INMIGRACIÓN, NACIONALISMO y RACISMO. El caso catalán

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Si bien es cierto que en todas partes cuecen habas (como se ha demostrado sobradamente en El Ejido), las declaraciones xenófobas y racistas de la primera dama catalana y del anciano ex-President del Parlament de Catalunya han revelado que en parte de la clase política catalana se hallan presentes ideas de esa calaña, cuyo lejano origen rastrea aquí Antonio Santamaría. ¿Quieren aprovechar el fenómeno de la inmigración para echar mano del peor nacionalismo populista y xenófobo?. ¿por qué los líderes de la izquierda catalana se esfuerzan en taparle las vergüenzas a Barrera?. «…aquí, en Cataluña, hay de momento dos comunidades que se observan o se maljuzgan, que se acusan mutuamente o se disculpan, se valoran o se desprecian» (…) Las declaraciones xenófobas de la primera dama catalana, Marta Ferrusola, seguidas por el libro y las manifestaciones racistas del ex-President del Parlament de Catalunya y dirigente histórico de ERC, Heribert Barrera, desataron un vendaval de críticas y abrieron un interesante debate en la sociedad catalana sobre el concepto democrático de ciudadanía y sobre las relaciones entre nacionalismo y racismo. La coincidencia de ello con la aplicación de la contestada reforma de Ley de Extranjería y por la situación creada por el encierro de unos 700 sin papeles en varias iglesias de Barcelona, confiere una mayor relevancia al tema. Las opiniones de Barrera-Ferrusola no son nuevas, ni siquiera originales y se inscriben en estricta continuidad con una tradición de más de un siglo de antigüedad. Una historia poco conocida, que en parte ya está escrita, y que en el futuro nos proporcionará valiosas claves para comprender la evolución de los componentes étnicos del nacionalismo catalán.

I. Crónica de un escándalo

Ferrusola

El martes 20 de febrero de 2001, Ferrusola pronunció una anodina conferencia en un acto organizado por La Caixa de Girona ante un público mayoritariamente femenino, de edad madura y convergente. Según el corresponsal de lujo de El País, Antoni Puigverd, «todo cambió a la primera pregunta del respetable: ¿qué opina de la inmigración?». La primera dama se transfiguró y entonó «un discurso visceral que fluyó entre indignado y contenido, con abundantes exclamaciones (…) No sé si pretendía conquistar al auditorio. Era algo más intimo lo que le impulsaba a hablar hasta convertirse en una inconsciente vecina de Le Pen».(1)

Para la primera dama, Cataluña se enfrenta, a «un alud muy distinto de las emigraciones de 50 años atrás» porque «la inmigración que ahora llega tiene una religión y una cultura distinta y quieren que se respete». Por ejemplo, a los kurdos embarrancados en la costa francesa no basta con acogerles y alimentarles, sino que encima «tiene que ser con su comida». Andando el tiempo, «las iglesias románicas ya no servirán y servirán las mezquitas» y no hará falta esperar mucho: «Ahora mismo esos los tenemos encerrados en las iglesias de Barcelona». La situación es peor que durante la gran emigración de los 60 -al fin y al cabo los andaluces son tan católicos como los catalanes, aunque la expresión cultural de su religiosidad sea distinta- y la lengua se puede aprender. La asimilación lingüística se rebela el factor esencial del proceso de «integración» del inmigrante y de su incorporación a la plena catalanidad. Así, Ferrusola expresó sus temores de que la inmigración actual aprenda únicamente el castellano y se sume a la masa de andaluces y extremeños, a los que dedicó estas palabras, mostrando una parte ínfima del dedo gordo: «ésa gente saben hablar el catalán muy bien y no hay que ceder ni así». Una actitud beligerante que ilustró con una anécdota de la infancia de sus hijos, cuando los llevaba al parque: «Hoy no puedo jugar, madre, todos los niños son castellanos».

Un problema cuya raíz se halla en la baja natalidad de los catalanes y agravado porque las insuficientes ayudas van a parar precisamente a los extranjeros que «tienen poca cosa, pero lo único que tienen son hijos (…) Mi marido dice que hay que tener tres hijos, pero (…) las ayudas sólo son para esa gente que no saben lo que es Cataluña. Sólo saben decir: dame de comer». La primera dama alertó sobre el peligro que se cierne contra la esencia del país: «Si los catalanes no nos preocupamos por Cataluña, los otros la destruirán. Todas las baterías apuntan contra Cataluña. Estamos retrocediendo no cinco, sino 19 o 20 años», en manos de una gente que «quieren imponer sus cosas. Ahora bien, nosotros seguiremos con la lengua: que la hablen».

El aluvión de críticas no se hizo esperar; desde la sociedad civil, Cáritas denunció la falsedad de los datos sobre la ayuda a los inmigrantes y SOS Racismo la acusó de caer en la «Xenofobia y en la descalificación genérica de los inmigrantes». Los sindicatos UGT y CCOO calificaron las declaraciones de propias de una persona de «mentalidad intolerante, nacionalcatolicista y excluyente».

Entre los partidos políticos las reacciones fueron diversas. El PP no desaprovechó la ocasión y expresó su preocupación porque en el entorno de Pujol haya «personas que están haciendo un discurso contradictorio y preocupante» en esta delicada materia. Una toma de posición un tanto cínica, pues el 9 de febrero, días antes de las polémicas declaraciones de la Ferrusola, aunque esto no se sabrá hasta un mes más tarde, Alberto Fernández Díaz, presidente del grupo popular, tramitó una proposión no de ley ante el Parlament de Catalunya para que la Generalitat promueva la enseñanza de la religión católica en las escuelas públicas y vele «para que la enseñanza de las religiones, la demanda de las cuales no llega al 0,5%, no desplace la enseñanza católica». Una propuesta que va en el mismo sentido que las polémicas declaraciones de Ferrusola. (2)

Desde la izquierda, el PSC no quiso cargar las tintas y pasó de puntillas sobre el tema, aunque se mostró preocupado por «el modelo de catalanismo que continúa necesitando enemigos exteriores en lugar de apostar por la convivencia» y ERC advirtió sobre la «alarma social» que generaban estas manifestaciones. IC-V fue la formación más coherente al exigir a Pujol que se posicionase claramente y se desmarcase de las opiniones de su esposa.

Para comprender la situación hemos de tener en cuenta una norma no escrita de los códigos de conducta del nacionalismo catalán: existen cosas que se piensan o se comentan en el círculo más íntimo, pero que jamás se dicen en público, pues si se dicen estalla el escándalo. Una doble moral «farisaica», por utilizar la expresión de Oriol Malló y Alfons Martí, que resulta una peculiar adaptación nacional-catalana de la doble moral victoriana de las burguesías conservadoras. (3)

En este sentido, desde distintos sectores se aplaudió «farisaicamente» la actitud valiente de la primera dama, que rompiendo los tabúes y moldes, se atreve a decir lo que piensa, sin pelos en la lengua. Ferrusola, por su parte, ante la presión mediática y política, da marcha atrás y matiza sus primeras declaraciones diciendo que «no pretendían herir ningún tipo de sensibilidad» y asegura que siempre ha defendido una sociedad «acogedora y que diese un trato justo a la inmigración».

