Marcelo ensema nsang, poeta y militante cristiano

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Sacerdote y docente, es también, como la mayoría de los intelectuales ecuatoguineanos, militante por la democracia de su país, lo que le vale la tortura y la cárcel durante el gobierno de Macías. “No estoy solo, Señor, traigo todas las penas de los que sonríen, cada mañana, a la Tristeza. Vengo cansado, compañero del sol hasta el ocaso, con toda la fatiga de los opositores a horas extras para que el sueldo albergue a la niñada…”

Nace en 1947 en Mongó Yebekón, (Niefang, Guinea Ecuatorial). Por motivos de estudios abandona su país a los 14 años, para regresar a los 27. Sacerdote y docente, es también, como la mayoría de los intelectuales ecuatoguineanos, militante por la democracia de su país, lo que le vale la tortura y la cárcel durante el gobierno de Macías. Su poesía comienza en Granada, en la década de los sesenta, con el grupo Redondel, en cuya revista aparece su producción más representativa. Asimismo, también se incursiona en la narrativa; su cuento Mañana fue vertido a guión cinematográfico. Actualmente es director del Colegio de los Padres Claretianos en Niefang. Obras: El ángel loco; Entre dos fuegos; El mar; La última palabra es el silencio; La favela; Ofrenda (1992).

PRESENCIA

Dios está aquí como un vigía
navegándome la existencia.
Es un rito de vida:
sobre el altar del tiempo, brotando de Dios,
mi pequeña porción de tiempo
jugando –entre sus dedos- a concretarse,
a definirse y conjugarse en presente.
Soy.
Yo estoy aquí como un crepúsculo,
como una brisa hiriendo la mañana,
aguardando la espada del destino:
Dios está aquí existiéndome aquí,
ahora que espero el grito de la vida,
que mañana –tal vez-
sonará a sangre incolora
y olerá a llamas sin fuego,
a toro improvisado,
a nave que barrunta el puerto entre la niebla:
tus manos, Dios, que me alzarán como ofrenda de la tarde.

Aula del Instituto Nacional de Enseñanza Media de Mongomo (Joel García)

OFRENDA

Y soy el pan y el vino.
Yo soy el labrador y el viñador:
y he chapeado a golpes mi parcela de finca
y sé del color –mata a mata- de las mandrágoras,
cada mañana y a destajo.
Yo soy el labrador, la yuca y la malanga.

Yo me he cansado con el sol
y, a las tardes, al último pájaro revoltoso,
le disputaba a la palmera su estatura
y la bajaba a ras de mi garrafa:
gota a gota exprimía su vida dulcolechosa.
Se amargaba tenaz entre mis odres.
Luego fluía, de machete a machete, su potencia a mi cabeza,
Para disimular el sudor de mis manos
Y acariciar los callos sin voz de cada pena
Ahogada en su corriente de maíz tostado:
Yo soy el viñador, la palmera y su vino.
Yo soy el labrador, la yuca y la malanga.
Y spy mi propia ofrenda.

CONSAGRACIÓN

Pero no estoy solo.
Soy carne de la carne del mundo
y en mis poros respira el dolor de los hombres todos.
Soy el Centauro mañanero
y porto el mundo desde el seno de la noche.
No estoy solo, Señor,
traigo todas las penas de los que sonríen,
cada mañana, a la tristeza.
Vengo cansado,
compañero del sol hasta el ocaso,
con toda la fatiga de los opositores a horas extras
para que el sueldo albergue a la niñada,
fruto de la torpeza y del despiste.
No podían faltar los tontos,
cuyo rostro huido acuno entre mis besos.
También traigo, Señor,
la risa racionada de los que rían por no llorar.
Y la mentira bien tejida de los diplomáticos.
Y la ciencia creciendo babeles
que tú te encargas de cortar a ras humano.
Y los listos,
que saben tanto que hasta saben que la luna no inventó el firmamento.
Aquí los traigo,
Señor,
y me encuentro con que eres tú,
Hostia viviente entre mis manos,
con esa “hache” inicial de tu Humanidad para los hombres,
reventando la pena y la alegría del mundo.
Esta es mi ofrenda…
No estoy solo, Señor,
mi corazón late el ritmo de todos los hombres,
ellos están conmigo.
No estoy solo, Señor, tú estás conmigo
y en mis manos resumes
la ofrenda de tu vida compartida
en la ceniza de tu cuerpo
donde crece la eternidad a borbotones,
como un pelícano obstinado,
sobre todos los hombres,
sobre el mundo…

KILÓMETRO 0

Tanto tiempo ensayando la aventura,
aprendiendo a nombrarte letra a letra,
tropezando –latido a latido-
sobre las piedras del destino.
Yazgo
en cada puerta como un perro pordiosero
y me quemo la piel en cada esquina.
Palpo en la noche
Y el barro de los ojos balbucea luces lejanas
que llenan de torpeza las pisadas.
El camino está quieto bajo los pies:
no es posible pisarle el vuelo a los murciélagos
ni robarle su ciego canto a las lechuzas…

Todo ha sido un ensayo en tu mirada,
con tu aliento calzando con fe la dura espera:
y la mañana,
cansado de bregar contracorriente,
se alza tu rostro como un báculo tieso
que inyecta persistencia
y pone en marcha
el engranaje del camino:
“Levántate, camina, anda,
llena tu copa
mi fortaleza, y mi aceite
lubrifica tu tez para la lucha…”

Empiezo a caminar mi camino
una tarde, Señor,
lanzado por el “cero” programático
de tu kilometraje originante:
cansancio y báculo,
caminante y camino, Tú.
Y yo,
ensayando a doblarte por la escena.