Lo que verdaderamente quieren los enfermos de cáncer es la lucha contra el dolor, no la lucha pro eutanasia, confirma una oncóloga parisina con un tumor incurable.
Testimonio de Sylvie Menard
MILÁN, lunes, 10 diciembre 2007 (ZENIT.org).-
Casada y madre de un hijo, Sylvie Menard, de sesenta años, dirige el Departamento de Oncología Experimental del Instituto de Tumores de Milán (Italia), donde trabaja desde 1969.
«Anteriormente partidaria de la eutanasia, la doctora Menard ha declarado en un reciente congreso en Milán que, desde que se descubrió enferma, su perspectiva sobre estos temas ha cambiado», publicó el 28 de noviembre el diario italiano «Avvenire».
El 26 de abril de 2005 «la mujer que había sido hasta entonces había muerto. El examen mostraba un tumor en la médula, un tumor incurable. Me miré en el espejo de casa: «imposible», me decía; me encuentro muy bien. Logré dormir sólo cuando me convencí de que se trataba de un error», cuenta la especialista.
Las páginas del diario recogen amplias citas del testimonio de la doctora Menard en la evolución de su enfermedad y de su postura ante la vida. Sigue en terapia. Padece un cáncer para el que no existe aún curación. Trabaja y lleva una vida normal. Se describe como laica no creyente.
«Conocí la imposibilidad, de golpe, de trazar cualquier proyecto. Era como tener delante un muro –reconoce la oncóloga–. El futuro sencillamente ya no existía» y «descubrí que existe todavía una palabra tabú, la palabra cáncer», pues «hay quien le teme, como si fuera contagioso».
Vaciló en someterse a terapia, consciente de que no habría curación. «Quería permanecer todavía entre los sanos», dice. Se sucedían las noches difíciles, pues, como alerta, «cuando tienes un cáncer lo que cuenta son las noches». Finalmente eligió la terapia.
«Algo en mí reaccionó. Aún sin meta de curación, prolongar la vida algunos años, de improviso, se convirtió en mí en algo fundamental; quería vivir hasta el final», relata.
«Cambió la conciencia de la vida misma. Cuando estás sano, piensas que eres inmortal. Cuando en cambio tu final ya no es virtual, la perspectiva se da la vuelta», expresa.
«También yo, antes, hablaba de «dignidad de la vida», una dignidad que me parecía mellada en ciertas condiciones de enfermedad. Como sano se piensa que pasar porque te laven o te den de comer es intolerable, «indigno». Cuando llega la enfermedad, se acepta hasta vivir en un pulmón de acero. Lo que se quiere es vivir. No hay nada de indigno en una vida totalmente dependiente de los demás. Es indigno más bien quien no logra ver en ello la dignidad», subraya.
En su itinerario por la quimioterapia, la doctora Menard reflexiona sobre el debate de la eutanasia y sobre el caso de Eluana, la joven italiana en estado vegetativo cuyo padre quiere dejar morir.
«¿Pero sabemos que esa joven no tiene ningún cable que desconectar? –advierte la oncóloga–. ¿Que la hipótesis es la de dejarla morir de hambre y sed? ¿Sabemos que «estado vegetativo permanente» no quiere decir que no exista ninguna actividad cerebral? En un reciente trabajo científico se ha demostrado que si se pone ante los ojos de uno de estos enfermos una fotografía de personas queridas, y se hace una resonancia magnética, se ve la puesta en marcha de una actividad cerebral. ¿Cómo se puede decidir suspender la alimentación?».
En síntesis, para la doctora Menard «el favor de muchos por la eutanasia se explica con un tipo de exorcismo inconsciente, un deseo de alejar de sí la posibilidad de la enfermedad y del dolor»; pero «cuando te encuentras ahí, cambias de idea».
Insiste en que la verdadera petición de los enfermos es la de no sufrir: «Debe hacerse todo lo posible contra el dolor», pide.
«La verdadera batalla, dice, es contra el dolor. No [una batalla] por una muerte que, en la experiencia amplísima del Instituto de los Tumores, los «verdaderos» enfermos no piden. Reclaman, en cambio, no ser abandonados», escribe «Avvenire».
Y cita de nuevo a la doctora Menard, quien admite: «Temo que la eutanasia pueda ser la lógica que avance si de muchos enfermos, cuando mueren, se dice sólo: «por fin»».