Estos son los componentes de la fábrica de bandas juveniles violentas de la mayoría de los suburbios de Iberoamérica: familia rota, marginación-descarte social, sistema educativo devaluado y la imperante cultura consumista-hedonista.
Albert formó parte de uno de esos grupos, participando de cada uno de sus rituales y prácticas. Fue padre a los 14 años y se burló de muchas mujeres. Le hicieron e hizo mucho daño, hasta que, como la mayoría de los muchachos de las bandas, fue tiroteado. El médico que le atendió no dio esperanzas a la familia y a los que la acompañábamos. Con más fuerza apretamos la mano maternal de la Virgen María y recurrimos a la intercesión de Guillermo Rovirosa mientras hacíamos el Rosario en una sala próxima al quirófano. El llanto de la mamá de Albert fue escuchado y su hijo salvó la vida aunque la tuviese que llevar adelante en una silla de ruedas.
Con más fuerza apretamos la mano maternal de la Virgen María y recurrimos a la intercesión de Guillermo Rovirosa mientras hacíamos el Rosario en una sala próxima al quirófano.
Clavado a esa cruz, Albert conoció a Jesucristo y se fue haciendo su amigo. «Vengan a Mí los cansados y agobiados y Yo les aliviaré». Albert se dejó reconciliar por Papá Dios y encontró la alegría en su interior. Su mirada se fue haciendo transparente, casi inocente. Sus palabras y gestos tenían la gravedad de la mansedumbre y la cadencia de los que han transitado por la noche oscura. Se integró a su familia, a una comunidad, a la vecindad.
Después de mucho tiempo volvía a ser hijo y hermano.
Pero, las heridas nunca cierran del todo. Sanan, sí, pero ahí quedan. Las del cuerpo y las del espíritu. El propio Resucitado mostraba las huellas de su pasión para que le reconocieran. Albert, como todos nosotros, seguía con sus propias contradicciones y con sus úlceras permanentemente abiertas gracias a la destrucción del sistema de salud venezolano. Los últimos meses de su vida terrena fueron un Vía Crucis para él y su familia. Ingresado en dos hospitales estatales durante más de un mes fue tratado mucho peor que un perro. Ni una sola vez limpiaron sus purulentas escaras. Ni una sola vez intentaron salvarlo. Ni una sola vez hablaron con la familia para afrontar la enfermedad. Desde el primer minuto lo descartaron. El mismo descarte que sufrió en el Colegio cuando adolescente. Llevaba el sello de la humanidad desechada por el monstruo del materialismo que estamos alimentando. Durante ese larguísimo mes de humillaciones en los hospitales, su mamá nunca se aportó de su lado, echándose al frío piso cuando podía dar unas cabezadas. Finalmente se lo llevó a su casa.
Albert se fue apagando con la misma mansedumbre con la que había vivido desde su reconciliación con Dios y los hermanos. Las dos últimas semanas fueron de larga agonía, pero sin una palabra de amargura. Muchos días rezábamos cerca de él el santo Rosario. De nuevo María al pie de la Cruz, como cuando salvó la vida en el quirófano por la intercesión de Rovirosa. Entre misterio y misterio, nos dimos cuenta de que Papá Dios le había dado a Albert la oportunidad de convertirse y de purificar su vida. Y aprovechó la Gracia. Algunos le comenzamos a llamar Dimas, por lo del delincuente al que Cristo mismo canonizó en la Cruz. Y nos acordábamos de Rovirosa y su devoción por el primer santo católico.
Ungido con el óleo de enfermos, sanado por la confesión, amado por su mamá, sus hermanos, amigos e hija, Albert entregó su espíritu en la víspera del día de Guadalupe, cinco minutos después de terminar el santo Rosario. En los brazos de su madre. La Piedad.
Su entierro fue, otra vez, la cachetada que nos volvió a recordar la señal con la que le marcaron al nacer. Era tanto el hedor del lugar en el que le sepultaron que la mayoría de los asistentes no aguantaban y las mamás no permitieron que sus hijos se quedasen. Los que nacen descartados, ni al morir se les reconoce su dignidad; se les oculta como alimañas. A pesar de todo, ahí su cuerpo espera la resurrección gloriosa donde volverá a mostrar su belleza plena en el Espíritu y en comunión con los santos. Su alma ya está en los cielos.
S.Dimas, Albert, ruega por nosotros, los hipócritas.
Carlos Ruíz. Misionero del Movimiento Cultural Cristiano
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