Guerra global de los poderosos contra los débiles, es el campo político real.
En las democracias representativas, la tendencia de los partidos al poder es un gran problema de fondo porque es muy difícil que desde un partido se pueda asumir el desafío de trabajar por todos, especialmente por los últimos, a no ser que se esté dispuesto a sacrificarse y perder. Los partidos son intrínsecamente instrumentos de poder.
La democracia representativa es una negación del protagonismo político del pueblo frente al poder porque produce una alienación, más que una negación, de la libertad y, como consecuencia, una desactivación crónica de la responsabilidad política de la sociedad por el Bien Común. La representatividad, como se sabe desde los tiempos de Aristóteles, necesariamente induce a la aceptación perenne de élites sociales, políticas y económicas que reciben supuestamente del pueblo (pero sin el pueblo) el encargo de preocuparse por el interés general (que no es lo mismo que Bien Común). Mientras tanto, el pueblo cada cuatro años tiene la posibilidad de ejercer un segundo de responsabilidad mediante su voto. En este sentido, las dictaduras son mucho más ineficaces políticamente, ya que, precisamente por la negación explícita de la libertad, mantienen siempre encendido el fuego de la rebeldía en una parte de la sociedad que se niega a aceptarlas.
Por otro lado, la acumulación de poder, por definición, se sitúa en el vértice más alto de la sociedad y siempre que puede tiende a coordinarse para mantener sus privilegios, al mismo tiempo que promueve el fraccionamiento y la división del pueblo. Esta estrategia clásica, que antes estaba restringida al ámbito del estado nación, ha ido progresivamente ampliándose hasta hacerse actualmente global.
Pero la división del pueblo, no solo le debilita, sino que le convierte en cómplice activo de la estrategia del poder ya que unos sectores sociales se convierten en enemigos de otros dejando indemne al poder que los dividió. Las élites políticas, sociales y económicas tienen intereses convergentes y generan redes sociales personales e institucionales que les permiten perpetuar su influencia. La llamada sociedad civil, formada por ONGs, fundaciones filantrópicas privadas, es una de las principales redes de influencia del poder económico neocapitalista y le otorga la legitimidad social deseada.
Actualmente, el poder económico mantiene la hegemonía y tiende a integrar bajo su manto a los demás poderes (político, cultural, social y religioso). El poder político que es el que otorga la legalidad es, por tanto, un tentáculo del poder económico. Esto se manifiesta de muchas formas, una de la más significativas es la dependencia económica de los partidos que les hace susceptibles en extremo de caer en la corrupción, tanto legal e ilegal. Son aparatos burocráticos y maquinas electorales que necesitan mucho dinero para funcionar que al no disponer de militancia se tienen que vender. La financiación onerosa de los partidos políticos por los bancos nunca se ha considerado por estos como pérdidas sino como inversiones. Por algo será.
«Así, los poderosos de la tierra disponen de toda la estructura política del estado nación y de los organismos internacionales para conseguir la legalidad jurídica necesaria»
En definitiva, el poder político partidista y estatal, nacional e internacional, que es el que aparece nominalmente frente a la opinión pública, está sustancialmente integrado dentro de la estructura de dominación que ejerce el poder económico que actualmente tiene ámbito global o supranacional. Así, los poderosos de la tierra disponen de toda la estructura política del estado nación y de los organismos internacionales para conseguir la legalidad jurídica necesaria. Es una auténtica guerra de los poderosos contra el pueblo.
Por tanto si queremos afrontar el desafío de la actual crisis es clave plantear un sentido realista del Bien Común como fundamento objetivo de la política y es también clave apostar para que el pueblo, formado por personas concretas, familias concretas, asociaciones civiles concretas, asuma como deber moral su compromiso político. El mundo será solidario y autogestionario o no será. Ese es el dilema y desafío al que nos enfrentamos y ello exige entusiasmo y capacidad de sacrificio.
Sin embargo, el poder trata de alienar la libertad y para ello un arma fundamental es la cultura. Se promueven modelos culturales que son auténticos enemigos de la democracia surgidos de la alienación de la conciencia social. Uno es el buenismo, esa especie de filosofía que niega la realidad, que no soporta la crudeza de la injusticia y que apela constantemente al mundo de las intenciones, los sentimientos o las emociones prescindiendo de cualquier análisis político realista. Otro es el cinismo que conociendo la verdad de la realidad y la auténtica respuesta al desafío del Bien Común, se ríe de ello porque sabe en el fondo que no está dispuesto a la entrega comprometida, mostrando así su falta de esperanza. Por otro lado está el escéptico que desconfía de todo y de todos, es un falso realismo que corroe todo entusiasmo transformador apelando a un sentido de la realidad que prescinde deliberadamente de los objetivos signos de esperanza que hay en toda realidad humana y que le podrían comprometer.
