El camino del bautizado es sustantivamente un camino de conversión que vence al pecado, que propone una forma de vida nueva.
D. Luis Argüello planteó en la primera intervención de las jornadas del Homenaje a Guillermo Rovirosa y Julián Gómez del Castillo, «Promoción desde los últimos», aspectos y cuestiones muy interesantes y profundas. Han sido claves de la evangelización en este difícil periodo de cambio, de sufrimiento y de aceleración de tendencias contra los últimos.
Monseñor D. Luis Argüello nos dijo entre otras cosas que promoción, es ponerse en pie frente al pecado; pero la promoción exige también un camino de bajada, un camino de Humildad, Pobreza y Sacrificio. Virtudes de Cristo para vivir la comunión de Vida, Bienes y Acción.
La evangelización, pone en el centro de la misma a los pobres, no como propuesta oportunista de un momento histórico o político determinado, sino como su verdadera razón de ser.
El camino del bautizado es sustantivamente un camino de conversión que vence al pecado, que propone una forma de vida nueva. Por eso debe ir acompañado de una innovación en la formas de vida, y un compromiso militante en la transformación de las instituciones. La evangelización, pone en el centro de la misma a los pobres, no como propuesta oportunista de un momento histórico o político determinado, sino como su verdadera razón de ser.
Si aceptamos este camino de Conversión, experimentamos realmente como el Señor tiene fuerza para liberar mis cadenas, y me invita a salir a los caminos para liberar las cadenas de otros. Es un mismo movimiento, conversión y liberación, en ese descendimiento con Cristo y su Iglesia.
La aportación de los pobres está en medio de la Evangelización. El plan de Dios participa del Hogar, de la Familia y Hogar, de la misma Iglesia…
Recordemos Lumen Gentium 8, que es un texto que nos propone el eje del Pesebre y de la Cruz necesarios para estar en el camino evangelizador. Lo recordamos:
Cristo, el único Mediador, instituyó y mantiene continuamente en la tierra a su Iglesia santa, comunidad de fe, esperanza y caridad, como un todo visible [9], comunicando mediante ella la verdad y la gracia a todos. Mas la sociedad provista de sus órganos jerárquicos y el Cuerpo místico de Cristo, la asamblea visible y la comunidad espiritual, la Iglesia terrestre y la Iglesia enriquecida con los bienes celestiales, no deben ser consideradas como dos cosas distintas, sino que más bien forman una realidad compleja que está integrada de un elemento humano y otro divino [10]. Por eso se la compara, por una notable analogía, al misterio del Verbo encarnado, pues así como la naturaleza asumida sirve al Verbo divino como de instrumento vivo de salvación unido indisolublemente a El, de modo semejante la articulación social de la Iglesia sirve al Espíritu Santo, que la vivifica, para el acrecentamiento de su cuerpo (cf. Ef 4,16) [11].
Esta es la única Iglesia de Cristo, que en el Símbolo confesamos como una, santa, católica y apostólica [12], y que nuestro Salvador, después de su resurrección, encomendó a Pedro para que la apacentara (cf. Jn 21,17), confiándole a él y a los demás Apóstoles su difusión y gobierno (cf. Mt 28,18 ss), y la erigió perpetuamente como columna y fundamento de la verdad (cf.1 Tm 3,15). Esta Iglesia, establecida y organizada en este mundo como una sociedad, subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él [13] si bien fuera de su estructura se encuentren muchos elementos de santidad y verdad que, como bienes propios de la Iglesia de Cristo, impelen hacia la unidad católica.
Pero como Cristo realizó la obra de la redención en pobreza y persecución, de igual modo la Iglesia está destinada a recorrer el mismo camino a fin de comunicar los frutos de la salvación a los hombres. Cristo Jesús, «existiendo en la forma de Dios…, se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo» (Flp 2,6-7), y por nosotros «se hizo pobre, siendo rico» (2 Co 8,9); así también la Iglesia, aunque necesite de medios humanos para cumplir su misión, no fue instituida para buscar la gloria terrena, sino para proclamar la humildad y la abnegación, también con su propio ejemplo. Cristo fue enviado por el Padre a «evangelizar a los pobres y levantar a los oprimidos» (Lc 4,18), «para buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lc 19,10); así también la Iglesia abraza con su amor a todos los afligidos por la debilidad humana; más aún, reconoce en los pobres y en los que sufren la imagen de su Fundador pobre y paciente, se esfuerza en remediar sus necesidades y procura servir en ellos a Cristo. Pues mientras Cristo, «santo, inocente, inmaculado» (Hb 7,26), no conoció el pecado (cf. 2 Co 5,21), sino que vino únicamente a expiar los pecados del pueblo (cf. Hb 2,17), la Iglesia encierra en su propio seno a pecadores, y siendo al mismo tiempo santa y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación.
Ser Bautizado, es entrar en el tiempo bautismal, tiempo de misión y de encarnación
En definitiva para nosotros, Ser Bautizado, es entrar en el tiempo bautismal, tiempo de misión y de encarnación. Y el compromiso bautismal te lleva donde no quieres, es un paso más allá de la propia voluntad, pasamos pues de una clave de opción a una clave de vocación. Del compromiso temporal al compromiso bautismal.
Pero hay una virtud previa e indispensable, la virtud cero de la obediencia al Padre. Que nos es otra cosa que vivir la vida cristiana como Vocación. Es otra clave, vivida desde esta virtud cero, vivida en la vocación que funda nuestro propio ser cristiano. El Señor y los pobres marcan realmente el camino, no son una opción, son constitutivos de nuestro ser y de la Comunidad. Pero ¿estamos en esa escucha?
La Iglesia, Sacramento de Salvación, invita a los pobres a la conversión, a ser militantes del Reino, a evangelizar a otros (ricos, pobres, pecadores…todos hermanos)
Amigos, sigamos en la lucha por la promoción de los últimos.
Resumen realizado por la redacción de solidaridad.net