SOR MARÍA JULIANA LLEVA MÁS DE 30 AÑOS EN ÁFRICA.La aparición de cadáveres mutilados junto a su orfanato inició la investigación
YASMINA JIMÉNEZ (elmundo.es)
Amenazada de muerte desde que su nombre saltó a la luz tras denunciar la desaparición de más de un centenar de niños para el tráfico de órganos, Sor Juliana –como la llaman todos- trabaja desde hace más de 30 años en el país africano recogiendo y atendiendo a los niños huérfanos de la región de Nampula, la tercera ciudad más importante de Mozambique.
«Cuando llegamos al país, cuatro hermanas y yo, faltaba un año para la independencia y entonces conocimos al pueblo sencillo de Mozambique. Una experiencia maravillosa», recuerda la hermana antes de relatar la tragedia que vivieron después. «Este pueblo de África tiene grandes valores culturales, más que valores son auténticos tesoros culturales. Todo el mundo cuidaba de todo el mundo en las aldeas y los niños se movían libres como pájaros», explica.
Sin embargo, tras la independencia de Mozambique llegó la guerra, como ocurrió en casi todos los países del África Subsahariana, y la congregación de esta religiosa española vio como poco a poco se desmoronaba el país que había aprendido a amar a través de su gente.
«Los valores se perdieron, aumentaron los huérfanos y las viudas, pero sobre todo, aumentó la pobreza», afirma arrastrando las palabras Sor Juliana. A raíz de todo el revuelo político armado empezaron a desaparecer niños en el país.
En el monasterio de Nampula sólo eran conscientes de estas desapariciones a través de la prensa, hasta que en el año 2002 el fenómeno se extendió hasta su barrio. Poco después apareció el primer cadáver mutilado de una jovencita en uno de los campos del orfanato. Sor María Juliana comenzó a investigar tras ver sufrir a sus vecinos, madres y padres completamente destrozados por la ausencia de sus hijos.
«Al principio nos creíamos las versiones que daba la gente para entender los asesinatos, pero después vimos que los menores, de entre 12 y 15 años, aparecían muertos sin algún órgano», asegura horrorizada, a pesar del paso del tiempo, la religiosa.
Según el propio Gobierno de Mozambique, más de 1.000 niños desaparecen al año en el país. Cuando Sor María Juliana comenzó a denunciar lo que estaba sucediendo en su comunidad también se sucedieron las amenazas de muerte. Ella se muestra tranquila, pero en el fondo tiene miedo por las hermanas que están bajo su responsabilidad. «Por favor, sólo pido una cosa, que no se hagan públicos algunos nombres que podrían complicarnos la situación en la zona», suplica con una sonrisa y añade: «Tenemos informes de otra clase de actividades de tráfico humano que no podemos exponer ahora».
Pese a sus declaraciones, no le preocupan las enemistades ganadas a causa de las denuncias. Para ella, lo que está pasando en Mozambique «es un caso de conciencia ante Dios y ante la humanidad, que no podemos silenciar aunque haya que dar la vida por este motivo».
Sor María Juliana trabaja con el fiscal de la región por recomendación del Fiscal General del país, que le aconsejó no tratar con la policía. Actualmente, esta pequeña congregación ha convencido al pueblo para que mantengan los ojos abiertos y estén alerta ante cualquier amenaza. «Hemos documentado casos de niños que son engañados para subir a un coche o secuestrados directamente. Detrás de nuestro orfanato hay un aeropuerto que se utiliza de forma clandestina durante las noches», explica la hermana para hacer entender cómo actúan las mafias.
Antes de dar por zanjado el tema, la madre superiora se lleva las manos a la cabeza para preguntarse qué nos está pasando: «Esta sociedad está adormecida ante tanta desgracia, que se ceba especialmente en los países pobres, ante tantos horrores. Esta sociedad está enferma, carece de valores, y lo que le sucede a nuestros niños es un reflejo de lo mal que estamos los adultos», explica antes de concluir diciendo: «