Facundo Cabral, trovador de los pobres, asesinado en Guatemala

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Este niño de la calle que había visto morir de hambre a varios hermanos, tenía una profunda fe religiosa heredada de su madre, “mi madre comía de la basura pero lo admirable era que cada vez antes de comer se arrodillaba a dar gracias”

Guatemala y Facundo

Lourdes Ortiz

 

Hoy lloro. No sé si será por Facundo, si será por los que lo mataron, o por el Obispo Girardi que no permitió que se olvidara la historia de los crímenes que han lacerado la vida de este pueblo. No sé si será por la madre de mi amiga guatemalteca a quien acribillaron por negarse a pagar a unos matones una renta por el negocito con el que alimentaba a su familia. No sé si por los 27 campesinos que hace unos días mataron los narcos, que se creen dueños de la vida. No sé si por los cientos de indígenas que he visto en los campos de siembra trabajando bajo condiciones inhumanas para ganarse un bocado de comida.

No sé si lloro por los niños chapinos con sida que conocí en un hogar que casi paraliza mi respiración. Niñitos desde 0 a 12 años con sus miradas pérdidas no tanto por la enfermedad sino por el abandono de sus progenitores. O por los miles de niños que padecen desnutrición ante la falta de alimentos sanos, o por la clínica de las religiosas del Peten cuyo techo se está cayendo pero no la pueden cerrar pues significaría la muerte de decenas de niños cuyos huesos revelan su pobre condición de vida.

Hoy lloro, no sé si con dolor, con rabia, miedo o esperanza, pero lloro…desde tierras tan lejanas y a la vez tan cercanas a ti Guatemala, hoy lloro.

En verdad que ya ni sé si por todos los que conocí en mi corta visita a esas tierras que han sido apaleados, secuestrados, asaltados a punta de metralla. Por los que han perdido a sus hermanos, padres, parientes en aquella guerra que parece no terminar. Por los que le siguen brotando lágrimas al contar las historias de violaciones, laceraciones, crímenes. Por los que en los pueblos del interior toman la justicia en sus manos y asesinan en el centro de sus plazas, delante de toda la comunidad, a los que les roban y violan sus leyes.

Por los inmigrantes que me han contado sus historias de largas caminatas y muertos por el desierto, para ir a buscar unos dólares a la “gran corporación” para poder ofrecer una mejor vida a sus hijos. O por una joven indígena llamada Alejandra quien fue violada y parió un niño y hoy ambos se mueren sin las posibilidades de contar con un vehículo o poder tomar un taxi que los transporte a la capital para recibir un tratamiento digno ante muna enfermedad terminal.

¿Será acaso que la vida que han tratado de acabar en Facundo de momento se encarna en las vidas de un pueblo que vive en medio de una cultura de muerte? ¿Será que Facundo permitirá que la voz de los que no salen en las noticias internacionales grite su verdad al mundo? ¿Será que tuvo que ir a Guatemala a encaminar sus pasos hacia el nuevo cielo, para con su cuerpo baleado en medio de las calles mostrar las heridas desangradas de nuestros hermanos para permitir que el cielo terrenal llegue hasta los que se mueren en vida todos los días?

Quisiera pensar eso, quisiera sentir que este suceso injusto que no tiene sentido alguno, pueda cobrar un sentido trascendente que eleve a la humanidad, que nos permita ver, que nos permita reencontrar el sentido de la vida y la solidaridad en medio de todas las muertes injustas por las que atraviesa la humanidad.

Quizás lloro también porque sí sé lo que es morir en Guatemala, eso lo viví, ahogada en una de sus playas y también resucitada en medio de la mirada atónita de quienes ya me daban por perdida. Y hoy ya entiendo cabalmente que ese algo que llamamos más allá existe, y por eso sé que Facundo ya disfruta de la patria celestial que no tiene techo y que tan bien describió en sus poesías. Ese tiempo y lugar en el que ya no habrá ricos ni pobres, blancos ni negros, buenos y malos, ni ninguna otra distinción de las que hoy siguen destruyéndonos como humanidad.

Quizás lloro porque hace dos semanas transité la ruta camino al aeropuerto La Aurora en Guatemala y con gran tristeza y a la vez gran alegría me despedía de aquellas tierras que me acogieron como hija. Tierras donde vi un valor extraordinario en un pueblo que sabe levantarse cada mañana a trabajar en lo que aparezca, un pueblo que me recibió con los brazos abiertos, me dio posada y mucho calor. Calor que se hacia más intenso mientras más fríos y pobres eran los lugares a los que mis pies llegaron, como las tierras del volcán Tajumulco el más alto de Centro América.

O por todos los amigos que dejo allá, que temen por sus vidas, que les angustia transitar sus calles, pero que siguen apostando al amor. O por aquellos misioneros que en bus o  a pie no dejan de edificar esperanzas, de caminar con el pobre, de construir nuevas redes de tejidos sociales y espirituales que reconstruyan la sociedad. Amigos que amo y por los que no debo llorar, pues en realidad son fuente de inspiración.

Guatemala, un pueblo lleno de espíritu, cultura, riqueza, valor, solidaridad. De grandes seres llenos de fe que aportan en la construcción de la patria, personas honestas, ricas en bondad, muchos arrastrados a la marginación por una miseria que nos debe avergonzar a todos. Un pueblo que grita pidiendo oportunidades. Un pueblo que sabe lo que es permanecer fiel al amor en medio de la muerte.

Quizás hoy tengas mucho que declamar Guatemala y Facundo, quien toca las puertas del cielo para entrar, está también tocando las puertas de la humanidad para que tú puedas salir a declamar tus verdades y ayudarnos a construir los nuevos versos para una sociedad nueva.