Marguérite Barankitse contra el odio

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La burundesa que ha hecho de la integración entre hutus y tutsis una auténtica cruzada contra el odio. Vino a Madrid a recoger el Premio Mundo Negro a la Fraternidad 2008. Lo que sigue a continuación es transcripción de sus palabras, un testimonio vivo y excepcional que no tiene desperdicio.

Introducción

Cuando empecé este trabajo, mis hermanos tutsis me trataron como una traidora. Los hutus, mis hermanos en el bautismo, creyeron que era una espía

No vengo a contaros la miseria de África. Pido a mis hermanos africanos que dejen de presentarse como eternas víctimas. Todos somos creados por el amor de Dios, somos hermanos, príncipes y princesas. Somos hijos de Dios, ciudadanos del mundo, del paraíso. Debemos irradiar la gloria de Dios. Me enfado cada vez que veo a mis hermanos con cara triste porque pierden su vocación.

Si yo no fuera cristiana, me habría suicidado. Conocéis lo que pasó en Burundi. Cuando yo tenía seis el país sufrió una guerra fratricida; mataron al príncipe, en 1961, al primer ministro, en 1965, los tutsis mataron a sus hermanos hutus en 1972, en 1988 volvieron a matar, en 1993 se mataron mutuamente, fue una crisis que no tiene nombre.

Soy tutsi, en mi familia he perdido a 62 personas, entre tíos, tías, primos y primas. Sin embargo, nunca he querido ver en mi hermano hutu a un criminal. Porque el bautismo que he recibido me ha convertido en hija de Dios y hermana de todo el mundo. Lo que hago es por estar convencida de que pertenezco a una familia grande y muy noble. Pero mi familia biológica no lo entendió.

Cuando perdí a los 62 familiares, quise crear una nueva generación. Intenté huir, en el camino protegí a los hutus con los que me encontraba y que estaban en peligro. Los escondí en el obispado, pero mis hermanos de sangre vinieron para asesinarlos. Me ataron y los mataron a todos delante de mí. Asesinaron a 72 personas ante mis ojos. Ante esto, me pregunté si tenía que suicidarme. Había perdido a mi familia biológica (los hutus habían asesinado a mi familia tutsi) y los tutsis mataron a mis hermanos hutus en el bautismo.

Rechazo social

El 24 de octubre de 1994 fui a la capilla y dije al Señor: “Tú no eres el Dios amor”. Mientras lloraba, oí la voz de los siete niños que había adoptado, que me dijo: “Sí que es un Dios amor. Estamos aquí todos salvados milagrosamente”. Estaban en la sacristía. Ese día comprendí la alegría de la fe que no engaña. Eran cuatro niños hutus y tres tutsis que yo había adoptado, pero no tenía dónde meterlos. Los hutus no querían saber nada de mí y los tutsis rechazaron a mis niños hutus. Huimos porque éramos rechazados por la sociedad burundesa.

Sola con esos niños, sin dinero, sin casa, me dirigí al obispo. Empecé con 25 niños, siete meses después eran 300, dos años más tarde eran 4.000. Una década después es una multitud de niños. Porque la guerra duró demasiado tiempo.

Me dije: “Señor, me has dado estos niños, enséñame a educarlos con amor”. Han crecido, algunos son médicos, políticos… hasta soy abuela de más de 50 nietos. Todo esto es motivo suficiente para no llorar a causa de la guerra. Si cada uno de vosotros se pusiera de pie, seríamos capaces de cambiar la faz de la tierra. Porque si uno cree, es capaz de desplazar el odio y el miedo y puede ser el dueño del mundo.

Un día, un periodista francés llegó a nuestra casa y preguntó a uno de los niños de qué etnia era. El niño lo miró y le dijo: “¿No lo sabes? Somos hutsi-twa-hutu-tutsi-congo-nzungu”. Creo que podemos crear la nueva etnia de los hijos de Dios.