Mas, Pujol

El escándalo experimentó una súbita e inesperada subida de nivel cuando los máximos responsables de la Generalitat justificaron las declaraciones de Ferrusola. Primero, Artur Mas, sucesor oficial de Pujol y flamante conseller en cap, que dicen las malas lenguas contó con el apoyo incondicional de la primera dama en toda la operación, disculpó a su mentora el miércoles con el argumento de que sus ideas «son compartidas por miles de personas».

Dos días después, el President Pujol no puede sustraerse a la presión y, en declaraciones a la emisora Ona Catalana (23/2/01), defiende el derecho a opinar de su consorte, con idéntico argumetno que su delfín, «lo que piensa Marta Ferrusola es lo que piensan la mayoría de ciudadanos» y alabó su valentía, pues «no se puede dejar de lado la opinión pública» y saber tener en cuenta sus reacciones a veces negativas respecto a la inmigración. En este sentido, justificó el apoyo de CiU a la Ley de Extranjería y se mostró sensible a los temores de un sector de la población que quieren «mantener la identidad» del país amenazada ante la oleada inmigratoria.

La gravedad que supone que los máximos responsables políticos del país le hagan un guiño tan descarado al racismo y la xenofobia hace sonar las alarmas. Así, Josep Ramoneda, un agudo observador de la política catalana, formula estas inquietantes preguntas: «Todos sabemos que CiU vive una crisis de fin de etapa (…) ¿En el vértigo de la pérdida del poder estará la clave de su empeño en dar naturalidad a las declaraciones de Ferrusola? ¿Quieren aprovechar el fenómeno de la inmigración para echar mano del peor nacionalismo populista y xenófobo? Puede que esta estrategia les diera votos, pero sería una grave irresponsabilidad que marcaría para siempre al que se va y al que llega» y finaliza el artículo con una vibrante apelación político-moral al President: «Dudo que sean mayoría los que piensan como Ferrusola. Tengo mejor opinión de mis conciudadanos. Pero si fuera así, la opinión de la mayoría no justifica nada cuando es xenófoba y, por tanto, antidemocrática, y la obligación de un político democrático es luchar contra la xenofobia -aunque pueda costarle votos-, explicar su sinsentido y desarrollar políticas que refuercen la cohesión social. Pujol, a quien le gusta tanto la pedagogía política, tenía una buena oportunidad de practicarla explicando por qué su mujer está profundamente equivocada». (4)

Heribert con Barrera

No se habían apagado los ecos del affaire Ferrusola, cuando el martes 27 de febrero salta a la palestra Heribert Barrera, con motivo de la publicación del libro Qué pensa Heribert Barrera, fruto de una larga entrevista con el periodista Enric Vila y trufado de manifestaciones xenófobas y racistas (5). Una obra que estaba prevista fuera presentada por Jordi Pujol en persona, el jueves 1 de marzo en el Ateneo Barcelonés, una entidad que Barrera había presidido. Todos los grandes diarios catalanes reproducen amplios pasajes del libro y de sus abundantes declaraciones a los medios de comunicación:

«Si continúan las corrientes migratorias actuales Cataluña desaparecerá (…) Eso claro está si la entendemos como una nación, con su lengua, su cultura y su historia y no como un simple territorio (…) ¿Hasta qué punto el asimilacionismo español triunfará por cuestión de número? No lo sé. Tengo la esperanza de que quizá podamos aguantar , que podremos ir integrando a la población de origen español y la llegada de los de fuera de España. Ahora bien, no lo veo seguro». Pero resulta «evidente que cualquiera que quiera españolizar Cataluña tiene interés en que la inmigración venga hacia aquí. Es una fórmula muy eficaz».

El discurso de Barrera guarda numerosos puntos de contaco con el llamado etnodiferencionalismo de Alain de Benoist y la Nouvelle Droite francesa de los 70: «Para mí el significado antiguo del racismo es el que vale. Es decir, racista es aquel que cree que hay razas superiores a otras o acepta discriminaciones en función de la raza. Pero cuando el señor Haider dice que en Austria hay demasiados extranjeros no está haciendo ninguna proclama racista. Quiere decir que quiere preservar la sociedad austríaca tal como a él le gusta, tradicional, lo que resulta imposible desde el momento en que se incorpora un número considerable de extranjeros». Barrera, que cree que existe una base genética que determina las características de las razas humanas , como la inteligencia, rechaza el multiculturalismo y el mestizaje: «A mi que me digan qué ganamos nosotros porque ahora se bailen tantas sevillanas. No ganamos absolutamente nada. Ni con tener tantas mezquitas y con que haya un porcentaje más alto de musulmanes». Cataluña no ganó nada con la emigración española de los 60: «Aquí vivieron un poco mejor, trabajaron, se les pagó y no creo que nosotros les debamos nada a ellos ni ellos deben agradecernos nada a nosotros (…) El país en conjunto creo que salió perdiendo. Encontraría muchos argumentos. Ahora mismo tenemos escasez de agua. Si en vez de ser seis millones fuéramos tres, no tendríamos este problema». Para Barrera, preservar la diversidad cultural consiste en mantener la existencia separada de las etnias en sus respectivos nichos identitarios, sin mezclas, ni impurezas.

Ante la magnitud de la tragedia, el líder de IC-V, Joan Saura, exige a Pujol que no asista a la presentación del libro, una petición a la que después se suman el PP y el resto de partidos. Sin embargo, el President se mantiene en sus trece y el mismo jueves declara a una emisora que acudirá al acto «porque puede presentarse un libro desde la discrepancia».

Inesperadamente, los mismos inmigrantes objeto de tan duras descalificaciones se convierten en sujeto activo y toman el protagonismo concentrándose ante el Ateneo Barcelonés horas antes de la presentación. Ante el temor de incidentes, la Editorial Proa comunica la suspensión del acto y se producen duros duelos verbales entre partidarios de Barrera e inmigrantes. La cosa no acaba aquí, otro grupo de sin papeles les espera frente a la céntrica emisora de la cadena SER, y le increpan con gritos de «racista y fascista». En la entrevista, emitida para toda España, Barrera, que se negó a hablar en castellano, se presentó como una «víctima» de los medios y calificó la situación «propia de república bananera» que «grupos de inmigrantes sin papeles» presionasen con éxito hasta conseguir la suspensión de un acto al que iba a asistir el President de la Generalitat. Su actitud provocadora a la salida de la radio propició que los incidentes continuaran en las Ramblas.

