«Podéis hacer de esta vida una radiante aventura»

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Discurso final de Charles Chaplin en la película «EL GRAN DICTADOR»

Realmente, lo siento, pero no aspiro a ser emperador. Eso no es nada para mi. No pretendo regentar ni conquistar nada de nada.

Me gustaría ayudar en lo posible a cristianos y judíos… negros y blancos. Todos tenemos el deseo de ayudarnos mutuamente. La gente civilizada es así. Queremos vivir de nuestra dicha mutua…no de nuestra mutua desdicha. No queremos despreciarnos y odiarnos mutuamente. En este mundo hay sitio para todos. Y la buena tierra es rica y puede garantizar la subsistencia de todos. El camino de la vida puede ser libre y magnífico, pero hemos perdido ese camino.

La voracidad ha envenenado el alma de los hombres, ha rodeado el mundo con un círculo de odio y nos ha hecho entrar marcando el paso de la oca en la miseria y la sangre. Hemos mejorado la velocidad, pero somos esclavos de ella. La mecanización que trae consigo la abundancia nos ha alejado del deseo. Nuestra ciencia nos ha vuelto cínicos. Nuestra inteligencia, duros y brutales. Pensamos en exceso y no sentimos bastante. Tenemos más necesidad de espíritu humanitario que de mecanización. Necesitamos más la amabilidad y la cortesía que la inteligencia. Sin estas cualidades, la vida sólo puede ser violenta y todo está perdido.

La aviación y la radio nos han acercado los unos a los otros. La naturaleza misma de estos inventos requería la bondad del hombre y reclamaba una fraternidad universal para la unión de todos. En este momento mi voz llega a miles de seres esparcidos por el mundo.
A aquéllos que puedan comprenderme les digo: No desesperéis. La desgracia que ha caído sobre nosotros no es más que el resultado de un apetito feroz de la amargura de unos hombres que temen el camino del progreso humano. El odio de los hombres pasará y los dictadores perecerán y el poder que han usurpado al pueblo volverá al pueblo.

Soldados, no os entreguéis a esos brutos, hombres que os desprecian y os tratan como esclavos, hombres que reglamentan vuestras vidas, imponen vuestros actos, vuestros pensamientos y vuestros sentimientos: que os amaestran y os hacen ayunar, os tratan como ganado y os utilizan como carne de cañón. No os pongáis en manos de esos hombres contra natura, de esos hombres máquinas con corazones de máquinas. ¡Vosotros no sois máquinas! ¡Vosotros no sois ganado! ¡Vosotros sois hombres! ¡Vosotros lleváis el amor a la humanidad en vuestros corazones! No odiéis. Sólo los que no son amados odian. Los que no son amados y los anormales… Soldados, ¡no combatáis por la esclavitud! ¡Combatid por la libertad!

En el capítulo 17 del Evangelio está escrito:
«El Reino de Dios está en el hombre mismo.» No en un solo hombre ni en un grupo de hombres, ¡en todos los hombres! Y vosotros, ¡vosotros el pueblo!, tenéis el poder para crear máquinas. El poder para crear felicidad.

Vosotros el pueblo tenéis el poder para crear esa vida libre y espléndida… para hacer de esa vida una radiante aventura. Entonces, en nombre de la democracia, utilicemos ese poder… ¡Unámonos todos! Luchemos por un mundo nuevo, un mundo limpio que ofrezca a todos la posibilidad de trabajar, que dé a la juventud un porvenir y resguarde a los ancianos de la necesidad.

Prometiendo estas cosas, gente ambiciosa se ha hecho con el poder. Pero, ¡han mentido! No han mantenido sus promesas, ¡ni las mantendrán jamás! Los dictadores se han liberado pero han domesticado a su pueblo.

Combatamos ahora para que se cumpla esta promesa.

Combatamos por un mundo equilibrado… Un mundo de ciencia, en el que el progreso lleve a todos a la felicidad.

¡Soldados! En nombre de la democracia, ¡unámonos!