LA CRUZ, manifestación de DIOS y de SU AMOR

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Monseñor Forte medita en el sentido del sufrimiento de Cristo. Para saber quién es Dios y comprender su amor es necesario arrodillarse ante la cruz, consideró este martes el predicador de los ejercicios espirituales en los que participa Juan Pablo. La cruz, aclaró, es «el lugar en el que Dios habla en silencio, iluminando las tinieblas de nuestro corazón, sediento de él».. «El regreso a casa del Hijo pródigo –añadió– representa el extraordinario momento de la conversión», que requiere comprender la propia «alienación» a la que ha llevado el pecado, así como «el reconocimiento del amor de Dios». «Hijo pródigo» en el que se presenta, recordó, a un Dios humilde, valiente, maternal, Señor de la esperanza, del gozo y del sufrimiento. Conversión, concluyó, es la conciencia del drama de haberse alejado de Jesús y el camino que lleva a encontrarse con el Señor…

2 marzo 2004 (ZENIT.org).- Para saber quién es Dios y comprender su amor es necesario arrodillarse ante la cruz, consideró este martes el predicador de los ejercicios espirituales en los que participa Juan Pablo II esta semana.

«En camino hacia la cruz» fue el argumento de las meditaciones que ofreció al Papa y a sus colaboradores de la Curia romana monseñor Bruno Forte, presidente de la Faculta de Teología del Sur de Italia.

La cruz, aclaró, es «el lugar en el que Dios habla en silencio, iluminando las tinieblas de nuestro corazón, sediento de él», afirmó en uno de los pasajes que pudieron escucharse a través de las ondas de «Radio Vaticano».

Toda la vida de Jesús, constató el predicador, está orientada hacia la cruz. «Si queremos saber quién es Dios, tenemos que arrodillarnos a los pies de la cruz»

La cruz, indicó el sacerdote que dirige sus meditaciones en la capilla «Redemptoris Mater» del Vaticano, es la clave para comprender el Evangelio, constatando cómo cada uno de sus pasajes son como una introducción para comprender ese misterio.

En la tarde del día anterior, lunes, meditó, por ejemplo, en el pasaje evangélico del «Hijo pródigo» en el que se presenta, recordó, a un Dios humilde, valiente, maternal, Señor de la esperanza, del gozo y del sufrimiento.

«Antes este Dios, ¿quiénes somos nosotros?», preguntó. «El hijo más joven, que se llevó todo y se fue de casa a una tierra en la que disipó todo», respondió.

«El regreso a casa del Hijo pródigo –añadió– representa el extraordinario momento de la conversión», que requiere comprender la propia «alienación» a la que ha llevado el pecado, así como «el reconocimiento del amor de Dios».

Conversión, concluyó, es la conciencia del drama de haberse alejado de Jesús y el camino que lleva a encontrarse con el Señor.