La capital de Kivu Norte (RDC) se levanta contra la inacción de la ONU
Es una olla a presión en la que se han macerado durante más de dos décadas conflictos interregionales, la maldición de poseer abundantes minas de casiterita, cobre, cobalto, oro y diamantes. Además, el volcán Nyiragongo se ha convertido en un vecino incómodo.
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La agitación de Goma transmite la misma vitalidad con la que su población volvió a enfrentarse en 2021 a una nueva manifestación del que debería ser su vecino más temido, el Nyiragongo. «El 22 de mayo la lava recorrió siete kilómetros y arrasó una docena de localidades, pero se detuvo a las puertas de la ciudad. No tenemos miedo al volcán, no hay forma de huir de él», explica Jean Pierre Mayuno Kiye, secretario de los afectados que ahora comparten espacio con los que huyeron de Rutshuru (Bunagana) a causa de la violencia de los grupos armados.
La ciudad de Goma, con dos millones de habitantes, se reinventó hace 20 años, después de que el Nyiragongo registrara una erupción que llegó hasta el lago Kivu –situado a una veintena de kilómetros de la falda de las montañas Virunga– y causó más de 3.000 muertos.
Todo debería centrarse en la imponente silueta de la montaña que alberga el cráter activo, pero en Goma, capital de la región de -Kivu -Norte, en el este de República Democrática de Congo (RDC), la violencia y la inseguridad generadas por la mano del hombre son las principales preocupaciones. En la calle la conclusión es unánime: todo comenzó con el genocidio de Ruanda (1994), con la salida de los hutus que cruzaron la frontera al asumir el Gobierno Paul Kagamé, huyendo de posibles venganzas.
En 1999, tras el alto el fuego auspiciado por el Acuerdo de Lusaka, la ONU desplegó la Misión de las Naciones Unidas en la República Democrática del Congo (MONUSCO), que hoy cuenta con 15.000 soldados y 724 observadores militares, a los que se suman más de 3.000 policías y civiles locales, cuya misión es «cooperar en el restablecimiento de la paz». En 2019, la corriente prodemocrática ciudadana liderada por el Movimiento Lucha por el Cambio (LUCHA) comenzó a solicitar formalmente la salida de los cascos azules del territorio ante el «fracaso de su misión». Modeste Bahati, presidente del Senado congoleño, pidió el pasado 15 de julio que la MONUSCO «haga las maletas» porque 23 años después «no ha sido capaz de imponer la paz en el este del país».
Con unos 130 grupos armados disputándose el control de las riquezas naturales (cobre, cobalto, oro, diamantes y casiterita) y 17.866 víctimas mortales desde 2017 en más de 6.300 incidentes (según la plataforma Kivu Security), el pasado 25 de julio la población comenzó a manifestarse ante las sedes de la -MONUSCO en varias ciudades de RDC. En el caso de Goma y Butembo, las marchas acabaron con enfrentamientos en los que los cascos azules dispararon contra los manifestantes que habían accedido por la fuerza a sus instalaciones para quemarlas y sabotearlas. El resultado oficial fueron al menos 36 muertos, entre ellos cuatro soldados de la ONU.
La tensión empezó unos meses antes, en noviembre de 2021, con la reaparición del Movimiento 23 de Marzo (23M), un grupo armado que fue controlado por las fuerzas de la ONU en 2013 después de provocar el desplazamiento interno de 160.000 personas. «El despliegue de tropas gubernamentales y de la ONU en las zonas en las que el M23 está siendo más activo ha generado un vacío securitario en la provincia de Ituri y en ciertas partes de Kivu Norte», señaló recientemente Nelleke van de Walle, directora de proyectos de International Crisis Group para la zona de los Grandes Lagos. Poco después, el presidente congoleño Félix -Tshisekedi calificó a los jefes rebeldes de «terroristas» y, basándose en un informe confidencial de la ONU divulgado en agosto en el que se apunta a «pruebas sólidas» de que Ruanda ha contribuido a reanimar el M23 en la zona, aseguró que este «ha recibido ayuda financiera y apoyo logístico de Kigali». Ese planteamiento fue el empleado por -Tshisekedi cuando en marzo pidió a la Comunidad de África del Este (EAC, por sus siglas en inglés) la creación de una fuerza conjunta de tropas regionales (entre 6.500 a 12.000 soldados procedentes de Burundi, Kenia, Sudán del Sur, Tanzania y Uganda) para combatir a las milicias en el este de RDC, excluyendo la participación de Ruanda (ver MN 681, pp. 22-29).