ERC, cuyo congreso estaba a punto de celebrarse (17 y 18 de marzo), se encontró ante una situación delicada, tanto por la relevancia iconográfica de Barrera como símbolo histórico del partido, como sobre la posición de esta formación respecto a la Ley de Extranjería, que Barrera considera demasiado blanda. De hecho PSC, IC-V y ERC se han unido para presentar recurso de inconstitucionalidad contra la citada ley, que fue rechazado por un voto de diferencia del bloque PP-CiU. En un primer momento, su portavoz parlamentario, Josep Huguet, se desmarcó del apoyo a Haider y aseguró que las ideas de su ex-presidente sobre los peligros de la inmigración para la identidad catalana eran «opiniones personales» que «no se corresponden con las posiciones del partido». No obstante, reinvindicó la figura histórica de Barrera, al que la senilidad había trastornado, y pidió «que no se criminalice la opinión de la gente que tiene miedos». En el desarrollo del escándalo, las juventudes y otros sectores del partido piden la expulsión o la apertura de un expediente disciplinario contra su ex presidente; una iniciativa que la dirección, en vísperas del congreso, desestima. El líder de la formación, Josep-Lluís Carod-Rovira, que tiene que comparecer a diario ante los medios para contrarrestar la orgía de declaraciones de don Heribert, prefiere no plantear el fondo de la cuestión y desviar la atención con el socorrido recurso de atribuir el escándalo a una operación del españolismo más rancio que se aprovechaba de la chochez de Barrera para destruir el nacionalismo catalán igualado a raismo. El catalanismo siempre ha sido democrático, integrador y progresista; por el contrario, el españolismo siempre ha sido imperialista, racista y excluyente, como demuestra la actuación del alcalde de El Ejido. «¿Qué se puede esperar de un pueblo que eligió el Día de la Raza como fiesta nacional?» -preguntó ante las cámaras de TV3 en el programa Ágora.

Una trinchera defensivo cuyos ejes ideológicos fueron expuestos con gran claridad y precisión por uno de los ideólogos y publicistas más reputados del nacionalismo catalán, el historiador Joan B. Culla i Clará.(6) ERC acabará planteando, en un patético esfuerzo por conciliar los extremos, una polémica propuesta para seleccionar a los contingentes de inmigrantes en los países de origen a los que se aleccionaría sobre la realidad nacional del país de acogida.

La actitud del PSC, Pasqual Maragall, fue de una gran suavidad, siempre comprensivo e ingenuamente «sorprendido» de que Barrera, un político al que tanto aprecia, pueda defender estas tesis. En un extraño ejercicio de funambulismo lamentó que el acto se hubiera suspendido. «No es una buena noticia que no hable, la mala noticia es que piense lo que piensa». Una tibieza que le costó las críticas de intelectuales como Francesc de Carreras ante «el ruidoso silencio de Maragall que ha desaprovechado otra ocasión para hacer pedagogía democrática» o, en el mismo sentido, de Ramoneda y la requisitoria del líder de IC, Joan Saura, «se han hechado en falta voces que condenaran más claramente» la deriva xenófoba de algunos sectores del nacionalismo.

Aquí, tanto Maragall como Carod- Rovira no pueden alegar ignorancia, pues este discurso integrista era de sobras conocido, al menos desde hace más de 20 años. Por ejemplo, en 1980, en otro libro Barrera utilizaba casi exactamente las mismas palabras que ahora:

«Hemos de eliminar todos los complejos de culpabilidad, todas las relaciones de subordinación, todos los intentos de paternalismo. Tiene que quedar claro que en la situación actual hay dos comunidades, las dos comunidades no tienen nada que agradecerse. La inmigración no ha significado para Cataluña ningún beneficio a fin de cuentas (…) Para Cataluña habría sido preferible otro tipo de desarrollo que no requiriese esta inmigración masiva (…) Tendríamos menos problemas respecto al paro, la estructura de las empresas, la concentración en el área metropolitana de Barcelona, menos problemas respecto de algunos productos naturales como el agua, menos problemas de destrucción del medio ambiente» (7).

La cuestión a dilucidar es doble: ¿por qué los líderes de la izquierda catalana se esfuerzan en taparle las vergüenzas a Barrera?, ¿por qué hace veinte años las mismas manifestaciones no provocaban ningún escándalo y no impidieron que Heribert Barrera fuese el primer presidente del Parlament de Catalunya y socio político de Pujol de 1980 a 1987 y ahora sí?

Para más inri sale a la luz un oscuro episodio de la juventud del veterano político; según diversas fuentes, Barrera, Alexandre Cirici-Pellicer y un sector de jóvenes nacionalistas exiliados en la zona de Vichy impulsaron la toma de contactos con los nazis para explorar la posibilidad de crear un estado catalán en el marco del Nuevo Orden que, al parecer, Josep Tarradellas cortó en seco. (8)

Epílogo

Jordi Pujol, consumado maestro de ceremonias de la política catalana, quiso cerrar la crisis y deshacer la ambigüedad y el peligroso coqueteo con la xenofobia que duraba ya diez días. Una hora después de la anulada presentación, convoca una rueda de prensa para dar lectura a una declaración oficial donde, aunque alabó la trayectoria política de Barrera como demócrata y antifranquista, mostró «su desacuerdo profundo» con sus tesis y sin citarlas, se desmarcó de las de su esposa. Pujol señaló que los objetivos de la política sobre la inmigración deben ser «la integración de las personas, la cohesión social y la convivencia ciudadana». Los inmigrantes deben conocer y exigir que se respeten sus derechos, pero también deben cumplir con sus deberes, que son los mismos que los del resto de los ciudadanos. Además, han de aceptar que el país receptor posee una identidad propia que los recién llegados deben respetar». Éstos, a su vez, tienen el derecho de «reclamar que su estilo de vida no sea alterado sustancialmente y que no sea amenazada su identidad como colectividad». Para subrayar sus distancias Barrera y Ferrusola, quiso dar una imagen optimista de Cataluña que ha superado pruebas muy difíciles para construir «una sociedad de convivencia y progreso individual y colectivo». El President de la Generalitat concluyó que el país no podía perder, este «tesoro» cívico que habían levantado todos, «los seis millones de catalanes», que invita a mirar con confianza y «autoestima» el futuro.

II. Teoría de la raza humana.

Los orígenes del pensamiento racial catalán arrancan de la década de 1880, en plena Renaixença, con la aparición de los primeros estudios etnográficos y raciológicos de Sampere i Miquel, J. M. Batista i Roca y especialmente Pompeu Gener. Para el historiador, Joan- Lluís Marfany, uno de los mejores conocedores de este periodo, el catalanismo no se aparta de la pauta marcada por el resto de nacionalismo de finales del XIX, «el racismo los impregna a todos, como impregna toda la cultura de la época». (9)

Ya en la obra de Valentí Almirall Lo catalanisme (1886) se elabora una distinción de las diferencias entre el «carácter» castellano y catalán que se aproxima mucho a la «teoría racial de la nación catalana» que Pompeu Gener sería el primero en enunciar en su influyente libro Herejías (1887). Existe una raza catalana, de origen ario-gótico, superior al resto de pueblos peninsulares, de raíces semíticas. Mientras los catalanes reconquistaron pronto sus territorios y entraron bajo la benéfica influencia aria de los francos, Castilla pasó largos siglos dominada por los semitas «árabes y bereberes» lo que explica la radical diferencia y la incompatibilidad de ambos pueblos. Joaquim Casas-Carbó en 1891 en sus Estudis d´etnografia catalana utilizará argumentos filológicos para demostrar el irrefutable origen ario de los catalanes. (10)

