Calzado en España, también hay explotación

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Respiran productos cancerígenos en talleres insalubres. Trabajan sin contrato más de 40 horas a la semana por 200 euros

Algunos hasta viven con su familia en una fábrica de la que no salen. Acompañamos a la Policía al submundo laboral que sostiene parte de la principal manufactura ilicitana.

Empieza a llover sobre las casas bajas del barrio ilicitano del Cementerio Viejo. Dos turismos callejean. Dejan atrás a un tipo que carga una bolsa en un ciclomotor desde un portal, que se queda quieto con mirada entrecerrada antes de desaparecer del retrovisor con el giro del último coche. «¿Habéis visto la bolsa? Estaba llena de pares de zapatos. Ahora se empezará a correr la voz de que hemos llegado», cuenta el subinspector. Si el grupo de agentes de la Policía de la Generalitat Valenciana que dirige Manuel Rangel no llega al sitio antes que el chivatazo, se encontrará una nave cerrada y sin luz en lugar de un taller clandestino de calzado trabajando a toda máquina.

Un compañero del primer coche llega a lo que parece un negocio de chapa y pintura al final de un callejón. Llama a la puerta. Tarda algunos segundos pero alguien se decide a abrir. El oficial de paisano muestra la placa, entra en el interior de la nave y grita que saquen los DNI antes de que el empresario, un hombre de cincuenta años en pantalón corto que lleva un auricular bluetooth en la oreja, pueda reaccionar. Ha llegado el día que teme todo patrón de la economía sumergida: un desembarco policial con toda la plantilla en la fábrica.

La primera sensación al entrar llega por los vapores de la cola clavándose en la mucosa nasal. Después llega el contagio de la tensión de los trabajadores, congelados sobre sus viejas máquinas mientras los agentes se esparcen por el taller. Por último, se percibe la discordia entre la atmósfera cerrada y lúgubre de la nave y las rancheras que salen de una radio. «Pueden seguir trabajando», les dice el subinspector, con todos sus documentos en el bolsillo. La cosa no va con ellos. Al menos, no contra ellos.

Uno de los policías le pide al tipo del auricular, que se identifica como el propietario del taller, que le entregue la documentación con los contratos de las personas que tiene pegando cercos a suelas de zapato. Niega con la cabeza. «No saco lo suficiente para contratar. Llevamos aquí unas semanas porque ha entrado un poco más de faena, que si no estaría yo solo trabajando», se justifica. De los seis trabajadores que hay dentro, sólo él cotiza, como autónomo.

«Este material es bueno», opina uno de los agentes sujetando una suela de la talla 44. Lleva el logotipo de Emidio Tucci y el sello «Made in Spain» grabados en dorado. Hay más nombres conocidos en bolsas, cajas y albaranes. Beberlis, Free People, Mango Man. Aparecen en la descripción técnica de los detalles que deben llevar las piezas. Ni rastro de quién ha hecho el encargo ni a quién…

Andrés Valdés en La Información

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