Junto a otras constantes, la presencia de la naturaleza, el mestizaje o el especial barroquismo, el rasgo que podría, sin duda, definir a la Literatura hispanoamericana, sería la pregunta por la identidad. Literatura-espejo donde esa colectividad extraña a otros ojos, occidente, se interroga. La literatura como un proceso de búsqueda de sí mismos, un rastrear que comenzaría ya desde el periodo colonial, en sus autores inaugurales, con el Inca Garcilaso, y su reivindicación de lo indio, o Sor Juana Inés de la Cruz, que introduce la especificidad negra en sus «Villancicos». Tempranas voces buscando una voz, la de la expresión americana…
Por Nayra Pérez Hernández
Junto a otras constantes, la presencia de la naturaleza, el mestizaje o el especial barroquismo, el rasgo que podría, sin duda, definir a la Literatura hispanoamericana, sería la pregunta por la identidad. Literatura-espejo donde esa colectividad extraña a otros ojos, occidente, se interroga. La literatura como un proceso de búsqueda de sí mismos, un rastrear que comenzaría ya desde el periodo colonial, en sus autores inaugurales, con el Inca Garcilaso, y su reivindicación de lo indio, o Sor Juana Inés de la Cruz, que introduce la especificidad negra en sus «Villancicos». Tempranas voces buscando una voz, la de la expresión americana.
Literatura, la hispanoamericana, que es utilizada para definir los ejes de la identidad de esta colectividad, y es usada también para conocer el pasado. Los textos literarios matizando y corrigiendo las historias oficiales del continente y de cada país. Literatura que nace, si dejamos a un lado las expresiones prehispánicas, con la ficcionalización de la historia (las crónicas) y con una consciente voluntad testimonial. Origen imantado, flecha hacia el espejo.
El fenómeno de identificación es acaso el aspecto psicológico más importante de la cultura (Edwart T. Hall, Au-de là de la culture) . Concepto, el de «identidad cultural», que no es fijo, ni estático, se impone una perspectiva dinámica de ella, pues corre atada a los cabellos de la historia de los pueblos, es, según Luis López Álvarez, puente que une la personalidad a la cultura, y que no puede concebirse sin apertura hacia los demás.
Profundamente extrañada, la mirada europea impuso una visión simplista sobre ese «raro paisaje» natural y humano: mestizaje silenciado, ocultamiento del sincretismo, imagen edénica sobrepuesta sobre una realidad que se ignora. Hasta 1930 aproximadamente, cuando se produce una ruptura, a través de nuevas propuestas como el Neoindigenismo, la segunda etapa de las Vanguardias (auténtica americanización de éstas) y la reivindicación de la condición barroca americana (si bien es cierto que desde el origen existieron, gritaron voces aisladas), que evidenciaron todo un mundo ignorado y que se ignoraba, la realidad de un continente subdesarrollado y con graves problemas, y a la vez tan rico, con tanto que aportar al crisol cultural del mundo. Así, sirva como ejemplo la obra del venezolano Rómulo Gallegos, consciente intento de aproximación-apropiación sistemática del espacio venezolano, en novelas cuya acción se desarrolla en las distintas regiones del país. Tierras de la utopía, espacio para el mito, lo desconocido esperando a ser nombrado.
Necesidad de reconocerse que se intensifica de manera importante tras la II Guerra Mundial, principalmente porque urge la consolidación de las identidades nacionales en los nuevos países nacidos con la descolonización de África y Asia y, por otro lado, por el fenómeno de despersonalización que sigue a la acelerada industrialización y al desarrollo de las comunicaciones.
… el lector latinoamericano, incierto en cuanto a su identidad profunda, y expuesto con la misma incertidumbre, a todos los vientos de la imitación y del prestigio extranjero, ha comenzado a conocer hacia los años cincuenta una literatura cercana a él y en alguna medida personal, en la que bruscamente se ha contemplado como en un espejo que le atraía o rechazaba, buscaba su contacto o le denunciaba. Ello porque en esa literatura estaban subyacentes, no sólo el estrato profundo del elemento latinoamericano, sino también su crítica, la exhumación de que permanecía olvidado o desconocido, y la búsqueda de raíces desdeñadas o reemplazadas por influencias exteriores. Decía Julio Cortázar, en Littérature et identité (1976), y sigue :
Desde hace un cuarto de siglo, estos escritores leídos con pasión por un número creciente de lectores, han sido o son los que ven en la literatura una tentativa entre otras de afrontar el problema de la identidad cultural de los pueblos y de contribuir, con las armas de la invención y de la imaginación, a que aquélla sea más profunda y más completa. Sabido es que una gran mayoría de lectores latinoamericanos al «descubrir» al fin sus autores, han dado un paso adelante en la percepción de su propia identidad cultural.
