos del Gobierno central. Pero como de esta cantidad hay que pagar los intereses de la deuda pública, la aportación a la Unión Europea -desastrosamente negociada por Zapatero y que nos obliga a financiar el 27% de la ampliación, aunque nuestro PIB es sólo el 6% del total, clases pasivas y fondo de contingencia, gastos que son de todos, pero que sólo paga el Estado-, lo que queda al final, el neto para financiar el funcionamiento de España, es de 60.095 millones de euros, la tercera parte del presupuesto destinado a financiar el cáncer autonómico. Una cifra que hace inviable a medio plazo la supervivencia económica de España.


Y pese a todo, Zapatero se dedica a ofrecer compensaciones desconocidas a terceros para poder estar en la reunión del G-20 -algo irrelevante para los ciudadanos-, y no convoca la única reunión importante para España y para los españoles: la del CCAA-17, es decir, la de los 17 reinos de taifas que son las comunidades autónomas, para poner freno a tanto despilfarro y diseñar una política común. El disparate autonómico -este invento de los prohombres de la Transición, que hicieron una Constitución con más agujeros que un queso gruyere, con un sistema electoral demencial, sentando las bases de la destrucción de la nación española- ha fragmentado España en 17 mercados independientes, una losa imposible para la competitividad y para la eficiencia. Las empresas españolas han crecido siempre con la ampliación del mercado. Primero, con la apertura a partir de 1959, y después, con la entrada en Europa. Pero ahora, precisamente ahora, vamos justamente en sentido contrario.


Asunto igualmente importante es el del cese de la acumulación de liquidez por parte del sistema financiero, causa esencial de nuestro hundimiento vertiginoso a día de hoy. Este hecho se conoce como efecto multiplicador en la creación de dinero, un efecto que cuantifica cómo al ingresar un depósito en un banco o caja, y al prestarlo esta entidad a un tercero, el dinero disponible en el sistema financiero, la oferta monetaria, se multiplica extraordinariamente. En el caso de España, el multiplicador es de 9,2. Eso significa que si uno realiza un depósito de 1.000 euros, como los depósitos generan créditos y éstos a su vez generan depósitos, al final del día, los 1.000 euros iniciales se han convertido en 9.200.


Pero, ¿qué pasa si usted saca los 1.000 euros y los mete en un cajón, o si el banco recibe el dinero y lo mete también en un cajón en lugar de prestarlo, que es lo que está sucediendo ahora con la acumulación de liquidez por parte de bancos y cajas? Pues que no sólo reduce en 1.000 euros la cantidad de dinero existente en el sistema, sino 9,2 veces más. Y ese dinero nadie se lo ha llevado, simplemente se ha destruido. Lo tremendo de este mecanismo es su poder multiplicador. En este sentido, la línea de avales y préstamos del Gobierno por 250.000 millones al sistema financiero -el 25% del PIB, frente a menos del 10% en EEUU-, va justo en sentido contrario al que se necesita. Porque esta línea será utilizada íntegramente para refinanciar su deuda, manteniendo el apalancamiento; un disparate escalofriante.


Ese dinero tendría que haber ido a bancos y cajas, sí, pero para avalar los préstamos a familias y a empresas, a quienes no sólo no les renuevan las pólizas, sino que les están cancelando anticipadamente los créditos y las líneas de descuentos, llevándolas a la quiebra por millares. Además, ayudando a sacar del cajón 250.000 millones de euros en préstamos a familias y empresas, la oferta monetaria se incrementará en 23 billones de euros, por el multiplicador del crédito -2,3 veces el PIB-, lo que representaría un empuje espectacular para la recuperación de la demanda interna. La financiación a familias y empresas se ha reducido ya en un 50% hasta octubre, y para acabar de arreglarlo, con el nuevo Decreto de Zapatero, si el dueño de una PYME realiza un préstamo a la misma para evitar su quiebra, tendrá que pagar el 43% de los intereses recibidos, mientras que si el dueño es un banquero, sólo pagará el 18%. Es algo tan inaudito y tan increíblemente antisocial que no pasa en ningún otro lugar del mundo.


Lo dramático de nuestra crisis, aparte los hechos diferenciales que la empeoran extraordinariamente, es la total irresponsabilidad, incompetencia e injusticia social con la que se está manejando. Una política fiscal surrealista, una elevación brutal de la presión fiscal en comunidades autónomas y ayuntamientos, un sistema estadístico y un Banco de España que mienten masivamente, unos sindicalistas atados al pesebre, o un despilfarro de decenas de miles de millones de euros en las medidas más esperpénticas e ineficaces que cabe imaginar.


Y el fraude de Madoff era justo lo que nos faltaba, y no por las pérdidas económicas que va a representar, sino por la crisis de confianza generada, que ya está provocando ventas masivas de productos de inversión. Por ello desde aquí hago un llamamiento en el sentido de que se salga de los productos estructurados si se quiere, pero hay que dejar el dinero en depósitos, porque si se saca del sistema, sólo se empeorará la situación.


Todas las crisis crediticias sin excepción han acabado en una depresión, y la diferencia entre recesión y depresión es enorme. De una recesión se sale en dos o tres años, de una depresión se tardaría 10 o más. En una recesión, el paro puede llegar puntualmente al 20% -no hay que comparar, como hace el Gobierno, las cifras actuales con las anteriores a 2005, porque son completamente diferentes metodológicamente, ya que el sistema actual implantado a mayor gloria de Zapatero reduce el desempleo en unas 700.000 personas, a los que considera empleados a tiempo parcial-. En una depresión, el paro puede superar el 30%. Además, en una depresión el valor de los activos se derrumba -por ejemplo, el precio de las casas en Japón es hoy la mitad que en 1996-, la riqueza de las familias se evapora y la clase media resulta gravemente dañada o incluso parcialmente aniquilada.


Se está alimentando un polvorín, que una cuestión menor puede convertir de la noche a la mañana en una explosión social de consecuencias imprevisibles. Y no tengan ni la menor sombra de duda: o se da marcha atrás a la locura autonómica y se cesa en el proceso de acumulación de liquidez por bancos y cajas, que ha conducido a una crisis crediticia brutal que esta destruyendo el tejido productivo de la nación, o vamos a una depresión sin remedio, y ninguna medida, excepto las mencionadas, puede detener el proceso