A sus 85 años Zygmut Bauman (Poznan, 1925) ha atravesado el siglo XX sin perder pie en sus más oscuros recovecos para alcanzar el XXI pleno de experiencia y lucidez. Residente en Gran Bretaña desde los 70, tras huir sucesivamente de los nazis alemanes y los comunistas polacos, antisemitas todos, a sus estudios sobre el Holocausto siguieron los fundamentales análisis sociológicos de la contemporaneidad que le han dado fama mundial.
Alain Touraine y Zygmunt Bauman recogen este año el premio de Comunicación y Humanidades por crear ‘instrumentos conceptuales singularmente valiosos para entender el cambiante y acelerado mundo en el que vivimos’.
¿Cómo no sentirse interpelado por sus advertencias acerca de la disolución de las seguridades de la sociedad del bienestar, del auge de la incertidumbre, el miedo y el olvido?
– ¿La crisis acelera la tendencia que usted señala hacia la modernidad líquida y las identidades flexibles?
Las generaciones más jóvenes que entran ahora en el mercado de trabajo se enfrentan a una fragilidad social que la mayoría de sus padres pudo evitar: los horrores del empleo a corto plazo y su debilidad, y asumir la necesidad de aceptar la degradación social y el drástico recorte de las ambiciones personales. Incluso la perspectiva de la humillación personal y el rechazo de la valía y la dignidad, esas pruebas del destino tan potencialmente dolorosas para la autoestima humana…
– ¿Y la felicidad?
La seguridad se está desplazando, despacio aunque de manera constante, hacia el lugar que hasta hace poco ocupaba la libertad: “Asegurémonos de que nadie nos quita lo que ya hemos conseguido, más que preocuparnos de conseguir más” se convierte en el lema del día. La “seguridad” se eleva a valor supremo. Los Gobiernos buscan legitimar su poder a través de la demostración de su dureza con la criminalidad, la inmigración o el terrorismo.
¿Por qué afirma que la izquierda ha olvidado su compromiso de defender a los pobres?
– Bien, una de las razones es porque es verdad, más allá de toda duda razonable. Los partidos de izquierdas han abandonado en general -en el ejercicio de su gobierno, pero, cada vez más, también en sus declaraciones- la causa del más débil: de los pobres, de los humillados, de los abandonados o los discriminados. Olvidaron e incluso rechazaron abiertamente los dos principios axiomáticos en los que se basa la crítica izquierdista del statu quo: primero, que la comunidad tiene el deber de asegurar a cualquiera de sus miembros frente a un infortunio individual, y segundo, que la calidad de la sociedad debería medirse, no en función del bienestar medio de sus miembros, sino del de sus partes más débiles. En su lugar, compiten con la derecha política por allanar el camino al gobierno de los mercados y de la filosofía que fomentan con hechos y palabras, a pesar de la creciente injusticia, la desigualdad y el sufrimiento que ello conlleva. Mientras, la extrema derecha y los movimientos populistas recogen los postulados que la izquierda abandonó pretendiendo ser sus engañosos defensores, mientras desvían a la gente del verdadero origen de su desgracia.
– Sus tesis seducen a los antiglobalizadores.
– ¿No observa una globalización positiva?
– Hasta ahora, sólo hemos presenciado la globalización negativa, es decir, la globalización de fuerzas como las finanzas, el comercio de materias primas, la información, la criminalidad, el terrorismo, las drogas y el tráfico de armas que son fuerzas que, a pesar de sus profundas diferencias, están unidas por su costumbre y su intención de “violar las fronteras”: por su resistencia, su rechazo y su inobservancia de las leyes locales, los valores, las costumbres y los intereses y por el incumplimiento de la voluntad de los “nativos”. Todavía no hemos empezado en serio la globalización positiva: la ardua lucha para diseñar, construir y poner en marcha unas verdaderas instituciones políticas y judiciales globales y con iniciativa, con el derecho y la capacidad de controlar y supervisar las actividades de todas esas fuerzas actualmente desenfrenadas y de adelantarse a las consecuencias destructivas y catastróficas de sus promesas.
La tierra de Cervantes
– ¿Qué valor tiene para usted el premio Príncipe de Asturias?
– El Príncipe de Asturias es más importante para mí que cualquier otro galardón porque viene de España, la tierra de Miguel de Cervantes el autor de la mejor novela que jamás se ha escrito y el padre fundador de las humanidades. Cervantes fue el primero en lograr lo que todos los que trabajamos en las Humanidades tratamos de hacer con un éxito dispar. Como dijo otro novelista, Milan Kundera, Cervantes envió a Don Quijote a rasgar los telones cosidos entre sí con remiendos de mitos, máscaras, estereotipos y prejuicios, cortinas que cubren firmemente el mundo en el que vivimos y que nos esforzamos en comprender. Pero estamos destinados a luchar en vano mientras el telón no se alce o no se rasgue. Don Quijote no era un conquistador, fue conquistado. Pero en su derrota demostró que todo lo que podemos hacer frente a esa ineluctable derrota llamada vida es tratar de comprenderla.