Contra la tiranía del algoritmo

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Que los gigantes de Internet pretendan ser los nuevos amos del universo estaba cantado. Que Silicon Valley aspire a ser la capital del mundo solo era cuestión de tiempo. Pero que la humanidad se rinda a los nuevos conquistadores casi sin ofrecer resistencia…, eso es algo que nadie podía imaginar. Pero está sucediendo.

Es por nuestro bien, aseguran los chicos de la Costa Oeste. Cuando la interconexión sea total, habrá más riqueza, más oportunidades… Además, ¡gratis! O casi. Solo tenemos que dejarles usar nuestros datos. Cedérselos, queramos o no; seamos conscientes o no.

Los grandes de Internet tienen ambiciones planetarias. Google proyecta una red de globos de helio para crear una burbuja de Wi-Fi mundial. Facebook, que está a punto de alcanzar los 1500 millones de usuarios, aspira a que su aplicación esté operativa en los 7000 millones de teléfonos inteligentes que hay en el mundo. Amazon quiere dominar el almacenamiento de datos en la nube, un negocio de 135.000 millones de euros; y no ‘contento’ con condenar al cierre a las librerías de toda la vida, pretende hacer lo mismo con los supermercados, sirviendo la compra a domicilio mediante drones… ¿Este futuro es inevitable?

Google controla el 90 por ciento de las búsquedas de Internet en Europa. Pero el buscador con su algoritmo solo es la punta de lanza de un negocio de más de 300.000 millones de euros. Es la agencia de publicidad más grande del planeta y la mayor base de datos privados, de los que saca tajada comercial. La información es poder. Y miles de start-ups quieren emular a Google y Facebook, mineros de esta fiebre del oro: la prospección de nuestros datos, gustos, secretos…El informático y escritor Jaron Lanier, un renegado de Silicon Valley, llama a las compañías que acumulan información ‘servidores sirena’, en alusión a Ulises. Cree que deberían pagar a cada usuario por su contribución a las bases de datos, pero no lo hacen. Lo engatusan ofreciéndole servicios ‘gratuitos’. Esos servidores concentran la riqueza en manos de unos pocos. Llegará un momento explica en que la mayor parte de lo que se produce, y no solo la música o la información, se generará por medio de software, lo que provocará millones de despidos. De momento, ya estamos pagando un precio: nuestra privacidad. El escritor Dave Eggers vaticina que el ciudadano que defienda su anonimato se convertirá en sospechoso. Solo un hacker o un terrorista pretendería salvaguardar su identidad en la Arcadia transparente de las redes sociales y los selfies. En el fondo, lo que se plantea es que los nuevos amos del universo no están más allá del bien y del mal, aunque lo parezca. Por ejemplo, cuando Twitter pone zancadillas a las investigaciones policiales en los casos de acoso. Y quizá deberían empezar por reconocer que el futuro feliz que nos ofrecen como un regalo tendrá millones de

Jaron Lanier: Renegado de silicon Valley

Científico computacional. Pionero de Silicon Valley. 55 años. Denuncia que el sistema de grandes servidores, al ofrecer productos gratis, lleva al hiperdesempleo y al fin de la clase media. Defiende que los internautas reciban dinero por los datos que se obtienen de ellos. Fue uno de los pioneros de Silicon Valley.

Jaron Lainer. La información es poder y creíamos que hacer esa información libre y gratuita daría poder a la gente. Nos equivocamos. Las cosas cambiaron hace unos diez años. Se produjo lo contrario, una concentración de ese poder en unas pocas manos, en los propietarios de los grandes servidores o lo que yo llamo ‘servidores-sirena’. Se creó así un nuevo tipo de plutocracia, en detrimento de la clase media.

Google, según usted, incide de forma determinante en esto, al concentrar los datos, la información, en unas solas manos.

J.L. Google es solo un ejemplo, pero ha hecho algo muy destructivo para la clase media. Dijeron: dado que la ley de Moore [el principio rector de Silicon Valley que afirma que la tecnología de los circuitos integrados mejora a una velocidad exponencial] hace que la informática sea realmente barata, olvidémonos de la informática y centrémonos en los datos… Y eso es un desastre. El usuario de Internet se convierte en un simple producto. Y es un producto rentable porque puede ser manipulado.

Pero los usuarios, a cambio, reciben un montón de cosas gratis: música, noticias, entretenimiento…

J.L. La gente debe entender que no existe lo ‘gratis’. Cuando los usuarios aceptan un sistema en el que suben vídeos a YouTube y contribuyen con información a las redes sociales sin esperar nada a cambio, lo que están haciendo es trabajar para que otro, con unos servidores muy grandes, haga fortuna. Nos ofrecen cosas gratis a cambio de que permitamos que se nos espíe.

Esas empresas, además, se benefician de otro factor: la enorme ventaja de llegar primero. El ganador se lo lleva todo, dice usted.

