Cárcel, sí, pero que se restituya lo robado

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La crisis tiene su origen, está provocada y, por tanto, hay culpables. Pero más importante que el meter en la cárcel a algunos banqueros, es que la banca devuelva lo robado.

Un ex director de Caja Madrid, Miguel Blesa, pisa la cárcel, paga la fianza y sale a la calle. Pero este hecho sirve para poner de relieve que en la actualidad hay 74 directivos del sector financiero imputados en España, algunos relacionados con los partidos políticos mayoritarios; y la cifra puede crecer. Parece que se están exigiendo, por fin, responsabilidades al sector financiero, parece que hay una persecución de quienes cometieron delitos económicos, parece que… Digo “parece”, porque todo esto forma parte más de una limpieza de la fachada, que de un derribo y reconstrucción del edificio (que es lo que realmente hace falta, por cierto).

En primer lugar porque, al final, los grandes banqueros no van a la cárcel. Blesa ha estado entre rejas, pero ha sido breve: Una noche. Yendo un poco más atrás, Sáenz,  el número dos del Banco Santander, fue indultado por el PSOE en los estertores del gobierno de Zapatero y después el PP cambió las leyes para que pudiera seguir ejerciendo su puesto. Pero esto último resultó no ser necesario, porque Sáenz decidió jubilarse con 88 millones de euros de pensión. Así se están persiguiendo los crímenes bancarios.

En segundo lugar porque los directivos que están siendo imputados pertenecen a bancos y cajas que han recibido miles y miles de millones euros del Estado (más los préstamos desorbitados y casi sin interés, que han recibido del Banco Central Europeo, banco que se financia con los impuestos de los ciudadanos europeos). Millones regalados bajo el lema “too big to fall” (“demasiado grande para caer”), uno de esos lemas que se inventa el capitalismo de cuando en cuando, con objeto de justificar el robo que hacen los más ricos a los más pobres. “Ayudas” para “re-financiar”, “re-capitalizar”, “re-flotar”… re-robar a los ciudadanos. “Ayudas” y “rescates” que están detrás de todos o casi todos los recortes que se están haciendo. Todo un dineral que se le ha regalado a la banca y que del que no se exige que se devuelva nada. Y eso que lo justo sería exigir devolución con intereses, con los mismos intereses que esa misma banca pide a los estados, cuando compra deuda pública. Porque recordemos muy, muy resumidamente cómo funciona la “crisis”:

La banca agarra el dinero que tiene y lo invierte en mil negocios (morales e inmorales, legales e ilegales – incluso en armamento nuclear). Luego dice que no tiene liquidez y que necesita ser “rescatado”. El Estado acude en su “auxilio” y le regala miles de millones y/o le presta a un interés muy bajo. Una vez regalado el dinero del pueblo a la banca, el Estado dice: “no hay dinero” (sí lo hay, pero lo has regalado, mentirosillo). El Estado hace recortes y, al mismo tiempo, pide un préstamo a la banca (esto se llama “deuda pública”, porque lo paga el pueblo, no porque lo pida el pueblo). Entonces, la banca hace unos cálculos en los que entran las agencias de calificación, la prima de riesgo, la fluctuación de la bolsa…, para llegar a la conclusión de que el Estado está en la ruina. Como el Estado está en la ruina, la banca pide unos intereses muy altos que nunca podrán ser pagados, lo que hará que el Estado esté cada vez más hundido… Y así la cosa va de mal en peor porque, además de arruinado, el Estado termina preso del interés bancario y legisla en función de lo que digan sus prestamistas.

En definitiva, mientras no se devuelva lo robado no habrá forma de salir de la crisis. ¿Cárcel para los banqueros? Sí, por supuesto. Pero que se restituya lo robado.

Por cierto: una de las justificaciones que se ha hecho para salvar a la banca, era decir que si no se la rescataba la economía se iría a pique. Se ha rescatado y se sigue rescatando a la banca y la economía se ha ido a pique. Por puro método de “ensayo y error”: ¿podríamos probar otra fórmula? Es que si no, algunos podemos empezar a sospechar que no se quiere acabar con la crisis, sino agudizarla.

Autor: Guillermo Madrid