¿Alto el fuego?
Ante el avance del M23 y el desplazamiento interno de al menos 300.000 personas, según la ONU, el Gobierno de Angola reunió a autoridades de RDC, Burundi y Ruanda para decretar un alto el fuego inmediato en Kivu norte (el enfrentamiento estaba a solo 20 kilómetros de Goma) y pedir al M23 que deje las armas y negocie con el Gobierno de Kinshasa. La decisión fue tomada el 23 de noviembre y dos días después debía entrar en vigor, pero en los cálculos de este nuevo intento por restablecer la seguridad no se tuvo en cuenta que el M23, al que RDC considera «un grupo terrorista», no fue invitado al encuentro («M23 ha visto el documento en las redes sociales. No estábamos presentes en el encuentro por lo que no nos concierne porque cuando hay un alto el fuego es entre dos partes concernidas», declaró Lawrence Kanyuka, portavoz político del M23 a la Agencia France Press), y que el presidente Kagame envió a su ministro de Asuntos Exteriores para no enfrentarse directamente con las acusaciones de haber reactivado al M23 para desestabilizar de nuevo la zona. Durante las últimas semanas, Kenia ha enviado por primera vez a efectivos a la zona para «limpiar la zona», evitar que la violencia siga aumentando, y la MINURSO ha reforzado sus efectivos en terreno. Unos movimientos ante los que el M23 responde agradeciendo a los líderes del Este de África el intento, pero advirtiendo de que no respetará el alto el fuego condicional mientras no se garantice su negociación directa con el Gobierno congoleño. Bertrand Bisimwa, líder del M23, también dijo que ejercerán su «derecho a defenderse» si les intentan obligar por la fuerza a replegarse. Por su parte, la población se ha manifestado en la última semana en contra el alto el fuego negociado en Luanda porque consideran que la solución no llegará hasta que se reconozca que Ruanda está detrás de la nueva ofensiva del M23. Y todo esto ocurre cuando RDC está a punto de entrar en un año electoral –presidenciales y parlamentarias– y con la sospecha de que el presidente Féliz Tshisekedi pretenda retrasar los comicios.
El factor humano
Faustin Mulengera, presidente de los desplazados por la violencia en Kayembe, hace una pausa al enumerar las dificultades con las que se enfrentan a diario para atender a las familias que hace meses dejaron sus hogares. «No recibimos ningún tipo de asistencia alimentaria desde hace más de tres meses, tenemos problemas graves de desnutrición, es difícil llegar hasta el hospital más cercano. No hay sitios donde dormir, las familias están hacinadas, hasta 40 personas pueden estar compartiendo un mismo espacio, las mujeres no pueden mantener su higiene ni acceder a agua potable. Somos 710 familias, más de 3.500 personas», explica, tras confirmar que la inseguridad persiste, por lo que la opción de regresar a sus tierras no es viable. «Allí vivíamos con el miedo a morir por la violencia que impuso el M23, pero aquí comemos una vez al día una cantidad insuficiente. El que tiene suerte reúne 500 o 1.000 francos congoleños durante el día para comprar patatas dulces, y el que no lo consigue pasa la noche sin comer. Además, nuestras mujeres se exponen a la violencia sexual y, cuando son violadas, el marido las rechaza si denuncian lo ocurrido».
Atravesando caminos de tierra llegamos a un modesto mercado en el que abundan los productos de segunda mano y donde los alimentos se exponen, desde la escasez, como algo valioso. De repente aparece un edificio rectangular de una planta que Mulengera señala para explicar que durante el día los niños y niñas ocupan las aulas para aprender en varios turnos, y al caer el sol son las familias –que hacen vida a la intemperie durante la jornada, rodeadas de sus enseres– las que se instalan en las aulas reconvertidas en hogares efímeros. «Queremos regresar, pero tiene que haber paz. Los que están destrozando nuestro país tienen que pagar por ello. Nuestros hijos son congoleños y están sufriendo problemas mentales», concluye, disculpándose porque se tiene que acercar al hospital para resolver una -emergencia.