Un día caí en una emboscada que me habían tendido los rebeldes. Rodearon el coche en el que íbamos. Un rebelde me dijo: “Nos insultas todos los días, te vamos a quemar con tus niños”. Entonces, un niño que miraba a los rebeldes a través de la ventanilla preguntó a uno si era padre. El rebelde le contestó que sí. “¿Le gustan los niños?”, volvió a preguntar el menor. “Sí”, contestó el rebelde. “¿Aun así quiere quemar a los niños?”. “Sois como vuestra madre”, dijo incómodo el rebelde, que nos obligó a bajar del coche y después lo quemaron.

Los adultos, sobre todo vosotros los occidentales, queréis controlarlo todo en el mundo y por esto hay guerras. Cuando hay una guerra en África, somos todos los que tenemos que compartir la responsabilidad. ¿Por qué hay guerra en Congo? porque es rico y todo el mundo quiere sus recursos. No hay quien tenga el valor de decir: “¡Parad la masacre!”. Ni siquiera los cristianos.

Guerra política, no étnica

En Burundi, ¿por qué sufrimos? Porque es un pequeño país por el que todo el mundo quiere pasar para entrar en Congo. Para justificarse, inventan que hay una guerra étnica en Burundi.

Un día fui a la cárcel, donde voy todos los domingos para visitar a los reclusos.

El que hoy es criminal podrá hacer cosas maravillosas mañana, ya que Dios lo ha salvado. Y la imagen de Dios nunca se nos quita. Esta persona, este criminal, se ha convertido en mi hermano, es un digno padre de familia, un día me dijo: “Tu perdón me ha resucitado y me ha dado también la dignidad”.

Mientras repartía la comida a los presos, oí que me llamaba uno que estaba en una celda de aislamiento. Los funcionarios me dijeron que era la persona que quemó a mis tías. Entonces les dije: “Precisamente a éste es al que quiero ver”. Porque Jesús en la cruz, dijo al buen ladrón “Esta misma tarde estarás conmigo en el paraiso”. ¿ somos capaces de decir lo mismo a las personas que han asesinado a miembros de nuestra familia? Entonces cogí a esta persona y la lavé. Y me preguntó: “Maggy, ¿por qué haces todo esto?”. Le contesté: “Porque creo en el hombre”.

El que hoy es criminal podrá hacer cosas maravillosas mañana, ya que Dios lo ha salvado. Y la imagen de Dios nunca se nos quita. Esta persona, este criminal, se ha convertido en mi hermano, es un digno padre de familia, un día me dijo: “Tu perdón me ha resucitado y me ha dado también la dignidad”.

El amor siempre triunfa

Un día viajaba a Tanzania cuando me encontré por el camino en mitad de la selva con un joven de 17 años con un arma. Me obligó a detener el coche y pidió que me arrodillara. Entonces le dije: “No, hijo mío, ninguna madre en el mundo se arrodilla delante de su hijo, menos aún cuando tiene un arma”. Y añadí: “Vete a preguntar a la persona que te dio el arma dónde están sus hijos. Están estudiando en el extranjero, quizás en Bruselas, Montreal o en París”. Le miré y ví que estaba llorando. Le dije: “Tira este arma y ven conmigo, te voy a dar una identidad, una dignidad”. Hace diez años que es mi chófer, es padre de familia, está casado y tiene dos hijos.

Recuperemos nuestra identidad de hijos de Dios y triunfará la alegría en todo el mundo. Porque los hay que mueren por exceso de comida mientras otros mueren por falta de alimento. Lo que mata a algunos podría salvar a otros.

Tengo tres mensajes.

El primero a los misioneros que habéis dado vuestra vida por África, para anunciar la Buena Nueva del amor. Gracias de todo corazón por haber dado vuestra vida por África. Estoy segura de que dará frutos. No os amarguéis al ver Congo en guerra, Chad, Ruanda, Burundi, Uganda en conflicto. No, Dios que es amor, está allí porque vosotros habéis sembrado el amor.

