Vientres de alquiler (Todo se convierte en negocio)

1890

Todo se está convirtiendo en comercio, todo tiene un precio, y la maternidad subrogada también.

Por Felipe Ortuno M.

El tema siempre me ha causado un considerable repelús ético, así como un cierto escalofrío humano. No es asunto sencillo, ni superficial, en la indefinida y ambivalente positividad legal, como tampoco lo es referente a la dignidad de lo humano; es terrible. La madre portadora puesta a la intemperie, tanto como el niño, que terminan siendo objetos susceptibles de compra venta, al peor estilo del esclavismo más repugnante. El simple enunciado de ‘arrendamiento del vientre’ atenta, en su tonalidad, a la mínima sensibilidad auditiva; y que haya una maternidad subrogada rechina los sentimientos elementales, tanto como mis convicciones más profundas. La persona se está convirtiendo en puro material biológico con el que se puede jugar al libre arbitrio, como si de una ganadería se tratase. Nadie mide las nefastas consecuencias que pudiera tener semejante comportamiento para la dignidad de la persona, ni para esta humanidad que tantea, sin conciencia, la liminalidad de una, cada vez más, rampante deshumanización.

Todo se está convirtiendo en comercio, todo tiene un precio, y la maternidad subrogada también. Millones de dólares-euros se mueven a través de clínicas, abogados, médicos y agencias con el mercado de esperma y óvulos, creando embriones ‘in vitro’, implantándolos en el vientre de una mujer, que, remunerada por hacerlo, a cuenta de los ‘progenitores compradores’, proporcionan un bebé. Como si se tratara de tomates fritos de la huerta. Además del caos jurídico que provoca a las leyes internacionales sobre ‘padres’, nacionalidad, derechos y obligaciones, añádase el caos mental del ‘producto-bebé’ (con perdón) en cuestión.

Hay quien incluso habla de subrogación ‘altruista’ (sin cobrar) para justificar la buena intención de quien quiere ofrecer una criatura con fines humanitarios para quienes, deseándolo amorosamente, no pueden engendrarlos por sí mismos; lo que me parece otra manera de utilización y manipulación encubierta para descargar la culpa de lo que ontológicamente es perverso; porque no sólo es cuestión de precios y altruismo liberal, sino, sobre todo, de principios. Ya no hay cigüeñas, sino vientres de alquiler, que naturalmente se encuentran con la dificultad legal, en los contratos internacionales de maternidad subrogada, de saber quién es reconocido como ‘progenitor’ del niño, puesto que, por si faltara algo para el potaje, con los nuevos métodos de reproducción asistida, se puede establecer un conflicto importante al no saberse con exactitud qué diferencias hay entre el progenitor genético, biológico y legal.

Un follón de tomo y lomo que se enfrentaría con las distintas disposiciones internacionales afectando directamente a los derechos inherentes del niño. Hasta el principio irrefutable de la identidad progenitorial (‘mater semper certa est’) se ha esfumado, dejando a la parte más débil, el niño, y a la ley, en un limbo de consecuencias imprevisibles para la psicología y socialización de la inocente creatura, que quedaría al albur del comercio y la trata de personas (o de órganos).

La práctica de la maternidad subrogada afecta, como se ve, de manera evidente, a los derechos del niño, reconocidos en los tratados internacionales. Todo un despropósito caótico, que se está llevando a la práctica, sin que ningún político de signo multicolor diga ni mú, (que es el lenguaje de los becerros), por miedo a perder el voto de la liberal ciudadanía dominante.

Que alguien me diga ¿dónde situamos los derechos humanos, de los que tanto presume el liberalismo occidental, y que se supone deben proteger a los seres más vulnerables, para que no sean objeto de transacciones comerciales ilegales? Se ha querido comparar con la adopción; pero nada tiene que ver, puesto que, en ésta, prima el interés del niño que ha sido abandonado y el objetivo está en intentar remediar una situación de desprotección, mientras que en el ‘alquiler de vientre’ la motivación primera es el deseo de los adultos, que podrían remediarlo, en justicia social, con la posible adopción de un desamparado. Nada que ver.

No deberíamos avalar, tácita o explícitamente, una práctica cuyas víctimas principales son los más vulnerables, los niños. Aún más: ¿cómo es posible, que el feminismo actual no se haya levantado contra esta industria perversa que atenta directamente hacia el cuerpo femenino, considerado como objeto de comercio y explotación reproductiva, en clara violencia a la mujer, al igual que el niño concebido a consecuencia de un contrato inadmisible? ¿Cómo aceptar, y termino de dar la murga, que una millonaria rusa de veintitrés años, que ya tiene diez hijos con vientres de alquiler, quiera llegar a 105 para conseguir el récord-capricho de convertirse en la familia más grande del mundo por medio de los vientres de alquiler? ¿Acaso son los hijos instrumentos o productos intercambiables? Aquí os dejo para que, desde ahora, os quedéis imaginando los posibles supuestos aberrantes que podrían darse, de ser aprobada una ley, nada remota, de ‘maternidad subrogada’.

Fuente de la noticia: Diario de Jerez