Votar en Blanco por el Bien Común (II). «Todos Reponsables de Todos»

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En la reflexión anterior mostrábamos la intensidad de la grave situación de España como comunidad política debido a la ausencia del Bien Común como base de la acción política. Y esto se mostraba de manera más evidente en cómo la casta política está gestionando la grave crisis generada por la pandemia. Ante ello vemos fundamental insistir en que solo un compromiso social y político generalizado por el Bien Común puede ser respuesta auténtica al desafío de la actual crisis.

Todos responsables de todos

Si cada persona en particular, si cada familia, si cada asociación social o profesional, si la sociedad en su conjunto no asumen autogestionariamente el compromiso  solidario por la constitución de una comunidad política basada en un noción objetiva del Bien Común, la perspectiva actual  apunta a una desvertebración social de nuestro país, sin precedentes en los últimos 80 años,  que necesariamente abre las puertas a la implantación progresiva pero imparable de un nuevo totalitarismo posiblemente revestido de una “democracia restringida” por imperativo biopolítico.

No se puede ocultar en este sentido la presencia desde hace tiempo de grupos de presión económico-políticos que estarían encantados de enriquecerse y hacerse más poderosos con la desestabilización de países enteros en cualquier parte del mundo. La actual pandemia está facilitando la imposición de medidas políticas, sociales, económicas que están configurando un nuevo sistema político prácticamente sin darnos cuenta; con un nivel control social brutal debido no solo a la disponibilidad de potentes tecnologías, sino y sobre todo por la conformación mucho más acelerada de una  mentalidad social en la que el individualismo, el materialismo y  el hedonismo son los nuevos dioses.

El sistema que está quedando atrás, tanto en España como en el mundo, no es mucho  mejor que el que está configurando actualmente. Nuestro juicio crítico no es una añoranza de un pasado “siempre mejor”. Todo lo contrario, somos muy conscientes de las innumerables injusticias que el neocapitalismo anterior ha provocado en la mayoría de la humanidad. Lo que está sucediendo ahora es que la actual transformación sistémica no es a mejor, sino todo lo contrario, es a peor. Y ello nos está exigiendo, más que antes, que asumamos un compromiso más intenso, sin duda más sacrificado, pero el único que puede revertir y desviar la tendencia totalitaria que se esta poco a poco asimilando.

Por supuesto, no podemos esperar a que la actual situación sea solventada por las inercias políticas de nuestro actual sistema. Los tiempos nuevos, exigen odres nuevos. La clase política de nuestro país, incluidos los nuevos populismos de izquierda y derecha,  está configurada bajo una mentalidad partidista y elitista que considera al pueblo incapaz de asumir su responsabilidad. Nosotros pensamos justamente al revés. Un pueblo puede formar una comunidad política basada en un concepto de Bien Común si se prepara para ello asumiendo su responsabilidad social y política desde ya. Eso exige tiempo, formación, dedicación, intensidad.

Evidentemente hay que adquirir una mentalidad totalmente diferente a la del neocapitalismo consumista en la que hemos sido educados. Por el contrario, hay que favorecer el desarrollo de una nueva conciencia política basada en el Bien Común y no en el “sálvese el que pueda”; y  dotarse de la estrategia y  los medios adecuados para una acción política radicalmente nueva.

Empecemos por rescatar y redescubrir la auténtica vocación política que todo ser humano, en mayor o menor medida, debe desarrollar inexcusablemente. Recuperemos el principio de solidaridad y subsidiariedad que hacen de la familia y de las asociaciones sociales y profesionales las instituciones clave que pueden vertebrar el tejido social frente a los grupos de poder.

 Vocación política, vocación profesional y Bien Común

La vocación política, cuando está orientada al Bien Común, es de las actividades más nobles a las que puede dedicarse una persona ya que  asumiría una serie de sacrificios personales, familiares y sociales al intentar conseguir unas condiciones sociales necesarias para el desarrollo integral y pleno de cada persona y de la sociedad en su conjunto.

En el fondo, toda persona, con mayor o menor explicitud, tiene vocación política y tiene el deber de cultivarla para asumir su ineludible  responsabilidad en la construcción del Bien Común. El Bien Común es el bien de todos y se construye con la responsabilidad de todos. Desde antiguo se sabe que el ser humano es  un ser político, más que un ser  social, ya que no solo necesita de la sociedad para desarrollarse sino que tiene la vocación de organizar y gestionar libre y racionalmente lo común hacia la verdad, el bien y la justicia.

Para ello, junto a la vocación política por el bien común, está la vocación profesional por el bien común, la otra cara de la misma moneda, en la que el ser humano hace converger sus mejores cualidades con las necesidades del mundo. El ser humano mediante la razón, la libertad y su trabajo transforma la realidad y se transforma a sí mismo. Mediante el trabajo se descubre necesariamente la solidaridad  social como uno de los vínculos más fuertes. Mediante el trabajo el ser humano puede ser independiente del poder, formar una familia y un hogar y por tanto madurar para la gestión social y política. Trabajadores, sanitarios, educadores, etc. deben poner sus profesiones al servicio del Bien Común.