En Venezuela, tras la restauración del régimen democrático, en 1958, y por tres décadas, la cuestión de la identidad nacional alcanza tal amplitud (con la publicación de numerosos ensayos y artículos, presencia constante en la prensa, organización de conferencias, mesas redondas…) que se convierte en verdadero debate nacional, y este país se erige en paradigma del problema de la identidad en Hispanoamérica.
Siguiendo un trabajo de Luis López Álvarez, Literatura e identidad en Venezuela (1991), nos preguntamos primero por la percepción que de sí mismo tiene el venezolano. Éste, situado en constante comparación con países desarrollados, en la admiración por lo extranjero, tiene una autopercepción esencialmente negativa, un sentimiento de inferioridad que le lleva al menosprecio de lo propio. En las novelas nos tropezamos casi siempre con un personaje que lucha por escapar, soñando huir, que se ahoga en su medio, al que siente profundamente hostil.
Una de las principales causas de este hecho, para L López Álvarez, estaría relacionada con la historia. El punto de partida de la toma de conciencia de la identidad de todos los pueblos es la enseñanza-aprendizaje de ésta, como señalaba Arturo Uslar Pietri :
A través del conocimiento de la historia es la única manera de adquirir una visión de conjunto de qué somos, de dónde vinimos y a dónde podemos ir. Si nosotros pretendemos que existe una entidad que se llama Venezuela, es muy importante que quienes formen parte de ella conozcan cómo se hizo esa entidad. (De una a otra Venezuela, 1977)
En Venezuela ha existido y existe lo que se ha llamado «Culto a Bolívar». Esta exaltación del héroe criollo, que por una parte aporta cohesión, sentimiento de pertenencia a una comunidad, e incluso ofrece un motor movilizador, un proyecto histórico por realizar en el continente. Su sueño, el de la unidad americana, produce, por otro lado, en el pueblo una «hipertrofia de la memoria»: la magnificación de este periodo, el de la Independencia, del héroe nacional y los libertadores, que trae como consecuencia una total ruptura con el pasado colonial, donde se encontrarían las raíces hispánicas. El pueblo venezolano actual se ve como una comunidad de seres pasivos en la historia , meros receptores de ésta, y aplican sobre la realidad actual el admirado pensamiento bolivariano. La historia venezolana se ve conclusa, cerrada, se convierte en una «liturgia de efemérides».
Otra causa fundamental de esa autopercepción negativa es la dominación económica del país, que si bien fue anteriormente europea, es en el siglo XX mayormente norteamericana ; dominio económico acompañado de la imposición de una mentalidad y un estilo de vida ajenos, verdadera dominación cultural que termina minando la identidad nacional.
A partir de 1920, con la espectacular puesta en marcha del primer pozo en Venezuela, «La Rosa», en la costa occidental de Maracaibo, despega la loca explosión petrolífica. El petróleo, auténtico «boom» en la vida venezolana en el XX, se convierte en el mayor acontecimiento de la historia del país tras la Independencia, impactando con violencia en la estructura social a todos los niveles, como señalaba A Uslar Pietri, de nuevo en De una a otra Venezuela :
Todas las formas de su existencia han sido afectadas y desajustadas por la riqueza petrolera. Todo se ha convertido en petróleo. Y el petróleo se ha convertido para nosotros en todo, menos en riqueza permanente y en seguridad.
Estos pozos son explotados por multinacionales extranjeras, que no sólo se llevan los beneficios, también aseguran en sus países las importaciones de Venezuela. Influencia, primero técnica y tecnológica, que pronto es dependencia, no sólo en este plano, también a nivel económico y político, pues los centros de decisión de la economía venezolana se sitúan fuera del país, esencialmente en EE.UU. Venezuela vive en los comienzos del fenómeno en la ilusión de la riqueza, que produce un masivo abandono de los campos ; seducción del petróleo de la que nace un importante número de «ciudades petróleo», migración interior que tuvo como primera consecuencia la fractura de la unidad familiar y el problema de reincorporar a estas poblaciones de repente desarraigadas.
