Id y Evangelizad 139: “La liturgia constituye a la Iglesia”

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La clave de interpretación de la realidad: la liturgia

Editorial

El Concilio Vaticano II ha enfatizado una enseñanza secular de la Iglesia: la liturgia es lo más importante de todo lo que ella hace (Sacrosanctum Concilium 7) hasta el punto de que la constituye en su ser y autoconciencia.

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Este aserto se justifica porque la Iglesia existe para hacer posible la incorporación de todos los hombres a la vida divina, perpetuando para ello la Gracia que nace de la Encarnación, de la Pascua de Cristo y de Pentecostés. La Iglesia es el sacramento que permite que esa corriente sobrenatural de divinización-redención se realice en todo tiempo, edad y en cada espacio humano. Y esto acontece, principalmente, en la liturgia, que es la actualización celebrativa, objetiva y común del misterio encarnativo-pascual-pentecostal. Nada hay fuera de la liturgia con su capacidad actualizadora de la memoria de Cristo y de su salvación. Nada hay como ella para poder anticipar el futuro deseado, haciéndolo presente en la celebración litúrgica. Nada hay como ella para formar el Cuerpo de Cristo, tanto en la comunión sincrónica (con los contemporáneos) como en la comunión diacrónica (con nuestros antepasados y los que vendrán).

El ritmo, el desarrollo y el lenguaje de la liturgia (llamado también Rito) es el más adecuado para un conocimiento profundo de Dios, del mundo y del hombre, ya que no se basa en una facultad separada (ni conocimiento aislado ni el sentimiento ni la pura fe solos) sino que opera a través del conocimiento cristiano, que es el del hombre entero y se realiza en el arrepentimiento, la escucha, la admiración, el canto y el silencio. De esta manera nos alejamos del intelectualismo elitista y de los reduccionismos secularistas y espiritualistas.

Todo lo anterior viene corroborado por la historia. Efectivamente, el hecho más importante en el desarrollo de la Iglesia -desde sus primeros balbuceos- ha sido la centralidad de la celebración cultual del Resucitado dentro de la comunidad. En torno al Sacrificio de Cristo en el Altar (prolongado en otros actos litúrgicos que santifican las horas del día) crece la Iglesia, que ahí toma conciencia de su identidad y de su misión. La liturgia hace a la Iglesia. En este sentido, no es correcto presentar la liturgia como si fuese una simple ayuda o auxilio para algo más importante, sea la santificación personal, sea la realización de un proyecto comunitario o la construcción del Reino. La liturgia es lo que constituye todo lo demás, que brota y se consuma en ella o -de lo contrario- no es de Cristo (SC 10)

En verdad, toda la realidad (humana, social, cósmica) y no solo la Iglesia, tiene una estructura constitutivamente litúrgica. Porque todo, absolutamente todo, ha sido creado por y para Cristo (Col 1,16) y -como hemos dicho- Él se nos revela y dona en la liturgia.  Por eso, la simbología litúrgica es la principal gramática que nos puede ayudar a elaborar un nuevo método de análisis de la realidad, una nueva política, un nuevo desarrollo de la cultura cristiana y también una renovación eclesial desde la verdadera sinodalidad en cuanto pueblo de Dios que camina unido anunciando al Señor resucitado hasta que vuelva y que nada tiene que ver con los modelos pequeño burgueses de la democracia representativa o participativa.

Celebrar íntegramente la liturgia (en el doble sentido de fidelidad ritual y de vivencia personal-comunitaria) es el principal reto que tenemos en nuestros días para volver a la centralidad de la Gracia y del aporte específicamente cristiano a nuestro mundo. El no haberlo hecho en estas últimas décadas ha implicado una gravísima crisis que todavía padecemos.

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