«Carlos es el segundo hijo que debo enterrar por la delincuencia», dice Jorge. Una familia entre tanto dolor y sufrimiento del pueblo de Venezuela.
Sentados en el porche de su casa, en una zona de Venezuela donde las puertas principales tienen marcas de disparos y la mitad de las viviendas están abandonadas, nos acompaña un grupo de familiares y vecinos que vinieron a dar el pésame.
A Carlos, que tenía 19 años, lo mataron hace menos de 48 horas.
Entre los presentes está Juliana, una niña de 13 años que mientras tanto amamanta al bebé que tuvo hace dos semanas con el difunto.
«Lo mataron por matarlo», continúa Jorge. «Son cuestiones de la delincuencia; el diablo se les mete en la cabeza a estos jóvenes y ya después de eso no le paran bolas a uno (hacen caso)».
Estamos en Barlovento, «tierra ardiente» de Venezuela 100 kilómetros al este de Caracas que bien podría ser una potencia en turismo y producción de cacao.
Muchas de las puertas de las casas de Barlovento muestran agujeros de bala.
Aquí, la lógica de violencia parece haberse aliado con la pobreza extrema.
Aunque en las costas hay lujosos yates navegando en playas de postal, en el interior los niños juegan a llenar botellas de gaseosa con la arena del piso.
La consolidación de estas pandillas dedicadas al narcotráfico, la extorsión y el secuestro en ciertas localidades es la nueva faceta del crimen que mantiene a Venezuela como el segundo país con más homicidios del mundo detrás de Honduras.
Poco menos de 25.000 personas murieron por el crimen en Venezuela en 2014, según el Observatorio Venezolano de Violencia, un centro de estudios.
Las últimas cifras oficiales, de 2013, estimaron más de 11.000 homicidios en el año.
Fuente: BBC Mundo (* Extracto)