Las Compañías petrolíficas extranjeras se erigen en auténticos «viveros de transculturación», en torno a las que gira toda la vida de las nuevas ciudades. La situación es típicamente colonial, se impone primero un modelo económico, al que sigue el dominio social y cultural, la admiración del poderío técnico extranjero conlleva a una minusvaloración de lo propio. Se consigue transplantar una nueva filosofía de vida, ya que las compañías «adaptan» a la sociedad venezolana a sus necesidades, manteniéndola en la condición de productora de las materias primas que expolian. Se repite el viejo fenómeno europeo, ahora más feroz, la Neocolonización de América latina.
Estas poblaciones desarraigadas, que de la noche a la mañana se encontraron en estas ciudades «artificiales», vagan alienadas, se introducen aceleradamente, metidas en el carro de la industralización, en un proceso de despersonalización, favorecida además por el control de los medios. El auge financiero y económico del país crea una euforia nacional, a pesar de que algunos intelectuales, como A. Uslar Pietri, ya en 1947, advirtiesen de la «apariencia de la prosperidad». La nueva fe es la riqueza fácil, una mentalidad derrochadora que convive con la pobreza y la marginación, que continúan existiendo, pues no se produjo un desarrollo armónico en el conjunto del país.
Más grave si cabe es el hecho de que ese desarrollo económico no se acompañó de un desarrollo cultural paralelo, las expresiones propias fueron reemplazadas por las importadas. Con el trastoque de valores, esa población alienada no puede producir arte ni ciencia, y la cultura venezolana queda reducida a la repetición de manifestaciones más o menos folklóricas. La creación (o re-creación) queda condenada, incapaz para introducirse en la tradición y en la continuidad histórica de la cultura venezolana.
Esta nueva situación conlleva necesariamente una nueva percepción del problema de la identidad, que se ve reflejada en el arte y en la literatura. La concentración poblacional en ciudades en torno al litoral, produce el que en los años 40 la ciudad irrumpa en la literatura. La novela descubre la ciudad. Tras la primera mirada, el descubrimiento de un nuevo entorno, la urbe se trata como lugar asfixiante, evocándose el espacio que se dejó atrás. Ya en los años 50 se imponen en la novela venezolana, dos modos o enfoques en el tratamiento de la ciudad : la aventura de un individuo perdido en ella o esa ciudad como mero contexto, escenario, donde transcurre la acción. En la década de los 60, encontramos como protagonistas de las obras a jóvenes de las clases medias de Caracas, que, deambulantes, recorren una y otra vez los mismos lugares, comunicándose entre sí con un reducidísimo vocabulario. Evolución análoga puede observarse en el teatro, eco también del desarraigo y la agresión que sufre la identidad. Muy lejos quedó la evocación del pasado rural ; la ciudad que atravesamos junto a los personajes es un circuito donde los seres (criaturas, bestias urbanas), pesadamente caminan arrastrando su desamparo existencial.
Si bien bajo el régimen dictatorial de Marcos Pérez Jiménez y los momentos de subversión que siguieron a su caída, en el 58, se dio la llamada «literatura de la violencia» , que abarcaba temas como las situaciones de injusticia social (miseria, desempleo, racismo, analfabetismo…), la represión, la corrupción del gobierno y la clase dirigente, o la lucha revolucionaria, no se podría hablar propiamente de una «literatura del petróleo» en este periodo, no llegó a desarrollarse.
El gobierno de centro-izquierda de Rómulo Betancourt, que significó el restablecimiento democrático en Venezuela, lleva a cabo una política de «prudencia» con la burguesía enriquecida con el «boom». Los movimientos de lucha por la liberación política de los últimos tiempos de la dictadura y de los primeros años de la nueva etapa, a los que se acogían con entusiasmo la mayoría de los intelectuales, terminan estinguiéndose. Y ante el fracaso revolucionario, los jóvenes novelistas y poetas abandonan el país o se refugian en su individual cotidianidad, acaban desligándose de la aventura colectiva. Apartada la esperanza de cambio se produce una vuelta hacia las modas literarias extranjeras. En estos escritores, donde primeramente se encuentra una actitud de impugnación de las graves consecuencias del choque petrolero, años más tarde hallamos el «debilitamiento» de ese intento.
