«Durante 2007 la mortalidad infantil tuvo un importante crecimiento en la Argentina, señaló la ministra de Salud», Graciela Ocaña, soltando culpas en el «duro invierno».Si en nuestro país la cordura ocupara un lugar de privilegio correspondería que ese dato fuera prioridad en la agenda de cada sector del gobierno. Alguien tendría que salir a dar explicaciones serias. La información debería ocupar todas las tapas de los diarios, encabezar cada una de las editoriales y columnas radiales, debería multiplicarse en las cadenas de correos electrónicos y mensajes de texto, debería imponerse como tema de preferencia en el bar, en el bondi, en el laburo…
Pero no… Nada de eso sucede… Por estas cuestiones no aparecen cacerolas abolladas.
Durante 2007 la mortalidad infantil tuvo un importante crecimiento en la Argentina, dijo la ministra de Salud, Graciela Ocaña… y la cosa sigue, así, como si nada.
La ministra argumenta que no tiene cifras. «Faltan analizar los datos del reciente relevamiento oficial hecho con informes de las provincias». ¿Y cuánto tiempo lleva hacer esos relevamientos? ¿Qué asunto más importante la estará demorando?
«El desafío», proclama la ministra, «se centra en combatir el mal de chagas, el aumento de la tuberculosis, la rabia y el dengue». Quizás en este punto le faltó aclarar que todos esos bichos se incrustan en cuerpitos sin abrigo, sin comida, sin protección sanitaria. Tal vez, como los entrevistadores eran periodistas extranjeros, la ministra no quiso que se lleven una mala impresión y por eso obvió mencionar que el hambre y el desamparo asechan al noroeste argentino y a cada una de las zonas donde habita la pobreza más extrema en nuestro país. En una de esas, los periodistas se marcharon del lugar convencidos de que la culpa del crecimiento de la mortalidad infantil la tienen la vinchuca y el «duro invierno».
Más adelante, cuando habla de la inversión necesaria para que no mueran más pibes, las palabras de la ministra dan vergüenza, humillan la inteligencia hasta del más distraído. Ocaña se lamenta de que no prosperara en el Congreso el proyecto para incrementar las retenciones móviles porque «parte de ese dinero iba a ser destinado a la construcción de hospitales y viviendas… Lo que se iba a hacer en dos años ahora se hará en el mediano o largo plazo. No será una solución rápida».
La ministra tampoco dudó en sumar a las causas políticas razones climáticas para justificar la desidia, «las causas del aumento de la mortalidad infantil en el país se vinculan con el duro invierno que se padeció en 2007 y con la falta de infraestructura hospitalaria suficiente para afrontar la epidemia de enfermedades respiratorias, entre ellas, la bronquiolitis», señaló sin sonrojarse.
Vale recordar que el antecesor de Ocaña en Salud, el actual embajador en Chile, Ginés González García en 2005 había lanzado el Plan Federal de Salud que proponía bajar entre 2004 y 2007 la mortalidad infantil en un 25%. Lejos de cumplir con lo anunciado por el anterior ministro de Salud, la cifra actual es mayor.
Ahora bien, cómo hacer para no sentirse estafado, descorazonado, cómo se hace para sostener la esperanza… Si el país que no tiene presupuesto para salvar a los pibes es el mismo que hace unos meses anunciaba la llegada del tren bala con una inversión millonaria; es el mismo que gastó 167 millones de pesos en publicidad oficial durante el conflicto con el campo (55 millones más que el año pasado); el mismo que paga una deuda que no fue auditada, se contrajo ilegalmente y no deja de crecer.
Cómo no sentir que esos pibes están lejos de las prioridades de la agenda oficial.
Una encuesta encargada por el ministro de Desarrollo Social bonaerense, Daniel Arroyo, reveló un resultado alarmante en adolescentes. Ellos son los que zafaron de la mortalidad infantil: el 35% de los jóvenes de entre 15 y 20 años del Conurbano que no estudia ni trabaja cree que en 5 años estará «muerto» o «excluido». 3 de cada 10 chicos pobres creen que morirán en 5 años. Las opción «muerto» se desprendía de la pregunta «expectativas sobre el futuro».
El Estado debe garantizar la vida de esos chicos, devolverles la esperanza y el derecho a soñar con un futuro… La gambeta del discurso es el camino de la inmoralidad. Los pibes no se tienen que morir por causas evitables. Nada es más urgente…Nada..