J.L. Cuando empiezas a usar la Red para concentrar información y, por lo tanto, poder, es difícil que otro alcance tu posición. Hemos creado un sistema en el que cuanto más grandes son tus servidores, más matemáticos listos tienes trabajando para ti, más contactos tienes y más poderoso y rico eres. La riqueza se mide por lo cerca que estás de uno de esos servidores-sirena.

¿Hay salida a este proceso de concentración de datos?

J.L. Pagar por los datos. Monetizarlos. Los que facilitan los datos no son alienígenas supernaturales. Son personas. Hemos sido hipnotizados con la idea de que no debemos esperar dinero a cambio de lo que hacemos on-line. Lo único que sacamos a cambio son abstractos beneficios de reputación o subidones ego. Sin embargo, si pagas por esos datos, logras un equilibrio. Si algo de lo que una persona dice o hace contribuye, aunque sea en una mínima medida, a una base de datos necesaria para que un algoritmo de traducción o de predicción del comportamiento, por ejemplo, realice su función, la persona debería recibir un ‘nanopago’ proporcional al valor resultante.

Dice usted también que el sistema, como está ahora, lleva al hiperdesempleo. Cada vez más tareas las podrán hacer las máquinas, el software.

J.L. Así es. En poco tiempo va a ser inconcebible ver una persona detrás del volante de un coche. Los camioneros y los taxistas no existirán. Y conste que esto será bueno para el tráfico: habrá menos accidentes… ¿pero qué hacemos con toda esa gente? Hay que encontrar otra forma de que tengan ingresos, dinero que puedan gastar. Es pura lógica capitalista. Por mucho que me duela reconocerlo, podemos sobrevivir si solo acabamos con las clases medias de músicos, periodistas y fotógrafos. Lo que no podremos superar es que a esto se sume la destrucción de las clases medias en el transporte, la industria (las impresoras en 3D van a generar productos industriales en breve), la energía, la educación y la sanidad.

Dave Eggers: El intelectual contra ‘la secta’. Escritor y filántropo, 45 años. Autor de ‘El Círculo’, polémica novela sobre la empresa tecnológica más influyente del mundo, una suerte de amalgama futurista de Google, Twitter o Facebook que todo lo controla. Ha levantado ampollas en Silicon Valley y lo ha convertido en el «escritor más odiado por Internet».

¿Qué lo empujó a escribir El Círculo?

Dave Eggers. Durante años estuve tomando notas sobre el desarrollo del mundo tecnológico y sus implicaciones éticas, morales y comportamentales. Me pareció que era un momento muy interesante de la evolución humana. Creo que estamos cambiando radicalmente como especie y quería enfatizarlo a través de un libro.

¿Cree realmente factible que los acontecimientos que narra la novela formen parte de nuestro futuro a medio plazo?

D.E. Buena parte de las cosas que narra el libro ya están sucediendo. Muchas de las tecnologías que pensé que estaban a cinco o diez años vista ya se están comercializando. Aplicaciones reales como Meerkat o Periscope se parecen mucho a la cámara que lleva Mae [la protagonista de la novela, que lleva 24 horas encendida una webcam]. Cuando empecé a escribir, algunas tecnologías me parecían demasiado descabelladas… Recuerdo que escribí una escena en la que la televisión de uno de los personajes está espiándolo, grabando su voz sin su conocimiento. Pero pensé que era demasiado inverosímil. Y ahora resulta que los nuevos televisores de Samsung hacen exactamente eso. Es una locura.

Es decir, que ya vivimos en un estado de vigilancia permanente. ¿No es así?

D.E. En cierta forma, sí. Pero también depende de dónde vivas. En las ciudades estamos mucho más observados y vigilados que en el campo. Escribí parte de la novela en una zona rural de Ecuador y te aseguro que allí nadie te está observando. Así que, en cierta medida, todavía hay opciones.

¿Cuál diría que es la mayor amenaza a nuestra democracia y nuestros derechos?

D.E. Creo que una gran amenaza es la recolección indiscriminada de datos de ciudadanos privados. Francia, por ejemplo, acaba de abrir la vía para que su Gobierno recopile metadatos de todos sus ciudadanos, supuestamente para mantenerlos a salvo del terrorismo. Pero esa es una clara violación de la privacidad. Un ciudadano debe ser capaz de hacer llamadas telefónicas y enviar mensajes de correo electrónico sin que el Ejecutivo tenga acceso a esa información. Si aceptamos esto, ¿qué más vamos a aceptar? El verdadero peligro es con qué pasividad aceptamos la intromisión en nuestra privacidad, como si esta no fuese importante. Sin privacidad no se puede ser disidente. Y sin disidencia no es que la tiranía sea posible, es que está garantizada.

Que nuestra sociedad cada vez se desarrolla más alrededor de Internet ya es un hecho. ¿Es eso algo inherentemente negativo?

D.E. Exageramos la importancia de Internet. Cuando se inventó la televisión y fue ganando popularidad, nadie pensaba que la sociedad de la época fuese a crecer alrededor de la televisión. Internet no debe ser tratado de manera diferente. Es un dispositivo de envío de comunicaciones de diversa índole, pero no tiene por qué ser el conducto principal de todos los aspectos de nuestras vidas.