Los escritores que publican entre 1958 a 1988 protagonizan una doble ruptura. Rompen primero con la sociedad nacional, alienada y explotada por el fenómeno del petróleo, pero también su ruptura es ideológica y estética con los escritores de la tradición. Señala López Álvarez que esta narrativa nada hacia el nihilismo o hacia un esteticismo, ambos excluyentes de la toma de conciencia del pueblo venezolano de la crisis social y la necesidad de un juicio de valores. La llamada «Generación del 58» proyecta su mirada sobre modelos exteriores, productora de una literatura calificada como «urbana», que aborda experiencias individuales, con un estilo en el que destaca el ritmo entrecortado, fragmentado como la sociedad. Auténtica pérdida del sentido de la tradición.
En 1983 estalla la crisis petrolera en Venezuela. El país, en explotación continua por las multinacionales, adormecido por el aparente auge nacional, toca fondo ahora presionado por la deuda externa y la bajada del precio del barril. Anteriormente señalamos que Venezuela se había erigido durante las últimas décadas, 1958-1988, en paradigma del debate sobre la identidad en todo el continente americano. Mas se produce una curiosa paradoja, ya que este debate se encuentra muy raramente en la literatura. Nos encontramos ante una literatura que, centrada en el microcosmos urbano y de espaldas al inmenso mundo rural, ciega por tanto al macrocosmos nacional, está abierta e influenciada por el cosmopolitismo. Literatura insensible a la identidad del país, con una perspectiva exclusivamente cultural y desapegada de los valores afectivos, conscientes o no, de la propia cultura. Según López Álvarez : Los valores de identidad quedan transpuestos en una sociedad de crecimiento, que homogeneiza las vidas, racionalizando las conductas, crea servidumbres y falsas necesidades.
Literatura de sensaciones, a base de acumulación o superposición de relatos, de ritmo entrecortado, ausencia de tiempo, cosmopolitismo como huida, inmediatez y abstracción de todo pasado (imprescindible para explicar el hoy)… Esta fragmentación a la que se abrazan las obras de este periodo dificulta una aprehensión global de la realidad, los escritores eluden o se muestran incapaces de proporcionar una visión de conjunto sobre el país, una mirada crítica que se hace indispensable para el desarrollo de una verdadera conciencia de identidad.
Paradoja, la que protagoniza esta literatura, que resulta además terrible, porque, como cree López Álvarez, la literatura es materia fundamental para la formación de una conciencia nacional. Su contribución esencial es irrenunciable para la conformación de un universo característico, en el que el hombre realiza y asume su verdadera identidad nacional.
Venezuela, y Latinoamérica hoy : violencia, miseria, explotación, analfabetismo, expolio… y un inmenso tesoro cultural y humano, ignorado, adormecido, acallado… Un mundo perdido bajo la nueva «bota» del Neocolonialismo. ¿Y la literatura ?
Proclamaba Uslar Pietri, principal autor venezolano del siglo XX:
Esa característica tiene y ha tenido siempre el intelectual latinoamericano. Ha sido un intelectual muy mezclado en política, muy metido en la política, muy llamado por la política. (…) Él (José Gaos) decía que el pensador latinoamericano era fundamentalmente o habían tenido, fundamentalmente, una actitud de educadores de sus pueblos. A mí me parece muy iluminadora esa visión y muy verdadera. Es decir, se sienten como con una misión , como con un cargo : «soy yo quien tiene que decir esto ; soy yo quien no puede callar esto ; soy yo quien tiene que denunciar esto ; soy yo quien tengo que invitar a que esto se haga y no puedo permanecer encerrado, sencillamente jugando con palabras y haciendo juegos verbales.
Pero, hoy, la flecha en desvío: Tradición traicionada.
La falta de una tradición literaria estabilizada, impide a nuestra narrativa el responder qué somos ; casi siempre lo que proclama es cómo estamos…, advierte Domingo Miliani. Huida de los espejos (espejo que es HISTORIA, MEMORIA, CONCIENCIA, ABRIR LOS OJOS). Esconderse de esos cristales afilados que urgan tras la carne, y nos miran, y nos invitan a mirarnos, y a mirar. Espejos para gritar, primer paso para el cambio necesario.
Nayra Pérez Hernández