Catalán de terra enfora, Seguí acertó a trascender toda veleidad de nacionalismo político, porque esa actitud resultaba, desde luego, ajena a la clase trabajadora; no era su problema, ni tampoco el del sindicalismo. Muchos años después, Emilio G. Nadal, desde su exilio de París, en 1946, escribiría: El nacionalismo catalán y su hermano más joven, el vasco, surgen en la España del siglo XX del seno de la burguesía industrial y financiera, la única clase que podía engendrarlos. Seguí propugnaba un sindicalismo netamente nacional, español, en el que la solidaridad obrera, constituía el objetivo, y su asiento regional lo adjetivo. Y no por casualidad, entre tanto, impartiría su magisterio sindicalista de signo profundamente humanista a los campesinos de Andalucía, andariego por sus tierras, por los que sentía especial afecto
Por Ramón Bayod y Serrat
Catalán de terra enfora, Seguí acertó a trascender toda veleidad de nacionalismo político, porque esa actitud resultaba, desde luego, ajena a la clase trabajadora; no era su problema, ni tampoco el del sindicalismo. Muchos años después, Emilio G. Nadal, desde su exilio de París, en 1946, escribiría: El nacionalismo catalán y su hermano más joven, el vasco, surgen en la España del siglo XX del seno de la burguesía industrial y financiera, la única clase que podía engendrarlos
Hacer memoria de las cosas es tarea exclusivamente humana. Traer al presente, con la excusa de un aniversario, aquello que alguien dejó tras de sí es, al menos, prueba de nuestro compromiso con la historia; y ésta, naturalmente, nada sería si no tuviese su vigencia en el hoy.
Al igual que ocurre con otras esferas de la existencia, el sindicalismo tiene también sus momentos estelares en los hombres que, de una u otra forma, dieron por la causa social que defendieron no sólo su propia vida, sino el testimonio de su magisterio.
Salvador Seguí y Rubinat, más conocido por el apodo de Noi del sucre, fue uno de ellos. Nació en Lérida el 23 de septiembre de 1887. De inteligencia clara y despierta, díscolo en las primeras letras, inquieto, sería atraído ya desde muy joven a las filas del anarcosindicalismo, cuyo eje organizado de influencia radicaba en Barcelona. En su formación cultural fue un autodidacta.
No era Seguí, por tanto, un teórico en el sentido especulativo del término, claro está, aunque sí un reflexivo a caballo de la acción, de la que constantemente obtendría consecuencias para un enfoque orgánico del movimiento sindicalista Cruells, uno de sus biógrafos, aporta al respecto esta observación: Resulta claro que estuvo movido toda su vida por una ideología profundamente sentida, pero no dogmática, que iría perfilando gradualmente, partiendo siempre, en esencia, y esto es fundamental, de un originaria intuición. Quiero decir que su fidelidad a la ideología ácrata será más temperamental que teórica.
De ahí que, para Seguí, una idea adquiría valor cuando entraba en el punto concreto de su realización posible. Todo cuanto estaba en el punto concreto de su realización posible. Todo cuanto no fuera eso significaba estar al margen del juego social y, por tanto, en los aledaños de un mundo quimérico.
Así muchos activistas le despreciaron por su actitud reflexiva, y otros, los idealistas de aventura, enzarzados en la lucha terrorista que daría paso a la represión de Arlegui y de Martínez Anido, también mostrarían su rechazo por su proclividad al pragmatismo. Y bajo este prisma de apreciación escribe Cruells: Seguí nos da la impresión de un solitario familiarmente hablando, pero de un solidario ante cuanto le rodea. Solidario de amistad, solidario del grupo, solidario de su clase social. Y en esa línea, precisamente, transcurrió toda su andadura por la historia del sindicalismo.