Unas ideas que pasan a formar parte del corpus doctrinal del naciente catalanismo. En marzo de 1899 se produce un gran escándalo que recuerda vivamente al que un siglo después ha protagonizado Barrera; además, ambos se suceden en el mismo escenario del Ateneo Barcelonés. El doctor en medicina Bartomeu Robert, recientemente nombrado alcalde de Barcelona por designación real, a instancias del político catalanista Durán i Bas y del primer ministro conservador Francisco Silvela, pronunció el día 13 en la citada institución la primera de una serie de conferencias tituladas La rassa catalana. En una sala abarrotada, el doctor Robert disertó sobre la heterogeneidad racial de la Península motivada por las invasiones germánicas y semitas. Utilizando los métodos de la frenología sobre las medidas del cráneo tan de moda en la época, distinguió tres áreas raciales: braquicéfalos de cabeza redonda de las regiones del Atlántico, dolicocéfalos o cráneo alargado de las regiones mediterráneas y mesicéfalos, mezcla de ambos en la España central. Se desencadenó una fuerte polémica en la prensa madrileña y catalana sobre el tema, que los medios catalanistas atribuyeron a una interpretación maliciosa del discurso del doctor Robert, cuyas palabras no habían querido ofender, ni mucho menos enfrentar, a Castilla y Cataluña por la cuestión del cráneo. Una polémica, además, decían que atizada interesadamente por la oligarquía centralista y corrupta de Madrid para desacreditar el catalanismo. Finalmente, la segunda conferencia del médico-político, aunque estaba anunciada en los diarios, fue suspendida. (11)

Lo cierto es que en las publicaciones nacionalistas de la época como Tralla, Cut-cut, La Esquella de la Torratxa, La Nació Catalana… abundan artículos y cartas titulados «Moros mal qu´els pesi», «Sí, hi ha rasses», «Contra´ls els semites» o firmados «Un que li repugnen els castellans»; la lista es inacabable. Los castellanos son calificados de «bereberes de la Península», cuyo temperamente muestra su «afinidad con todos los pueblos semitas», y que resulta incompatible con las características «europeas» de la raza catalana, una dominación que estrangula las posibilidades de desarrollo económico de la patria. Otro prócter del catalanismo, Joan Bardina, dedicó una larga serie de conferencias divulgativas sobre el tema donde se va conformando la imagen de una España «africana» agrícola, burocrática y semita, frente a una Cataluña «europea», industrial y aria; para Domingo Martí i Juliá resulta una cuestión «de higiene social» impedir la entrada de «elementos personales, intelectuales, morales y políticos degenerados y producto de razas inferiores y además decadentes».

Marfany cree que la principal función del racismo catalanista, como en todos, es denunciar la presencia de miembros de otra «raza», causante de todos los males de la sociedad. El catalanismo «se inventa un problema castellano y divulga la teoría de una inmigración castellana» que viene a Cataluña para vivir a expensas de una riqueza que no han contribuido a crear y, lo que es más grave, a causar unos problemas sociales que de otro modo no existirían. Sobre este humus ideológico, Enric Prat de la Riba, el arquitecto del catalanismo político, reformulará estas ideas, puliendo sus aristas más biológicas y racistas; así, los catalanes no son una «raça antropológica», sino una «raça histórica». Las naciones son distintas porque la raza, pero sobre todo la historia, las han hecho diferentes. La «castellanización» de Cataluña sólo es «una costra sobrepuesta, una costra que se cuartea y salta, dejando salir intacta, inmaculada, la piedra indestructible de la raza».

En el análisis de Marfany, la categoría tierra es la que da sentido a todo, «un auténtico fundamento sólido e inmutable» y donde nacen o van a parar «todas las teorizaciones de la nación catalana (…) Es la tierra, en definitiva, la que hace la nación». Bonaventura Riera en 1899 desarrollará este tema en el artículo L´anima del catalanisme. La tierra es como una esponja que recoge las razas, asimila a los hombres y les informa de una misma fisonomía, una tierra que hace hablar a los hombres la misma lengua y tener las mismas costumbres. Así, siguiendo esta lógica, «si fuera posible hoy exterminar a todos los catalanes poblar nuestra tierra de gente de otros países, dentro de un plazo más o menos remoto volvería a existir el pueblo catalán» tal y como lo conocemos ahora».(12)

Demografía e inmigración

Paralelamente, a finales del XIX, una serie de tratadistas y médicos de orientación higienista y natalista, católicos y antimaltusianos como Escudé Bartolí, García Faria, Joan Viura, Josep Blanc, A. Planelles… alertan sobre los peligros del descenso de la natalidad y fecundidad catalana. Según Josep Termes estos tratadistas consideran la baja natalidad un síntoma de decadencia moral y la inmigración como algo inevitable, pero sin «connotaciones étnicas y lingüísticas». La obra de P. Nubiola (1906) marca la transición, un cambio que se verifica con R. Boquet (1916), que defiende «la regeneración de la raza y de la estirpe catalana» y se completa con la obra de otro médico, el doctor E. Puig i Sais, El problema de la natalitat a Catalunya. Un perill gravíssim per a la nostra pátria (1915), que apunta los riesgos de que la inmigración pueda descatalanizar el país y defiende la necesidad de aumentar el número de «catalanes de raza pura» (13).

La oleada inmigratoria de los años 20 y 30 procedente de Murcia y Almería suscitó un intenso debate político, social y sindical. Un tema recurrente en los diarios de sesiones del Ayuntamiento de Barcelona, en el Parlament de Catalunya, en la prensa y en todo tipo de publicaciones y que, generalmente, plantean un diagnóstico negativo sobre el impacto de la iinmigración sobre la lengua y cultura catalana. Un ejemplo extremo de ello es el radical Daniel Cardona; en el artículo La ocupació castellana concibe la inmigración como arma de una guerra contra Cataluña y por ello cada patriota debía llevar «una browning en cada bolsillo para hacer respetar nuestro derecho y nuestra dignidad de catalanes ofendidos por una sumisión vergonzosa». (14)

Otra muestra notable de este clima es el manifiesto Per la preservació de la raça catalana (1934) firmado por prohombres del catalanismo como Alcobé, Batista i Roca, Pompeu Fabra, Jaume Pi i Sunyer, Nubiola, Puig i Sais o Vandellós, entre otros y que alerta de los peligros de la inmigración, cuyas graves consecuencias «nos pueden hacer pensar en la transformación o retroceso de la capacidad genética». Una inmigración incontrolable, y como no se puede impedir «la mezcla de razas» -en el sentido político de la palabra-, se propone sentar las bases de una política catalana de población a través de la Societat Catalunya d´Eugénica que estudie las características de la «mezcla» y los mecanismos de «defensa de la nostra raça».(15)

En la obra de Pere Mártir Rosell i Vilar se hallan las posiciones más racistas y xenófobas. Veterinario de profesión , director de los Servicios de Ganadería de la Mancomunitat y posteriormente diputado al Parlament como representante del ala radical de ERC, publicó en 1917 el folleto Diferéncies entre catalans i castellans. Les mentalitats específiques donde se deduce de las grandes diferencias entre ambos pueblos que la mezcla conduce a la degeneración biológica. La exposición sistemática de su pensamiento se halla en su obre cumbre, Raça (1930); la raza constituye la única fuente de cultura y debe mantenerse pura evitando el mestizaje que propicia la inmigración. Rosell i Vilar intenta construir una teoría política del hecho nacional catalán donde la raza es el factor fundamental de cohesión colectiva y donde cualquier alteración racial constituye un peligro, y acaba exponiendo su plan de mejora de la raza catalana, como subrayan Malló y Martí, tomado directamente de sus experiencias sobre la mejora genética del ganado.