El segundo mensaje es para vosotros, pueblo español. No reneguéis de vuestra identidad cristiana. Gracias por haber enviado a vuestros hijos para transmitirnos el mensaje de Cristo a África. Sois nuestros hermanos y seremos hijas e hijos orgullosos y dignos de este mensaje que nos habéis transmitido.

El tercer mensaje es para vosotros, mis hermanas y hermanos africanos. África no está perdida. Estad orgullosos de este continente, que acogió a Jesús cuando tuvo que huir a Egipto.  Contamos con vosotros, intelectuales africanos. No olvidéis que este continente espera a los médicos, las enfermeras, los profesores universitarios. Volved hermanos, volved hermanas. África es nuestra madre, y cuando una madre está enferma, necesita el apoyo de sus hijos.

Injusticia social

El conflicto no fue étnico sino de injusticia social. Ahora el problema es político.

Cuando voy a Bruselas, los congoleños me dicen que soy tutsi y yo les contesto inmediatamente: “Alto, no he venido a atacar a vuestro país”. Lo que hay que ver en el otro es a un ser humano y crear entre todos un paraíso en este mundo.

Si en la vida hay Dios, festejamos siempre la resurrección. Yo vivo en medio de sufrimientos terribles, tengo niños sin manos, sin ojos, niños que fueron violados, niños soldados, enfermos de sida. En 1996 mataron a mucha gente y  enterré a 55 personas en una fosa común.

Dije: “No, Señor, no es cierto. Si eres un Dios amor, ¿por qué me castigas?”. Perdí la voz, durante un mes no podía hablar. Me retiré a un convento de carmelitas polacas, donde estuve un mes pidiendo a Dios que me diera mucha fuerza. Así fue como fundé la Casa Shalom, que significa Paz, para decir no al odio fratricida, no a la muerte, y sí a la vida y al amor.

Fe y educación

Algunos niños llegan con muchas heridas y tardan mucho tiempo en confiar en los adultos. La guerra ha destruido todos los valores de compasión.

Es difícil tener esperanza para los jóvenes. Todos ellos se preguntan dónde van a encontrar un trabajo, cómo van a vivir dignamente. Sé que se puede cambiar esta mala situación en otra más digna.  Es demasiado trabajo.

Conversión del corazón

Sólo se puede dar lo que se tiene. Hay mucha gente que llega a nuestro país y les pregunto a qué han venido. No tienen idea de la dignidad del que vive en la pobreza. Si vamos al país de alguien sin considerarlo nuestro hermano, igual que nosotros, entonces vamos a humillarlo.

Sólo se puede dar lo que se tiene. Hay mucha gente que llega a nuestro país y les pregunto a qué han venido. No tienen idea de la dignidad del que vive en la pobreza. Si vamos al país de alguien sin considerarlo nuestro hermano, igual que nosotros, entonces vamos a humillarlo.

Me peleé con una ONG. Cuando hay guerra, vemos a mucha gente huyendo de los combates. Pero algunos tratan a las personas que huyen como ganado, no como seres humanos, pedí a esta ONG que se marchara. Y me preguntaron que quién me había dado el permiso para detener su trabajo. Contesté: “Dios”. Porque estos hermanos no podían dormir debajo de las lonas que desprenden muchísimo calor de día y por la noche no protegen del frío. Luego, enferman.

Es la misma pelea que tengo con Unicef. ¿Sabéis cuál es el sueldo de un funcionario de Unicef en un país en guerra? La miseria de nuestros hermanos,  se convierte en un negocio.

Cada día es preciso golpearse el pecho y decir al Señor: “Ayúdame y muéstrame lo que hay que hacer, pues no es fácil”. Podríamos hacer un paraíso si nos convirtiéramos todos los días.