«Zero MONUSCO»
Las campañas «-Zero MONUSCO» o «Bye bye MONUSCO» en redes -sociales, junto con la estrategia «Ville morte» (ciudad muerta) han movilizado a miles de personas que sienten cómo las dificultades cotidianas empiezan a ser insoportables. A través de su trabajo en la sombra para la organización y el activismo –que practican desde hace diez años–, y de forma presencial antes de que se desate la violencia que suele regir la comunicación entre las partes en el este de RDC, el movimiento LUCHA ha adquirido un protagonismo indiscutible. «En 2016 me uní al movimiento porque estaba indignado. No estaba de acuerdo con lo que pasaba en mi país porque, a pesar de que somos una nación en la que hay casi de todo, la población no tiene nada», sentencia Depaul Bakulu, miembro de LUCHA y uno de sus portavoces en Goma. «Las injusticias sociales son acuciantes y necesitamos que las cosas cambien, tenemos que luchar por el país que dejaremos a las próximas generaciones. Hay poca esperanza, aunque creo que es posible que el Congo cambie: debe y puede cambiar con el esfuerzo de sus hijos e hijas».
Bakulu, como todos los que integran LUCHA, tiene menos de 30 años, conoce su país solo en guerra. Aún así, mantiene recuerdos de infancia cuando en la aldea en la que nació, pegada a la frontera con Ruanda, jugaba al fútbol. Al hablar entonces de lo que pasaba en los dos países, ya se daba cuenta de que los congoleños siempre iban por detrás. «Trabajo con los jóvenes porque los mayores me han decepcionado, hay que estimular a la juventud, instarles a que descubran su potencial para el futuro de un Congo en el que -existan la justicia y la dignidad. Nosotros sentimos que podemos controlar y acabar con el poder si no va a nuestro favor. Hay que centrarse en la concienciación ciudadana, decirles a los -jóvenes que son soberanos para ejercer el poder por el bienestar común».
LUCHA está en las movilizaciones no violentas de las calles, en las escuelas y universidades, donde generan discusiones y debates. «El mal que padece RDC es tan grande que la gente empieza a creer que el país ha muerto, que no se puede hacer nada. Pero nosotros sabemos que el cambio proviene de los pequeños esfuerzos de muchas personas, de pequeñas acciones, por eso provocamos cambios para que los jóvenes protagonicen acciones transformadoras», añade Bakulu completamente convencido de que lograrán darle un vuelco a la situación del país.
El movimiento no está interesado en involucrarse en política local o nacional, se limita a decir que los que ejercen el poder «provienen de la ciudadanía, son nuestros vecinos, maestros y colegas los que han llegado a diputados», y prefieren centrarse en que la población conozca y ejerza sus derechos. «Al trabajar en la comunidad logramos una población exigente hacia los dirigentes, consciente, que pide rendición de cuentas».
«La gran victoria de LUCHA es nuestra existencia en un marco muy violento; hemos logrado imponer un movimiento no violento. Hace diez años, cada vez que había reivindicaciones, manifestaciones, la gente se enfrentaba, la violencia era la única manera con la que se expresaba, pero hoy no. Hay acciones, como el transporte en bicicleta, la instalación de tomas de agua… Hay pequeñas victorias que caracterizan nuestro combate en los 53 lugares del territorio donde estamos. El espíritu no violento sigue creciendo en una población que tiene todo el derecho a usar la violencia y no creer en otras formas de hacerlo, pero que está abriéndose a dejar de hacerlo», apunta Bakulu tras afirmar que ha sido la sociedad la que logró la alternancia política y que se respeten las leyes.
