El futuro de más de 500.000 niños Rohinyás, hacinados en campos de refugiados del Bangladés situados en la frontera con Myanmar, está en la cuerda floja, y la suya es una “generación perdida”. Así lo sostiene el último reporte de UNICEF, publicado en la vigilia del primer aniversario del inicio de la crisis de refugiados. Según el organismo internacional, los menores que viven desde hace un año en los campamentos improvisados “no tienen acceso al sistema de educación. Se necesitan esfuerzos internacionales urgentes, para evitar que terminen cayendo en la más absoluta desesperación y frustración”.
El reporte se titula “Alerta por los Niños Rohinyás: un futuro en la cuerda floja, construyendo esperanza para una generación de niños Rohinyás” (Rohingya Child Alert: Futures in the Balance, Building Hope for a Generation of Rohingya Children). UNICEF advierte que los menores hacinados “en sofocantes campos de refugiados improvisados [del distrito] de Cox’s Bazar tienen ante sí un futuro desolador, con escasas oportunidades de aprender y sin la más absoluta idea de cuándo podrán regresar a casa”.
Manuel Fontaine, director de operaciones de emergencia, afirma en diálogo con Daca Tribune que “un tercio de los menores de hasta 14 años de edad goza de una red de centros de aprendizaje y espacios ‘para niños’ que les permiten de alguna manera recomenzar y brindan un poco de alivio en medio del ambiente hostil que los rodea” “Una apariencia de normalidad –agrega- ha logrado darse en los campos y en las comunidades que los rodean, pero es una normalidad que no puede prologarse hasta el infinito. Los refugiados viven al filo de la navaja: se sienten asolados por la incertidumbre con respecto al futuro y siguen traumatizados por lo que han visto en Myanmar”.
Hace tiempo que las Ong locales resaltan las dificultades que atraviesan los menores, siendo ellos los más indefensos en la emergencia de refugiados. Según el equipo abocado a los Rohinyás del Ministerio de Gestión y mitigación de Desastres, en total, son casi 700.000 los desplazados que huyeron a Myanmar desde el 25 de agosto de 2017, cuando se reanudó la violencia entre los militares del Arakan Rohingya Salvation Army (ARSA) y los militares del ejército. Estas personas vinieron a sumarse a otras 200.000, que ya habían escapado con anterioridad de Myanmar.
En su mayor parte, viven acampados en chabolas y casillas improvisadas en la zona de Cox’s Bazar, y sobreviven gracias a la ayuda de agencias humanitaria y al apoyo que les brinda la Iglesia. En los últimos meses, los gobiernos de Daca y Naipyidó han llegado a un acuerdo para la repatriación de los refugiados, operación que debía iniciarse en enero de 2018. Lo cierto es que el restablecimiento procede con muchas demoras y lentitud, tal como fue remarcado por la Comisión asesora para Rakhine que la semana pasada concluyó sus tareas.