El contencioso patronal-sindicatos adquiriría, particularmente en la Barcelona de los años inmediatamente posteriores a la guerra europea (1914-1918), caracteres crecientes de violencia, agravados por la complicidad gubernamental de apoyo al Sindicato Libre de Ramón Sales, que sería su instrumento. Baja vertiginosa de la cartera de pedidos en muchos renglones productivos. Consecuencia: el paro masivo de trabajadores. La huelga de la Canadiense, empresa de producción eléctrica con proyección a toda Cataluña en 1919, tendría dos resultados decisivos: el primero, que los trabajadores, por primera vez, la ganan gracias al extraordinario talento negociador de Seguí -mitin en la plaza de toros de las Arenas-, con mejora de sus condiciones laborales; y el segundo, que la patronal emprende su escalada, frente a aquellos, honradamente preocupada, además por la creación de los Sindicatos Unicos de Rama de Industria, tras el Congreso sindical de Sants, en junio de 1918.
En este clima de tensión actuaría Seguí. Y su batalla la libraría, simultáneamente, en tres frentes. El político, el patronal y el extremista de su propia organización, para posibilitar, esta es la palabra, un encaje en convivencia civilizada dentro de la estructura socioeconómica de la época. Pero, como ocurre en tantas situaciones de la vida, no encontraría una continuidad de peso social tras su desaparición, quedando dramáticamente en solitario figuras tan representativas como pueden ser Peiró, Buenacasa, y sobre todo, Pestaña. El germen de la Federación Anarquista Ibérica estaba en marcha.
Ya desde la huelga de la Canadiense, aunque sin abandonar el ideal anarquista que él entendía cada vez más interiorizado en la persona, en la responsabilidad de cada uno, Seguí acertaría a ver con pasmosa claridad el futuro del movimiento sindicalista, distinguiendo entre lo posible y la aventura revolucionaria, si de verdad y positivamente la clase trabajadora había de superar sus problemas.
De sus escritos, conferencias y discursos podríamos tal vez sintetizar así el pensamiento del Noi: Frente al capitalismo y sus estructuras de poder, el trabajo, desde el punto de vista sociológico ha de ser visto como un medio de subsistencia, un medio de autorrealización y no como factor alienante (menoscabo de la dignidad del hombre).
Todo ello tiene:
a) en el sindicalismo, una filosofía cultural superadora de la condición obrera, que puede ser reformista o revolucionaria, y
b) en el sindicato de rama, el instrumento organizativo capaz de plantear y resolver los problemas concretos de intereses en juego, dentro de una estructura social determinada.
Catalán de terra enfora, Seguí acertó a trascender toda veleidad de nacionalismo político, porque esa actitud resultaba, desde luego, ajena a la clase trabajadora; no era su problema, ni tampoco el del sindicalismo. Muchos años después, Emilio G. Nadal, desde su exilio de París, en 1946, escribiría: El nacionalismo catalán y su hermano más joven, el vasco, surgen en la España del siglo XX del seno de la burguesía industrial y financiera, la única clase que podía engendrarlos. Seguí propugnaba un sindicalismo netamente nacional, español, en el que la solidaridad obrera, constituía el objetivo, y su asiento regional lo adjetivo. Y no por casualidad, entre tanto, impartiría su magisterio sindicalista de signo profundamente humanista a los campesinos de Andalucía, andariego por sus tierras, por los que sentía especial afecto. La causa que defendía el sindicalismo no era sólo patrimonio de las zonas industriales, sino también del medio rural, de los campos ignorados.
En el cenit de esa tarea, Salvador Seguí caía asesinado, junto a su compañero Francisco Comas, en la barcelonesa calle de la Cadena, del barrio viejo, el 10 de marzo de 1923, hace ahora sesenta años. El madrileño ABC (13-3-1923), daba así la noticia: No hace mucho intentó hacerse socio del Ateneo barcelonés. Y como surgieron ciertas dificultades, suscitadas por la oficiosidad de sus amigos, Seguí se excusaba: No tuve el propósito de ir al Ateneo a perturbar su vida. Quería solamente trabajar, porque me doy cuenta de la magnitud de nuestra ignorancia.
Publicado en la revista Id y evangelizad de Enero de 2004