El economista Josep Antonio Vandellós i Solá es el autor más destacado del nacionalismo catalán sobre la inmigración. Primero en su serie de artículos en La Publicitat entre 1927 y 1933 y después en sus libros Catalunya, poble decadent y La inmigració a Catalunya, ambos de 1935, realiza una interpretación global e ideológicamente sesgada de los dos grandes hechos fundamentales de la demografía catalana: la baja natalidad y la fuerte corriente migratoria procedente del resto de España. Las estadísticas muestran que si siguen estas tendencias se llegará a la esterilización de la «raza» catalana. Ciertamente, la inmigración es imprescindible para el desarrollo industrial; sin embargo, a nivel cultural y racial ésta amenaza con diluir el patrimonio espiritual de Catalunya. Vandellós distingue entre la población de Valencia, Baleares y Aragón, fácil de asimilar por sus afinidades culturales y lingüísticas de la procedente de Murcia y Andalucía, que suponen un peligro de «descatalanización de la patria». Ante esta situación, el autor plantea una propuesta que recuerda vivamente a la que ahora ha formulado ERC: el gobierno autónomo, que lamentablemente no tiene competencias en el tema, debe seleccionar y regular los contingentes de mano de obra inmigrada.

Tampoco la izquierda catalana de estos años se libra del discurso xenófobo y racista. Antoni Rovira i Virgili, considerado uno de los pioneros del catalanismo de izquirerdas, en sus artículos en La Publicitat de los años 20 y 30 y en su libro La nacionalització de Catalunya (1914) plantea que la relación entre Cataluña y Castilla (por España) está marcada por «una irreductible oposición espiritual», con dos visiones del mundo antagónicas. La inmigración resulta un factor objetivo de «descatalanización» y propone una decidida política de defensa de la lengua y la asimilación lingüística de los inmigrantes para esquivar este peligro. Otro nacionalista de izquierdas como Aymá i Baudina distingue «entre los obreros auténticos que pasan hambre en silencio» y «los vagos forasteros que hablan siempre en castellano», contra los que propone «vigilancia a la entrada de la ciudad y energía por parte de las autoridades». (16)

Gabriel Alomar, fundador de la Unió Socialista de Catalunya (USC), escribe en 1932, refiriéndose a estos inmigrantes: «Son los que fuerzan una igualdad hacia abajo, los que por falta de necesidades superiores se contentan con cualquier salario y llenan el trágico vacío interior con truculencias negroides. Son la base del lerrouxismo y para la labor paciente y constructora no son útiles». Comunistas heterodoxos como Jordi Arquer o Joaquim Maurín, que fundarán el Bloc Obrer i Camperol (BOC), también alertan sobre los peligros del proletario inmigrante analfabeto poco formado políticamente, proclive al anarquismo y alejado del hecho nacional catalán. Así Arquer escribe en 1932: «Todos esos jabalíes -ninguno catalán- sólo especulan sobre la masa española que vive en Cataluña (…) gentes no educadas políticamente y cargadas de prejuicios sobre la cuestión catalana y que aún no han tenido tiempo de ser asimilados. Pero esas masas no son un peso específico ni es posible con ellas formar una organización sólida». Un punto de vista semejante al de Maurín, en 1928: «El ascenso del anarcosindicalismo a partir de 1917 es debido principalmente a la afluencia de peonaje a Barcelona atraído por la prosperidad industrial. Los fenómenos morbosos que posteriormente se producirán son producto de esta circunstancia. El proletariado catalán, que no tiene nada de anarquista, fue incapaz, ante el alud, de asimilar toda la gran masa. Fue impotente para dominar la invasión. El número se impuso a la calidad (…) No es casualidad que los «ases» del anarquismo en Barcelona, los Pestaña, Buenacasa, Picos, Rico, etc., no sean catalanes» (17).

Son raras las excepciones que escapan a esta profunda corriente. Desde la izquierda, puede rastrearse en la obra de Rafael Campalans, de la USC, que, en 1923, publicó El socialisme i el problema de Catalunya, un alegato a favor de la integración cultural de la inmigración. La nación catalana es «el grupo de hombres que viven en Cataluña y tienen una voluntad colectiva de convivencia y progreso, vengan de las tierras que vengan (…) a los que son hijos de Cataluña y los que han nacido sometidos aún a la esclavitud del caciquismo». Desde la derecha el canónigo tradicionalista Carles Cardó escribía en 1934: «Destruido el mito de la nacionalidad como un hecho de orden racial fundado en la unidad de la sangre y establecido que la nacionalidad es un fenómeno cultural que puede unir perfectamente individuos de las razas más distintas (…) es preciso reforzar nuestra potencia asimilatoria. Entonces veríamos que no sólo no perderíamos nada, sino al contrario, ganaríamos mucho (…) el cruce de razas y culturas diversas da resultados magníficos» (18).

III. Integración / Asimilación

Con la victoria del franquismo el debate sobre la cuestión de la inmigración queda congelado. Jordi Pujol, que aunque se doctoró en medicina nunca ejercerá la profesión, será uno de los primeros en replantear el tema en sus artículos de 1957 y 1958, recogidos en el libro La inmigració, problema i esperança de Catalunya, editado posteriormente 19. Una cuestión que desarrollan en la década de 1960 autores como Jordi Nadal, J. Maluqueri Sostres o J. A. Badia Margarit y que tendrá una amplia resonancia ciudadana a partir de 1964 con el best-seller de Francisco Candel Els altres catalans (20).

Sería excesivamente prolijo detallar la evolución del desarrollo de este debate interminable que continúa hasta nuestros días. Aquí, sólo apuntaremos los ejes de la redefinición ideológica del nuevo discurso nacionalista y que tiene su precedente histórico en ciertos pasajes de Rovira i Virgili o Campalans. La pertenencia a la patria deja de ser una cuestión biológica, de raza, de emanación directa de la tierra, sino un fenómeno cultural, histórico, antropológico. Además el término raza ha quedado contaminado semánticamente después de los horrores del nazismo y del proceso de (des)colonización. En este contexto, el concepto de etnia tomado de la antropología vendrá a sustituir a la desprestigiada noción de raza. Como escribe Marc Aureli Vila en 1965, «los catalanes no somos una raza sino una etnia» y como es la «regla general» entre todas «las nacionalidades europeas se singulariza por su lengua (…) Basar la nacionalidad en la sangre de los que la integran es simplemente absurdo» (21).

