Víctimas colaterales

2338

No matarás, ni violarás a una criatura indefensa de 12 años, ni pisotearás los derechos de tu prójimo. Las matanzas para controlar las minas de Coltán.

Fuente: El Mundo


EL PASADO día 9 de febrero un grupo de rebeldes violentos y desesperados atacaron Nzacko, un pueblo de 15.000 habitantes al norte de Bangassou, en la República Centroafricana. Hombres y mujeres con armas automáticas: quemaron el mercado y mataron a algunos comerciantes que se negaron a abrir sus negocios, robaron todo aquello que podía comerse, raptaron a 37 jóvenes, entre chicos y chicas para trabajar como porteadores. Después, desaparecieron.


Las familias del pueblo se hundieron: los chicos pueden intentar huir, aunque les será complicado. Las chicas, en cambio, lo tendrán más crudo. Tan crudo y descarnado como las apetencias sexuales de esos rebeldes que se esconden en la selva desde hace ya tres años. Estos desalmados vienen de Uganda pasando por el Congo. Pertenecen al Ejército de Resistencia del Señor (LRA), nombre rimbombante que ni hace de ellos un ejército (en Centroáfrica son apenas un puñado), ni resisten a nadie porque llevan años escapando junto a su líder, el ugandés Joseph Kony, ni son del Señor porque éste les dijo: «No matarás», ni violarás a una criatura indefensa de 12 años, ni pisotearás los derechos de tu prójimo.


Tal vez, para los españoles que viven pendientes la crisis o de la credibilidad de Zapatero, que ataquen un poblado en el centro de África puede importarles tanto como la presencia de mosquito sobrevolando Madrid. Sin embargo, basta que consultemos internet con nuestro teléfono móvil para que, de alguna manera lejana, aquella criatura de 12 años violada en serie por rebeldes hambrientos de sexo tenga algo que ver con nosotros.


La guerra larvada en los grandes lagos africanos sigue latiendo, aunque ya haya causado desde el 1994 cuatro millones de muertos. Han venido a Centroáfrica escapando del Congo, atravesando el río Ubangui y huyendo de los ataques del ejército ugandés que los persigue.


Los países limítrofes a los Grandes Lagos, en especial el Congo, tienen minas de coltán, manganeso y oro, en las que decenas de compañías europeas, asiáticas y norteamericanas están interesadas. El coltán (colombio y tantanio) es un superconductor que se utiliza en móviles, ordenadores, en vuelos espaciales y misiles aire-tierra teledirigidos.


El que posee el control del coltán, controla también los misiles y, por tanto, las guerras. Pertenece, entre otros, a grupos rebeldes bien armados que luchan porque Ruanda vuelva a manos de los hutus, o porque la zona de minas sea tutsi. Estos grupos rebeldes, muchas veces con niños en sus filas, extraen el coltán y lo venden a compañías internacionales a través del gobierno ruandés. Así, sin contar los intermediarios, las navieras que lo transportan consiguen las empresas Nokia, IBM, HR Motorola y tantas otras (ellas son el último eslabón de la cadena) el tantanio que necesitan para fabricar los móviles.







«A río revuelto, ganancia de pescadores». Mientras haya guerra hay extracción incontrolada de coltán (el gobierno congolés sería el primer y único propietario de las minas). Mientras la LRA y otros grupos rebeldes campen a sus anchas, aunque haya «efectos colaterales» (qué importan los campesinos masacrados o las niñas raptadas y violadas…) nosotros vivimos mejor.


Hace 25 días visité en Centroáfrica un campo de refugiados congoleses que han huido de la LRA. Eran 4.500. Acababan de llegar. Me fijé en una viejecita que, después de 20 días de camino estaba exhausta. Me dijeron que estuvieron a punto de abandonarla por el camino, pero finalmente decidieron llevársela al exilio Viéndola en el suelo me dio tanta pena que me arrodillé para pedirle perdón por lo que nuestro mundo ha hecho con ella.


Obispo español en la ciudad de Bangassou (República Centroafricana).