Hace 75 años, un terrible conflicto civil sumió a España en una de las horas más negras de su historia reciente. En los últimos años, desde instancias políticas y civiles se exige «hacer memoria» de aquellos horrores, como una forma de hacer «justicia póstuma» a las víctimas.
Pero en aquella guerra terrible
hubo muchos gestos de bondad incluso
heroica, en ambos bandos, que también deben ser reconocidos. El eminente
historiador español José Andrés-Gallego lanzó hace unas semanas, en una
conferencia dictada en Madrid, la oportunidad de hacer una «Historia de la
bondad» de la guerra civil española que ayude verdaderamente a la reconciliación
y a la paz.
En ZENIT hemos querido aceptar
este reto, y contribuir así, como profesionales cristianos, a la búsqueda de la
verdad, que siempre remite a la Verdad y al Bien. Desde hoy, inauguramos esta
sección quincenal sobre «la otra memoria» de ambos bandos que aún no se ha
contado y que es necesario contar.
Animamos a nuestros lectores
españoles a colaborar con sus testimonios con el señor Andrés-Gallego, a través
del blog que él mismo ha abierto con este fin, y que encontrarán al final del
artículo. ¡Ayúdennos en esta búsqueda!
El equipo de ZENIT
* * * * *
El que suscribe es español,
historiador de profesión. Y, en virtud de esas dos circunstancias -la de español
e historiador-, lleva años escuchando relatos muy distintos de las barbaridades
que se hicieron en la guerra civil de 1936-1939. Estoy seguro de que más de un
lector -que no sea español- dirá que es eso mismo lo que le ocurre a él, solo
que referido a las atrocidades que se cometieron en su propio país y en tales
años. Pues bien, ya tienen algo que advertirme en el blog, si creen que lo que
voy a plantearles vale la pena también para sus países.
Somos pocos los españoles de mi
generación -la de posguerra- que no han oído en casa, desde niños, relatos del
calvario que le tocó sufrir a su familia. La verdad es que hubo españoles que
pensaron que ese calvario –el de los suyos- fue algo tan indignante y tan
indigno que optaron por callar y no hablaron jamás de la guerra a sus hijos.
Pero hasta ese silencio no pudo ser más elocuente y el resultado fue que esos
otros españoles de mi generación -los que no oyeron nada en casa- se
formaron, seguramente, la misma idea que nos formamos los demás: la de que todo
aquello fue horrible.
Claro está que hubo padres y
madres que -hasta con su silencio- pudieron inculcar sentimientos de odio o de
revancha entre sus propios hijos (muchas veces, sin pretenderlo). Otros hubo,
por el contrario, que -conscientemente o no- suscitaron la idea contraria: la de
que ese horror que nos relatan -traducido en hechos concretos- no debe repetirse
jamás y hay que vivir de modo –y convivir- que eso sea así: que nunca vuelva a
suceder.
Pues bien, este historiador
-cuando no lo era- de niño y, luego, de muchacho tuvo la suerte de formarse en
una familia que no le escatimó los relatos del sufrimiento que les tocó vivir,
pero lo hicieron de tal modo que lo que le inculcaron -como si lo grabaran con
un hierro candente- es que todo eso sirve como recuerdo permanente de lo que
jamás se ha de repetir, para lo cual -claro está- no importan tanto las palabras
como la forma de vivir de cada cual.
Es posible -no sé- que esa
formación infantil me indujera a hacerme preguntas cuando empecé a oír otros
calvarios a otros españoles. Fueron muchas esas preguntas, pero la que hace al
caso es ésta: en casi todos los
calvarios -de izquierdas y derechas, dicho coloquialmente- se mezcla de forma un
tanto extraña el bien y el mal. El narrador relata casi siempre un
calvario. Pero, al detallarlo, se pueden observar retazos de bondad que paliaron
aquel horror, o, al menos, lo intentaron –aunque fracasaran- y, en más de una
ocasión consiguieron impedirlo. Recuerdo, por ejemplo, que, en mi pueblo -una
pequeña ciudad aragonesa-, quien sacó de la cárcel -donde podía pasarles
cualquier cosa- a dos hermanas de una familia de comerciantes apodada "Los
Zamoranos" fue su hermano, que pidió auxilio para ello a los jefes del batallón
en que se había alistado para escurrir el bulto y evitar que fuera él el
encarcelado y, previsiblemente, el fusilado. Era obvio que esos jefes y
compañeros de armas -que, con seguridad, no eran tontos- debieron comprender que
aquél mocetón pensaba, en realidad, como los del bando enemigo. Por lo menos,
estaba claro que lo hacían sus hermanas. Por eso, justamente, las habían
encarcelado. Y, sin embargo, no indagaron sobre las verdaderas ideas de su
compañero, si no que recorrieron con él los cien kilómetros que distaban de
Zaragoza para poner a salvo -y en su casa, sin necesidad de esconderse- a esas
dos personas.
Desde que me di cuenta de eso, he
repetido donde me han querido oír que los historiadores –y toda persona cabal-
tiene que explicar la historia no sólo por el mal, sino también por el bien
que se ha hecho. Y es esa otra historia de la guerra civil española la que
querría traer a estas páginas. Con su ayuda. Si no, supera por completo mis
fuerzas. Así que lo primero que he hecho es abrir un blog, que es el que va
debajo de la firma. Conozco historias suficientes para probar lo que digo. Pero
sería importante que las contásemos todos.
blog:
joseandresgallego.wordpress.com