El mal por principio

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En el discernimiento moral se ha admitido “el mal menor” como opción aceptable “en último término”

Es decir, que dado el caso límite en que no hay más remedio que elegir “entre dos males” se elija de entre ellos “el menos malo”. Por ello, en la vida política, donde no puede haber una opción que agote el horizonte moral que llamamos el Reino de Dios, se suele hablar de aceptar el “bien posible” entre las oportunidades del momento.

Y en esto, la cuestión de cuál es “lo posible” tiene su aquél, pues no se trata de algo fijo, regido por las leyes de la física, sino de la labor política que depende de las circunstancias y también de la libertad y del esfuerzo humano. Por eso, en el compromiso político “lo posible” dice también de nuestra responsabilidad, de hasta dónde estamos dispuestos a llegar en el sacrificio por los pobres y de cuánto queremos renunciar a nuestros intereses a favor del bien común, según pide la caridad política: amar como el Señor hasta dar la vida, hasta lo necesario para vivir.

Por eso, muchas veces limitamos nuestra intención no “en último término” sino en el mismo planteamiento de salida. De este modo, se justifica con el “mal menor” la cobardía en la defensa de los pobres, porque no se está dispuesto a perder el bienestar que una economía de expolio y explotación ofrece a los enriquecidos. O se excusa con el “mal menor” la permanencia en partidos abortistas en los que no se quiere perder cotas de poder al dar la cara por la vida. No falta tampoco el llamar “realismo” a esta defensa de la propia fama, intereses, partido,… En fin, que llegamos a una situación en la que el “mal menor” no se escoge “en último término” sino que se convierte en un principio de actuación que justifica una complacencia inmoral con la injusticia. Y a esto Pío XII lo llamó “un falso cristianismo».

Autor: José Ramón Peláez