Pujol, en la obra citada, que no utiliza el término de etnia, sino el más clásico de poble, nació, seguido del adjetivo catalá/ catalana, distingue entre el «tradicional concepto de asimilación» -estático y negativo- que define como «la aceptación total, sin aportación propia y sin protagonismo por parte de los inmigrantes, de la cultura y la forma de vida de la sociedad que los recibe», del nuevo concepto de «integración» -dinámico y positivo- que «tiene un sentido total. Integración, por tanto, social, política y humana, no sólo cultural o lingüística (…) que no quiere decir aceptación del marco social de la sociedad receptora. Puede justamente querer decir rechazo, combate por el cambio social». Retomando el discurso de Vicens Vives, que concibe Cataluña como tierra de paso y crisol de mestizaje donde se han fundido los pueblos, Pujol predica la existencia de un «núcleo integrador esencial» que entronca la categoría mágica de tierra de la tradición del catalismo. El enorme movimiento migratorio, «excesivo» y descontrolado, producido por «la presión del subdesarrollo español», cambiará sin duda «mentalmente» y en las costumbres, y quizá lingüísticamente -al menos de momento- la fisonomía del país; esto no supone ninguna contradicción con el «proceso dialéctico que ha de ser la integración» pues «el hecho permanente, el esencial núcleo integrador, es el catalán. Vienen -y han venido- migraciones de occitanos, aragoneses, murcianos, andaluces, castellanos… de peones, de funcionarios, incluso de ejército de ocupación, pero el hecho permanente -evolutivo y abierto a la innovación, pero permanente-, el hecho permanente, la roca firme es siempre el catalán. Si un día no fuese así, los hombres que habitasen este rincón de la península, fuera cual fuese su origen, dejarían de ser un pueblo, dejarían de tener un pueblo» (p. 36).

En esta clave se explican las contradicciones de su discurso, como se hace evidente en su doble respuesta a la pregunta ¿qué es ser catalán? Mientras, por un lado, «catalán es todo hombre que vive y trabaja en Cataluña (p. 42), por otro, «Ahora bien, la lengua es un factor decisivo de la integración de los emigrantes en Cataluña. Es el más definitivo. Un hombre que habla catalán y habla catalán a sus hijos, es un catalán de pura cepa» (p.83).

Según Pujol, «todos los hombres tenemos un derecho inalienable, un derecho al que no podemos renunciar: formar parte de un pueblo capaz de darnos una coherencia espiritual y mental». Castilla no ha estado a la altura de su misión asimiladora: «Estuvo muy cerca. Fue a finales del siglo XVIII. Cataluña lo aceptaba. Los espíritus, la situación política, cultural y mental, todo lo favorecía. Pero a Castilla le faltó impulso. Porque, así como para destruir hay suficiente con ser más fuerte que el otro, (…) en cambio, para asimilar bien es preciso ser superior al otro. Y Cataluña era superior a Castilla en cuanto a impulso vital y energía interior; era superior en casi todo lo que no fuera poder político. Castilla no pudo aprovechar su oportunidad. Hoy la situación es otra. Castilla continúa siendo incapaz de asimilar a Cataluña, pero tiene fuerza suficiente para intentar destruirla, que es lo que está haciendo». La prueba eficiente de ello se halla en: «Andalucía es un país víctima de una asimilación destructora. Quien más lo sufre es el hombre andaluz, que es una prueba viviente de cómo los hombres necesitan un pueblo seguro de sí mismo, un pueblo sólido y bien definido en sus valores fundamentales: el hombre andaluz no es un hecho coherente, es un hombre anárquico. Es un hombre destruido» (pp. 66-65)

La solución pasa por integrar a ese «hombre destruido» en una comunidad nacional-popular abierta, acogedora, que reconstruya su identidad y su humanidad; ayudándole en su difícil tránsito de su vieja condición social de jornalero a la de obrero industrial, y a su nueva condición nacional de catalán y ex-andaluz. Llegados a este punto, Pujol rinde un elogioso tributo político al PSUC que «después de un largo período -y esto también es cierto y se ha de decir- de haber actuado en términos no precisamente pro catalanes, ya hace tiempo que tiene una política catalana de signo netamente positivo y que concretamente en este campo de la inmigración juega la carta de la integración . De integración quizás más política y de inserción social que propiamente, aunque también lingüística o cultural. En cualquier caso, es una aportación muy importante a lo que podríamos llamar reconstruir de la unidad básica de Cataluña. (p.45).

J. Maluquer precisará notablemente esta diferenciación conceptual en torno al par adaptación/asimilación, distinguiendo entre «adaptación», que concibe como el proceso de acomodación de los campesinos analfabetos procedentes de una sociedad atrasada, agrícola y rural, a una sociedad moderna, urbana e industrial, al de «asimilación», que verifica la integración de los inmigrantes en esta sociedad como conjunto nacional-cultural.
La propuesta de catalanismo católico renovado e integrador que representa Pujol y en cierto modo la del PSUC vía Candel, despierta la crítica del sector fundamentalista. Así, el dirigente de la organización clandestina de carácter independentista Front Nacional de Catalunya (FNC), Manuel Cruells, publica en 1965 el libro Els no catalans i nosltres, una respuesta al sentimentalismo de Candel y al nacionalismo light de Pujol: «O Jordi Pujol no se ha expresado bien, o no lo entiendo… Integrar es más que convivir. Convivir supone dos comunidades que buscan una forma de relación, integrar supone que una comunidad se diluye dentro de la otra. ¿Hay voluntad y fuerza de absorción entre los catalanes? ¿Hay voluntad de ser diluidos entre los inmigrantes? Si pedimos la integración es que de momento sólo convivimos o malconvivimos. O sea que, aquí, en Cataluña, hay de momento dos comunidades que se observan o se maljuzgan, que se acusan mutuamente o se disculpan, se valoran o se desprecian» (…) «No se compra ni se vende esto de ser catalán, pero sí que gana. Y no serán catalanes hasta que hablen como nosotros, hasta que no hagan suyas nuestras necesidades… hasta que no se sientan heridos cuando vean despreciadas las cosas de Cataluña (…) Es preciso admitir de grado o por fuerza esta masa excesiva de forasteros. Los tenemos y no lo podemos evitar, tampoco podemos expulsarlos; además, es una mano de obra que necesitamos; por tanto los hemos de digerir, aunque a veces resulten indigestos. Ni tan sólo podemos evitar que crezcan» (22).

La cuestión de la integración de los inmigrantes continuó, desde el punto de vista nacionalista, siendo objeto de gran interés por parte de sociólogos, demógrafos, antropólogos y todo tipo de especialistas de las ciencias sociales. Entre la gran cantidad de documentos destacan los trabajos, en clave integración / asimilación, de Esteve i Fabregat, Strubell, Botey, Solé y Recolons (23).

La crítica marxista del modelo nacionalitario

La posición aparentemente moderada, centrista de Pujol se hará hegemónica en la sociedad catalana y, desde la izquierda, sólo encontrará la crítica de algunos, pocos, intelectuales marxistas.

