Amazon acaba de patentar un brazalete que controlará por vibración los movimientos de las manos de un trabajador y reducirá el tiempo perdido. Google España acaba de anunciar que la política de empleo, retribuciones y promociones dentro de la compañía se basa ya en la utilización de algoritmos. Lo plantea como garantía de que nunca más habrá brecha salarial entre hombres y mujeres.
Son dos noticias que refuerzan una evidencia: se avanza a gran velocidad en la trazabilidad del trabajo. Pero poco sabemos sobre lo que realmente significa.
La trazabilidad de un producto se define como el conjunto de procedimientos y herramientas que permiten rastrear el histórico, la ubicación y su trayectoria a lo largo de la cadena de suministros. Obtener la traza que va dejando por los diferentes procesos productivos (sus manipulaciones, su ubicación en turnos y lotes, su temperatura o las variaciones en su composición) permite extraer aquellos rasgos que singularizan su valor para el consumidor final.
Si el trabajo es una mercancía, la trazabilidad define su valor
El salto dado hacia la trazabilidad del trabajo es determinante. Aunque el trabajo es una actividad humana y social cuya aportación se materializa colectivamente y su valor depende de un clima laboral determinado, que activa su colaboración, provoca su inhibición o incluso su resistencia, el capitalismo prefiere simplicarlo como una mercancía. Por ello, no es extraño que hablar de trabajo signifique siempre hablar de “mercado de trabajo”.
La trazabilidad del trabajo, como la de cualquier otra mercancía, requiere un conjunto de herramientas que la hagan posible. En este caso, al menos por la acción combinada de tres elementos: de un lado, la economía de las plataformas y su capacidad para integrar verticalmente en simples aplicaciones la gestión de servicios (transporte, mantenimiento, logística, comercio…); por otro, las posibilidades que ofrecen los algoritmos para la gestión de perfiles humanos en sus rutinas, habilidades y cualidades, en tanto que consumidores o productores; por último, la universalización de los smartphones como dispositivos que acompañan y forman parte de la identidad de las personas.
No es algo limitado a algunos sectores en los que reinan los Google o Amazon. Una vez revolucionados los sectores de servicios al consumo, las lógicas rupturistas abordan el asalto al corazón del sistema productivo, identificado con la industria, desde la gestión de los intangibles y los servicios asociados a la producción.
Cómo se manifiesta y qué significa hoy la trazabilidad del trabajo?
La trazabilidad se manifiesta y hace visible de cinco grandes formas.
En primer lugar, por la capacidad para controlar el tiempo de trabajo efectivo de cada persona en cada instante. El horario no existe: la disponibilidad permanente se convierte en un valor central. Cada persona debe dejar constancia en cada momento si está ocupada, disponible o no disponible. La intensidad del trabajo o el relajo y escaqueo en las tareas, y, en consecuencia, la productividad de cada persona son medidos minuto a minuto.
En segundo lugar, la geolocalización aporta identificación al servicio. Es la ubicación de los intervinientes medida por GPS la que determina o condiciona la operatividad de una transacción o un servicio. Si cada vez más cualquier lugar puede ser ya lugar de trabajo, la atención al demandante (proximidad, disponibilidad, respuesta rápida) está condicionada por la ubicación.
En tercer lugar, el control de la actividad la aporta automáticamente el dispositivo que acompaña al trabajador, normalmente su propio smartphone. El tiempo que tarda en llegar al lugar y preparase para la tarea, el tiempo ocupado en resolverla, las consultas que realiza a través de su monitor de apoyo y la firma del usuario-cliente como garantía de culminación del servicio, son los elementos centrales del nuevo control sobre rendimientos.
En cuarto lugar, los algoritmos facilitan que sea el propio usuario/cliente el que aporte su “valoración democrática” del trabajo realizado. En muchas empresas una valoración inferior a un 8 sobre 10, provoca automáticamente una penalización en la retribución. Esas valoraciones forman parte del histórico de cada trabajador y se convierte en un rasgo esencial que mide su reputación. Cambian los parámetros de gestión de recursos y cambian los sistemas de confianza.
Por último, son las plataformas las que asignan el trabajo y las que lo reparten en función de los perfiles y datos históricos que acompañan a cada trabajador. Los parámetros que priorizan a unos sobre otros no están disponibles. Las “listas negras” con trabajadores incómodos será tarea de los propios algoritmos.
El taylorismo se viste de Prada.
La trazabilidad, combinado con el troceamiento del trabajo, son los dos rasgos del trabajo en el capitalismo actual. Y sus consecuencias están claras: se impone un nuevo taylorismo digital caracterizado por una nueva vuelta de tuerca en la capacidad del sistema para la extracción y capitalización de rutinas y perfiles del trabajo humano.
Google asocia los algoritmos a la superación de las brechas de género como si hubieran resuelto un problema técnico mediante una fórmula matemática. Sea demagogia o simplismo tecnoutópico, no es algo nuevo. También el taylorismo se presentaba hace 100 años con la aureola de “organización científica del trabajo” que servía para legitimar la fragmentación de los movimientos humanos en microtareas y rutinas cada vez más simples y alienantes.
La regulación de los nuevos límites es la batalla en la que lo democrático se juega el futuro.
Si la negociación sobre los parámetros de medición de “métodos y tiempos” en el taylorismo fue una batalla fundamental en la lucha sindical para la cuantificación de las primas por productividad, más importante aun es conseguir hoy incorporar transparencia y normas en los “métodos y tiempos” en los que la trazabilidad del trabajo se manifiesta.
La tarea es evitar que la tecnología sirva al perfeccionamiento de nuevas formas de explotación y precariedad, es evitar que la opacidad de los algoritmos encubra sesgos sociales calculados, que los perfiles de cada trabajador construidos desde los múltiples rastros que va dejando en sus diferentes puestos de trabajo se filtren o comercialicen como si se trataran de una mercancía más.
La tarea es evitar que el avance tecnológico legitime el retroceso a nuevas cavernas sociales. Tengámoslo claro: posible es.