Las causas
El contexto en el que nació LUCHA estaba definido por una elevada tasa de paro, el M23 en las puertas de -Goma amenazando con entrar y los jóvenes preguntándose qué hacer. «La guerra emigró, siguió aquí porque el Frente Democrático Ruandés pasó varias veces la frontera para desestabilizar los campos de refugiados de Buyumba, donde se acusaba al antiguo Ejército ruandés de reclutar y prepararse para atacar a Ruanda. Esa violencia se vivió en Goma. Queríamos cambiar las cosas pero no se podía si persistía el mismo método que había fracasado con anterioridad para terminar con la violencia. Las historias de violencia y la erupción de 2002 empujaron a la gente a comprender que se tenía que hacer algo», añade Bakulu, recordando que son un movimiento flexible cuyo principal valor es la lucha no armada. «De ninguna forma podremos aceptar la violencia, ya la hemos vivido… Más de ocho millones de congoleños han muerto [desde 1997, cuando triunfó el golpe de Estado de Laurent Désiré Kabila contra Mobutu Sese Seko], la experiencia ha demostrado que la violencia no ha dado resultado frente a nuestras reivindicaciones».
Al preguntarle directamente por la labor de la MONUSCO durante los últimos 20 años y la petición de la población de que concluya su misión, Bakulu es categórico: «El mismo grado de esperanza que tenían los congoleños cuando llegó la -MONUSCO se ha transformado en descontento. La MONUSCO no protege a la población civil, ha fracasado. Por eso hubo manifestaciones, esperábamos que hicieran examen de conciencia, un diagnóstico interior, redefinir sus operaciones para terminar con los grupos rebeldes, pero hasta Guterres [secretario general de la ONU] ha dicho que no son capaces de enfrentarse a ellos. Deben irse. Nosotros somos el pueblo, somos soberanos y queremos velar por el bienestar de la población. Si la MONUSCO insiste en quedarse será en complicidad con las fuerzas negativas que hay en el país, por eso es prudente que se vayan».
Ruanda es nuestro enemigo
Reunimos a varias organizaciones que trabajan en red con grupos vulnerables de la sociedad y que comparten tanto problemas de financiación como la indignación y el cabreo por la deriva de la situación socioeconómica de la población. La violencia que sufre el este de RDC desde finales del siglo pasado es la causa recurrente de la que apenas logran escapar.
«Desde 1994 se han sucedido las guerras. Después de que los ruandeses vinieran, todos esos movimientos han provocado la inseguridad, que los hombres violen a las mujeres… La explotación de las minas trae muchos conflictos porque nuestros vecinos quieren coger [-minerales] sin comprar, y lo hacen provocando la guerra. Nuestro enemigo es Ruanda, es el que provoca todo. Somos víctimas de lo que pasa en Ruanda. La comunidad internacional debería dar una solución al problema», comienza diciendo -Jeanette, de Orientación para Mujeres Indígenas y Hogares Vulnerables.
Y tras ella se abre un debate sosegado, respetuoso en el turno de palabra y crudo en el contenido:
Pacifique, miembro de la asociación Junto a la Mujer por la Paz y el Progreso, añade que «la fuerza -subregional nos genera dudas. Es una iniciativa que propone que algunos países agresores vengan a darnos la paz. No veo que Uganda dé la paz a la RDC…, ni Burundi ni Ruanda».
«Esa fuerza no nos ayudará nunca –añade Jeanette–. Si la comunidad internacional decide que la guerra termine en RDC, se acabará, porque está utilizando a los rebeldes para obtener minerales. Si respetasen a los congoleños, se explotarían las minas de forma legal, comprando las riquezas de RDC. Se permite que los rebeldes vengan, violen y asesinen a la gente para -coger los minerales. El Ejército regional es lo mismo que los grupos rebeldes, están ahí para satisfacer sus propios intereses».
Sobre el valor de esa fuerza de la EAC también duda Maurice, de la Liga Cristiana de la Élite Intelectual: «¿Una fuerza subregional que actúe como juez y parte? Son los mismos que llevan aquí más de 20 años en la -MONUSCO, solo cambian de sombrero. Ellos han consolidado la inseguridad en la región para la -extracción ilícita de nuestros minerales y que la población siga sometida a una vida de miseria. El número de muertos se ha multiplicado por diez desde que están. No esperamos nada».