Por un lado, la publicación en 1967 de la obra de Jordi Solé Turá Catalanisme i revolución burguesa desencadenará una amplia y agria polémica; el autor, desde una perspectiva gramsciana, rechaza los mitos de una nación eterna e inmutable y muestra cómo el catalanismo es un movimiento cuyo origen se explica por «las diferencias estructurales entre Cataluña y el resto de España» y por el fracaso de la burguesía catalana, «incapaz de imponer su orden en toda España, incapaz de llevar a cabo, en una palabra, su revolución burguesa» y esta contradicción es la que explica que «un gran sector de la burguesía catalana se lanzó en manos del catalanismo. En el momento en que se están forjando los mitos de un catalanismo popular y de izquierdas, el sólido trabajo de Solé Turá resulta peligroso, pues pone sobre el tapete la matriz conservadora y reaccionaria del catalanismo y la obvia utilización política por parte de la burguesía de la lengua y la nación 24.

Por otro lado, intelectuales cristiano-marxistas como Juan N. García Nieto y Alfonso Carlos Comín o Antoni Jutglar 25 y Antoni Peréz González realizan una crítica de fondo de los presupuestos ideológicos de la doctrina de la «integración «. Aquí, nos detendremos en el ensayo de Pérez González, Problemática sociológica de la integració dels inmigrants (1968), que constituye una de las más lúcidas y aún insuperadas críticas a los entonces nuevos planteamientos del nacionalismo catalán. La izquierda política -primero el PSUC, después el PSC- harán suyos en distinto grado el «imperativo categórico» de la integración/ asimilación a la tierra, lengua y cultura catalanas propuesta por los intelectuales catalanistas de la década de los 60 y por Pujol 26.

Pérez González expone con gran brillantez sintética los «cinco presupuestos dogmáticos implícitos e indiscutibles que hay que admitir sin juicio crítico y a falta de los cuales todo el edificio integracionista se derrumbaría»:

1. La «bondad intrínseca de la integración», que hace del «no integrado (…) un enfermo inadaptado, como un asocial».

2. La «absoluta plasticidad de lo humano» en manos de una concepción de la cultura que «puede modelar e integrar totalmente a todo hombre (…) se prescinde de que el hombre normal es normativo, es decir, capaz, no solamente de asumir normas sociales, moldes culturales y valores tradicionales, sino también de rechazarlos y, sobre todo, de crear nuevos».

3. La «posibilidad y conveniencia de una integración mística, no crítica, de orden propiamente mágico» que ignora las «mediaciones objetivas (estructuras económico-sociales y socio-culturales), cuando son éstas realmente las que definen el contenido humano de aquella área territorial y las que determinan la forma de inserción real de cada hombre en esta área».

4. La «visceral convicción de la inferioridad del Otro, del “innegable”, es decir, del inmigrante. Se da por supuesto que los inmigrantes no pueden aportar con ellos unos valores propios que, todo y siendo específicamente no catalanes, sean capaces y merecedores de enriquecer y modificar los de la “sociedad receptora”. Se establece así una imaginaria y extraña dialéctica catalanidad-inmigración en la que el único polo activo y positivo es la “catalanidad”, de manera que al inmigrante le corresponderá siempre integrarse en todo aquello -y asumir todo aquello- sea lo que sea, que es positivo por el hecho de ser catalán, y desprenderse de todo aquello que es negativo porque no es catalán: p.e., la lengua propia, si es la castellana o el propio folklore si es andaluz».

5. El «carácter determinante de la lengua catalana en tanto que promotora de vida “comunitaria” y, por tanto, de “integración”. Simplificando la compleja valoración del hecho lingüístico y omitiendo sus implicaciones sociológicas, se otorga a la lengua el poder de crear, de manera entre mística y mecánica, una nebulosa conciencia común que afecta a todos los que la hablan… Así es como se llega a un imperialismo de la lengua en tanto modeladora del individuo y creadora de la conciencia común que implica que, como dice Maluquer i Sostres, la “comprensión y dominio de la lengua” aparezca automáticamente como el índice principal de la integración de los inmigrantes» (pp. 83-87).

Estos cinco presupuestos «son el soporte de un lenguaje esencialista a base de abstracciones, de una terminología trascendentalista que somete la realidad histórico-social concreta y en marcha a un proceso de sublimación y abstracción mistificadores. Se trata de un bloque de conceptos “esenciales”, faltos de sentido histórico y de sensibilidad que reflejan lo que J. Gabel denomina “ilusiones de la totalidad”, caracterizadas por la “ilusión de una homogeneidad de estructura y de voluntad que no existe en la realidad”. Así, se nos habla de “una plena incorporación” de los inmigrantes “bajo los aspectos econímico, social y cultural” y también de una integración en la sociedad receptora considerada globalmente y esto en particular bajo el aspecto nacional-cultural». (p.88).

En el capítulo de conclusiones, Pérez González recomienda como una tarea «indispensable, en primer lugar, una visión crítica de la noción de “cultura nacional”, base sustentadora del “aspecto nacional-cultural” que se pretende asuman los inmigrantes como una paga y señal de la “integración”. Por un lado, es preciso desvelar críticamente la mitología implícita en una definición unitarista y trascendental del concepto de “cultura nacional”, concebido erróneamente como un continuo histórco perdurable. Y por otro lado, prolongando este ejercicio de realismo crítico, es preciso mostrar como, desde un punto de vista sociológico, la “cultura nacional” -en tanto que fenómeno o producto histórico y en tanto que concepto que intenta traducir estos fenómenos- se inscribe en la dinámica de las sociedades de clase, que son las que le dan su sentido real. En segundo lugar, es preciso someter también a juicio crítico la hipótesis, científicamente gratuita e inverificable, de una radical subordinación del proceso histórico-social de una colectividad a un principio nacionalitario determinante el cual, como si se tratase de un mecanismo de relojería, daría lugar en todo tiempo y coyuntura a un mismo encadenamiento fatalista: lengua y cultura-pueblo-nacionalidad-nación. Un nacionalismo de este tipo desvaloriza, no solamente la realidad, históricamente objetivada, de la lucha de clases, sino también el derecho humano y fundamental de sociabilidad».

Finalmente, el autor señala que la «temática integracionista está animada por una devoción casi religiosa respecto a los “rasgos diferenciales” o particularismos catalanes, acompañada de un gran miedo a que se pierdan o degraden a causa de la inmigración. Nos referimos a ese voluntarismo diferencialista desmedido que, inspirado en un etnocentrismo a veces ingenuo, a veces soberbio, y dominado por una enfermiza pasión particularista, concibe los referidos “rasgos diferenciales” como elementos invariables, autosuficientes y buenos por esencia y por excelencia, y a los que es preciso preservar celosamente de toda posible contaminación o influencia extraña. Creo, por ello que se puede hablar, en este sentido, de devoción casi religiosa e, incluso, en muchos casos, de culto mitológico. Una devoción que deviene sectarismo» (p.p.93-95).