Buenismo, cinismo y escepticismo son enemigos de la solidaridad como determinación firme y perseverante por el Bien Común. Son posturas pequeño-burguesas que añoran una vida tranquila y sin preocupaciones.
Es necesario algo nuevo. La tradición de “el poder de los sin poder”.
Solo una estrategia que se base en el poder de los sin poder, con una fuerte conciencia moral, podrá ser respuesta al momento actual
Llegados a este punto y frente al riesgo de volver al poder absoluto de los populismos de los que ya tenemos amarga experiencia, queremos recuperar la conciencia histórica y la tradición de los sin poder que siempre, muchas veces sin saberlo, han construido el Bien Común. Frente al poder inmenso del hipercapitalismo digital que todo lo abarca y que instrumentaliza lo político para alienar, manipular y engañar, aparece ese ejército de humildes, que a lo largo de la historia se han plantado y, que solo con su fe han sido y son capaces de plantar cara a todos los Leviatanes. Solo esa fe sencilla e inquebrantable en el Bien y la Verdad ha sido capaz de afrontar con realismo y valentía los desafíos de cada época y de cada situación. Todas las estrategias, pretendidamente liberadoras basadas en la conquista del poder, han fracasado y están condenadas al fracaso porque participan sustancialmente de la misma mentalidad que el enemigo al que combaten.
Solo una estrategia que se base en el poder de los sin poder, con una fuerte conciencia moral, podrá ser respuesta al momento actual. Ya lo hemos dicho antes: el mundo será solidario y autogestionario o no será.
Algunos principios fundamentales de esta estrategia serían:
- Centralidad de la persona humana. Respeto inalienable a todo ser humano y a su dignidad desde la concepción hasta la muerte natural. En economía significa que hay que establecer una relación moral adecuada entre trabajo y capital respetando la prioridad del primero sobre el segundo.
- Todo el mundo tiene el deber de colaborar al Bien Común. Su desarrollo personal y comunitario depende de ello. Nadie puede quedar excluido ni autoexcluirse de su responsabilidad con el Bien Común. La formulación práctica de este Bien Común es la primera tarea.
- El poder de los sin poder consiste en que la personas, las familias y las asociaciones cívicas y profesionales tienen que protagonizar el desarrollo de la comunidad política. Todo poder institucional debe estar basado en el principio de subsidiariedad.
- Vivencia de la solidaridad como virtud personal y social de tal forma que sea el criterio de funcionamiento de todo el orden social mientras se va trabajando hacia el Bien Común. Solidaridad es compartir lo necesario para vivir en todos los planos de la existencia.
Por ello y ante la grave situación del mundo y de España creemos fundamental en estos momentos insistir aún más en la necesidad de crear una nueva cultura política por el Bien Común que exige una ingente tarea de auténtico y respetuoso debate social. El gran potencial formativo al mismo tiempo que generador de la amistad social del diálogo abierto y organizado, sin el que no es posible una política por el Bien Común, exige un amplio pluralismo para contrastar las distintas sensibilidades sociales que deben encontrar en él cauce de expresión. Para ello hacemos la siguiente propuesta de estrategia política:
- Potenciar desde la familia, la escuela y los medios de comunicación un concepto objetivo del Bien Común que sea la base de todo el dinamismo social y el fundamento de los derechos humanos. Es necesaria una formación moral y política adecuada.
- Poner en funcionamiento unos medios de comunicación públicos y privados veraces y responsables que mantengan realmente informada a la sociedad.
- Potenciar el asociacionismo social en todos los ámbitos: familiar, educativo, ciudadano, sanitario, científico, religioso, laboral, empresarial, etc. de tal forma que se potencie la responsabilidad política de todos los ciudadanos. La autogestión social debe ser un elemento fundamental de la nueva cultura política. Combatir el corporativismo.
- Primar la gestión de los asuntos públicos por parte de los profesionales directamente implicados en coordinación con las asociaciones sociales en base al principio de solidaridad y al principio de subsidiariedad.
- Supresión de todos los privilegios de la casta política y que esta asuma su papel de servicio al Bien Común desde una evidente y objetiva actitud de sacrificio desinteresado.
- Hasta que no haya una manifiesta voluntad de ir construyendo esta nueva cultura política por el Bien Común vemos imprescindible que en todos los comicios electorales se vote en blanco exigiendo que a este voto le sea reconocida la representatividad que le corresponde y por tanto que pueda ejercer aún más una presión moral liberadora.
Cada una de estas propuestas se pueden ir implementado poco a poco desde la base de la sociedad si nos comprometemos a ello. No hay que esperar a que nos den permiso. La auténtica política es hacer posible lo moralmente necesario. En este caminar hacia la libertad, mientras la democracia representativa sólo nos permita votar cada cuatro años a un representante en listas cerradas, el voto en blanco será nuestro instrumento político para ejercer una presión moral liberadora.
Carlos LLarandi
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