Las dudas de Phillipe van en otra dirección: «¿Hasta cuándo vamos a seguir lamentándonos? La gente busca soluciones, no es el momento de llorar. Hay que devolver al pueblo congoleño sus derechos, hay que terminar con la multiplicidad de conflictos y que los agresores respondan ante la Justicia. Las investigaciones no deben quedarse en un cajón, sino que hay que aprovecharlas para encontrar soluciones reales para la RDC».
El diálogo vuelve a la MONUSCO cuando retoma la palabra Pacifique. Para él, «su futuro en RDC no está garantizado porque han jugado a la hipocresía. Un grupo armado que actúa en el parque de Virunga, otro en el de Garamba, en la jungla… ¿Es el bosque el que les proporciona la munición, las armas, el dinero? ¿Por qué van bien vestidos? ¿De dónde sacan ese dinero? Estamos enfadados porque el sufrimiento ya ha -durado demasiado. Cometen masacres al lado de la MONUSCO. Hemos visto de nuevo la complicidad de la comunidad internacional en la violencia. No son una misión de paz. La gente se ha manifestado y los cascos azules han disparado a la población. No hay reacción de la comunidad internacional, como si los congoleños fuéramos moscas a las que hay que exterminar. Y ahora nuestros policías los tienen que proteger de la población. No pueden prometer una paz que ellos mismos rechazan». En esta idea incide Jeanette: «Sabemos que la -MONUSCO no nos ayudará nunca, se limita a colaborar con nuestros enemigos. La -MONUSCO es nuestro enemigo».
El último en tomar la palabra es Pacifique: «Los dirigentes deben escuchar a la población. La democracia es el poder del pueblo. O quizás nuestros dirigentes tienen miedo de la comunidad internacional y por eso no son claros… Algunos miembros del Gobierno lo dicen en voz baja, pero otros ya lo hacen en público, como el presidente del Senado que ha dicho que la -MONUSCO debe irse».
«Nuestro deseo es regresar a nuestra tierra»
«Vivimos con muchas dificultades, estamos traumatizadas. El Gobierno solo ayudó en los primeros seis meses. Hay gente que va al bosque para encontrar madera que luego vende, otros piden dinero, otros intentan montar un pequeño negocio», comenta Agnes Namikenyi Balike mientras señala las parcelas que han vuelto a surgir de entre la lava del volcán y las construcciones de madera y uralita con las que aquellos que han logrado reunir algo de dinero vuelven a construirse un hogar. El 70 % de las familias del pueblo de Agnes no han podido regresar a sus casas.
«Acogimos a los desplazados por la violencia, soportando un paro que se ha multiplicado por diez. Ellos vienen de lejos, pero todos nos encontramos en una situación de precariedad absoluta», continúa. Y pone como ejemplo que un kilo de harina de mandioca ha pasado de 1.000 a 2.500 francos congoleños. «Los niños llegan del colegio con el estómago vacío y solo pueden morder caña de azúcar, caen enfermos, los hospitales están saturados», añade Agnes en una llamada para que la comunidad internacional les proporcione ayuda humanitaria.
Las tiendas de campaña de plástico con los logos de agencias de la ONU son el único refugio de los que no pudieron huir cuando el volcán volvió a activarse hace año y medio. Se quedaron atrapados –relata Jean Pierre Mayuno Kiye mientras muestra un cuaderno con el registro de las organizaciones que se acercan para interesarse por ellos–, y las pequeñas ayudas iniciales, las vacas que repartió la mujer del presidente o las parcelas que entregó su antecesora no les han permitido alcanzar una vida digna. «Nos quedamos miembros de 285 de los casi 7.000 hogares que vivíamos en mi pueblo. Dar comida sin más es el hambre de mañana, necesitamos algo que nos permita volver a crear una vida».
Entre sus necesidades, Mayuno Kiye apunta a salir de la insalubridad del terreno en el que sobreviven, recibir ayuda para reconstruir sus casas y que se les proporcione un «kit de reintegración» con material de cocina, colchones y mantas. «Las parcelas están allí, aunque se encuentren cubiertas de lava. Nuestro deseo es regresar a nuestra tierra».