Apostasía o martirio

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El bautismo te hace militante de Cristo. Te arma para la lucha. La confirmación te inyecta fuerzas para que seas profeta y testigo, es decir: mártir.

Mátir y testigo son términos equivalentes en el lenguaje y en la vida de los primeros cristianos. San Agustín, al comentar hacia el 486 las palabras de San Juan hemos visto y damos testimonio, afirma: decir esto de san Juan es tanto como decir: vimos y somos mártires. Es lógico, pues los mártires sufrieron como testigos de Dios para testimoniar lo que vieron y lo que oyeron.

El valor es virtud necesaria para todo bautizado que quiera salvar el mundo. No es porque las cosas sean difíciles por lo que no nos atrevemos, es porque no nos atrevemos por lo que son difíciles (Séneca). Hay que educar el valor desde la niñez, inspirándose en aquel sabio que decía: Lo difícil es lo que no se puede hacer enseguida. Lo imposible es lo que exige algo más de tiempo.

No es hora de un cristianismo conformista. Sí de la lucha valiente. En muchos países, nuestros hermanos cristianos se encuentran frente a este dilema: apostasía o martirio. La Iglesia de las catacumbas ha vuelto a convertirse en realidad hasta hace poco en la URSS y países satélites, y hoy, en China o en muchos países islámicos, por ejemplo.

Si crees, verás la gloria de Dios (Jn 11, 40). Es la razón permanente para no desesperar nunca de la conversión del mundo. Las posibilidades de hacerlo no deben apreciarse según un cálculo humano de probabilidades. La fe operante capta el poder de Cristo. Pone en nuestra alma un dinamismo capaz de convertir al mundo y de hacer saltar en pedazos piedras sepulcrales y mausoleos sellados.

Las fuerzas anticristianas se han desencadenado en el mundo. Inspiran miedo, pero la fe nos repite lo que Eliseo a su servidor aterrado de la multitud que le perseguía: Hay mucha más gente con nosotros que con ellos… Mira. Y el monte Carmelo se llenó de celestes caballeros. Es la imagen de esa Comunión de los Santos que Cristo arrastra tras de Sí.

La fe desemboca en un mundo de fuerzas desconocidas y misteriosas que debe captar. Nos asegura que una prodigiosa fuente de energía espiritual late en el corazón de cada cristiano, que posee la misma vida de Cristo y el poder de su resurrección.


Profundicemos más en el tesoro de nuestro Bautismo. La mejor manera de hacerlo es vivirlo y darlo a conocer a todos. Muchos son los bautizados, pocos los que conocen y admiran su grandeza.


P. Tomás Morales S.J.