El ser humano, todo ser humano, debe ser el centro y el sujeto del orden institucional y no un mero objeto o instrumento de una casta que decide y dirige su destino. Una antropología política adecuada debe basarse en la insoslayable responsabilidad de todos y de cada uno por el Bien Común. Por ello hay que promover desde la familia y la escuela una cultura autogestionaria que forme y oriente la libertad personal y colectiva en este sentido.

El Bien Común: objetivo único de la política

El único objetivo de la política debe ser trabajar por el Bien Común de la sociedad.  El ser humano, como hemos dicho, es un ser social y político y genera instituciones de todo tamaño y naturaleza para conseguir sus objetivos a medio y largo plazo.

La concepción ser humano como individuo es una falacia antropológica del liberalismo para dividir al pueblo. Actualmente, la sociedad tiene ámbito universal y por tanto el bien cada persona, de cada familia, de cada asociación, de cada nación debe estar en concordancia con el bien común de toda la humanidad. El bien común de cada agrupación humana, si es auténtico debe favorecer el bien de todos y de cada uno sin exclusión de ninguna persona y de ningún grupo social.

Por ello, el bien común se empieza necesariamente solventando las injusticias que afectan a los más empobrecidos, débiles o vulnerables; generando las condiciones sociales necesarias para el desarrollo pleno e integral de las personas y de las comunidades de acuerdo con el contexto sociohistórico. Por ejemplo, una concepción adecuada del bien común haría imposible la xenofobia tan extendida contra los inmigrantes empobrecidos por parte de los trabajadores precarios nacionales. Desde el Bien Común se trataría de combatir la causa común del empobrecimiento de unos y de la precariedad de otros que no es otra cosa el predominio global y unilateral del capital sobre el trabajo.

Bien Común y Derechos Humanos

El concepto liberal de los derechos humanos, propio del capitalismo, es radicalmente individualista por ello no solamente no genera concordia social sino todo lo contrario: enfrentamiento y contraposición entre los “derechos” de unos y los “derechos” de otros. El relativismo liberal, al no aceptar la posibilidad de un bien objetivo para el ser humano personalmente considerado y en su conjunto, convierte a la sociedad en un terreno radicalmente conflictivo entre individualidades con intereses contrapuestos en donde se impone siempre “el derecho a decidir” de los poderosos sobre los débiles. Solo la cultura del Bien Común puede plantear un sustrato adecuado para los derechos humanos. Derechos humanos que si son auténticos están necesariamente vinculados a deberes humanos que a su vez están vinculados a principios morales absolutos cuyo respeto permite a cada persona y a cada comunidad alcanzar un desarrollo integral ( material, cultural y espiritual) lo más pleno posible. Por ejemplo, el principio moral absoluto de que la vida humana inocente debe ser respetada bajo cualquier circunstancia y condición, desde la concepción hasta la muerte natural,  conlleva el deber moral de cuidar y proteger la vida, y que esta se desarrolle adecuadamente. Y este deber, que tenemos que cumplir con nuestro trabajo y compromiso todos los miembros de la comunidad social, tiene que ser protegido con una serie de derechos humanos como por ejemplo el derecho a un trabajo digno; o el derecho a una vivienda decente o el derecho a una educación adecuada, etc.

Principio de Solidaridad y Principio de Subsidiariedad; camino hacia el Bien Común.

La solidaridad es la determinación firme y perseverante de trabajar por el Bien Común de tal forma que todos seamos realmente responsables de todos. No es un sentimiento vago y superficial. La solidaridad es una virtud, un deber moral, personal y social que supone compartir hasta lo necesario para vivir. No es posible trabajar por el Bien Común sin la objetivación de unas formas de vida personales y colectivas solidarias, es decir, en concordancia siempre con los más empobrecidos, débiles, descartados y vulnerables. El Bien Común es un bien de todos y de cada uno y por tanto nadie puede ser excluido o sacrificado en el altar del “la mayoría”. Mayoría siempre fácil de manipular desde el poder. El bien no viene determinado ni por la voluntad de un dictador, ni por la ley de la mayoría sino por la verdad de lo que el ser humano necesita para su desarrollo pleno e integral. Descubrir esta verdad es fundamental para una auténtica democracia.

Pero la solidaridad está necesariamente vinculada a la subsidiariedad, es decir, al principio de que todo el dinamismo social, político y económico, debe priorizar el protagonismo de las personas, de las familias y de la asociaciones de base frente a instituciones más altas o más grandes cuya razón de ser es ayudar a que ese protagonismo sea desarrolle al máximo. La autogestión debe ser por tanto una autentica cultura que lo impregne todo. Desde la escuela hasta  la empresa y por supuesto la comunidad política. Toda autoridad tiene razón de ser solo si es subsididaria y por tanto reconocida legítimamente porque prioriza el protagonismo de la base.

En definitiva, la situación actual exige una nueva cultura política. Frente a las nuevas y falsas alternativas populistas que el propio sistema de poder genera para su propia renovación, es necesaria una auténtica alternativa que solo puede nacer del espíritu de los más sencillos. Aquellos capaces de entregarse sinceramente al servicio del Bien Común desinteresadamente.

Carlos Llarandi

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