Como ya hemos apuntado, esta vena crítica es sumamente minoritaria en el paisaje intelectual, político y mediático catalán. Pero incluso en los desiertos más áridos se encuentran refrescantes oasis. En los años 80, y sin pretender ser exhaustivos, son de especial interés los escritos de Pep Subirós, el trabajo de Izquierdo Escribano sobre el papel que desempeña la Asemblea de Catalunya en la construcción de los mitos y símbolos del nacionalismo popular antifranquista y de izquierdas y en la progresiva sumisión ideológica de los partidos de izquierda PSUC y PSC a los dogmas de la integración/asimilación 27 y es de obligada referencia la ingente obra historiográfica de Josep Mª Colomer que le lleva, a efectos de una curiosa evolución, a asumir posiciones muy críticas con los nacionalismos28.

En la década de los noventa, continúa y se acrecienta esta difusa corriente crítica que, desde la izquierda, ha cuestionado los dogmas del modelo nacionalitario, asumidos por los partidos de izquierda durante el final del franquismo y la transición. Los escritos del historiador Ucelay da Cal, la obra publicista de Miquel Porta Perales, el magnífico libro de Marfany, las aportaciones de Malló y Martí, los manifiestos del Foro Babel, los debates sobre la lengua… son una muestra de un cambio en el signo de los tiempos. Una tendencia que se pone de manifiesto en las crecientes dificultades de los ideólogos naiconalitarios para defender sus posiciones en la discusión racional y el constante recurso a presentar la más mínima crítica como el producto de una campaña orquestada del españolismo con el objetivo de criminalizarlos; pero, incluso aunque esto fuese cierto -y el PP alimenta constantemente este temor- ello no les exime de presentar sus argumentos en el debate.

Ciudadanía e identidad

El concepto de ciudadanía del nacionalismo catalán presenta un carácer restrictivo, limitado, derivado de su fuerte compenente etno-lingüístico. Toda la cuestión de la integración gravita, como hemos visto, en torno al sobreentendido de que la plena condición de catalán sólo se adquiere tras franquear el peaje lingüístico-cultural hacia la catalanitat. Un punto de vista que resulta contradictorio con el concepto democrático de ciudadanía.

El estado democrático, como garante de las libertades, no debe intervenir en asuntos privados de la ciudadanía, como su confesión religiosa o sus sentimientos identitarios, y ha de respetar esa diversidad subjetiva y cultural. Claro está que cuando ciertas prácticas religiosas o culturales vulneran derechos fundamentales de la persona, entonces su obligación, como garante de la seguridad, es intervenir, sea cual sea la justificación religiosa o étnica de estas costumbres. Así, las administraciones públicas, más allá de educar en el respeto de un cierto «patriotismo constitucional» y en una serie de valores cívicos y democráticos, no deberían manifestar una particular inclinación por ninguna de estas identificaciones que pertenecen al ámbito de la privacidad, ni desde luego fomentar discursos nacionalitarios que priman una de esas subjetividades por encima de las otras y que cuestionan el principio de igualdad al establecer implícitamente ciudadanías de primera, para los naturales de la tierra, y de segunda, para los forasteros, hasta que no se complete su asimilación.

Por otro lado, el estado democrático debe garantizar los legítimos derechos de las minorías nacionales al autogobierno, al desarrollo de su lengua y su cultura e implementar medidas de «discriminación positiva» en el caso de aquellos grupos humanos cuya condición de minoría ha provocado precisamente que se hallen en condiciones de manifiesta desigualdad.

Cataluña se enfrenta a la cuarta oleada inmigratoria desde su industrialización, ahora procedente de los países del Sur, y resulta evidente que los dogmas de la integración/asimilación son un obstáculo para una solución democrática a los complejos problemas planteados por la diversidad cultural de unos movimientos migratorios que, a su vez, son un efecto del desarrollo desigual y de las relaciones de explotación económica Norte/Sur.

Hace más de un siglo que la sociedad civil y la clase política catalana discuten apasionadamente sobre este tema y, al parecer, aún no han sabido encontrar una respuesta satisfactoria. La izquierda catalana, a la luz de los procesos en curso, tendría que abrir un proceso de reflexión sobre estas cuestiones y replantearse desde la raíz los axiomas asimilacionistas de su doctrina oficial.

Notas

1. El País, 22 de febrero de 2001.
2. El País, 6 de febrero de 2001.
3. Malló, Oriol y Martí, Alfons, En tierra de fariseos. Viaje a las fuentes del nacionalismo católico, Espasa Calpe. Madrid, 2000.
4. Ramoneda, Josep. La tentación del populismo xenófobo, El País, 27 de febrero de 2001.
5. Vila, Enric, Qué pensa Heribert Barrera. . Editorial Proa, Barcelona, 2001.
6. Culla i Clará, J.B. Inmigración y responsabilidades. El País, 2 de marzo de 2001.
7. Jornadas de la Fundació Jaume Bofill sobre la inmigración celebradas en 1978, que fueron publicadas en forma de libro Col-loqui sobre inmigració i reconstrucció nacional a Catalunya, Ed. Blume, Barcelona, 1980 y que contaron con la presencia de especialistas en la materia y líderes políticos como Pujol, López Raimundo, Raventós y Barrera.
8. El Triangle, 7/3/01, nº523. El semanario cita referencias del exilio catalán como el artículo de J. Roure- Torrent Un projecte alemany de la revista Poble Catalá editada en México y otro artículo de J. Ventosa i Roig Contagis perillosos, publicado en los años 40.
9. Marfany, Joan-Lluís. La cultura del catalanisme. El nacionalisme catalá en els seus inicis, Ed. Empúries, Barcelona, 1995.
10. Marfany, op.cit. pp.196-97.
11. Jardí, Enric. El doctor Robert i el seu temps. Ed. Aedos, Barcelona, 1969. pp 73-75.
12. Marfany, op. cit. pp195-200.
13. Termes, Josep. La inmigració a Catalunya: Política i cultura, del libro Reflexions critiques sobre la cultura catalana. Departament de Cultura de la Generalitat, Barcelona, 1983.
14. Antoni Simón i Tarrés. Inmigración y nacionalismo catalán, Enciclopedia del nacionalismo. Ed. Tecnos, Madrid 1997. p.246-47.
15. Diari de Sabadell, 17 de mayo de 1934.
16. Citado por Izquierdo Escribano, Antonio, Prensa y opinión pública. Un modelo de análisis sociológico: la experiencia catalana, Ed. Mitre, Barcelona, 1985, p.96.
17. Citado por Termes, op. cit. p.224.
18. Citado por Termes, op. cit. p.229.
19. Pujol, Jordi, La inmigració, problema i esperança de Catalunya.Ed. Nova Terra, Barcelona, 1976.
20. Jordi Nadal, L´assimilation des Immigrés en Catalogne, (1962). J. Maluquer i Sostres, Població i societat a l´area de Barcelona (1965), J. A. Badia Margarit, Integració idiomática i cultural (1966).
21. Citado por Termes, op. cit. p.251-52
22. Citado por