Autogestión nº 154 «La contracultura del compromiso»

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Hablar de la contracultura del compromiso significa efectivamente que estamos ante una cultura del “no compromiso”. Esto es tanto como decir que, para evitar el riesgo del compromiso, hemos terminado apostando por una cultura de la indiferencia.

De la indiferencia y de la buena conciencia. Porque el compromiso, que es siempre un quehacer que requiere de una firme determinación de nuestra voluntad, nace del deber al que nos llama la conciencia. Indiferencia y buena conciencia se convierten, pues, en un cóctel tremendamente nocivo y destructivo del bien común, del desarrollo de los pueblos como pueblos, de la construcción y el avance de esa vieja aspiración revolucionaria que se llama fraternidad universal.

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El “no compromiso”, que acaba irremediablemente en autojustificada indiferencia frente al mal, está pasando a ser uno de los rasgos dominantes de nuestras formas de vida, de la cultura hiperindividualista, emotivista y hedonista en la que estamos inmersos. El filósofo polaco Zygmunt Bauman explica claramente lo difícil que resulta que en la postmodernidad líquida nos comprometamos con una identidad, un ideal, un lugar o una comunidad.

El mundo que nos rodea es “líquido”. Algunos van más allá, y lo denominan vaporoso. No podemos confiar en que ningún trabajo o función, idea o causa, grupo o institución se mantenga en la misma forma durante mucho tiempo. Pero tampoco el trabajo, el ideal, el grupo puede confiar en nuestro compromiso estable con ellos. Pete Davis sitúa en este contexto lo que él llama “el modo de navegación infinita». Sentencia: la característica que define a nuestra generación es la de mantener nuestras opciones abiertas, sin comprometernos seriamente, a medio y largo plazo, con ninguna.

La tensión entre estos dos modos de concebir la existencia, el que nos mantiene en la indolora y acomodaticia indiferencia del no compromiso, y el que nos compromete asumiendo el riesgo de la fidelidad al deber, existen tanto en la sociedad en su conjunto como en cada uno de nosotros.

Hecha la constatación cabe, a continuación, preguntarse por la razón de su éxito, de lo que la hace tan atractiva. La elección por el “no compromiso” tiene también su filosofía. No comprometernos firmemente con algo tal vez tiene que ver inicialmente con una postura crítica ante el compromiso voluntarista que acaba con frecuencia en un fracaso, en un desengaño, en una rigidez moralista, o en el puro cinismo. No podemos simplemente desechar que este “no compromiso” postmoderno pueda tener algo que ver con el fracaso de la modernidad racionalista, de la independencia y de la autonomía absoluta del hombre- individuo, que iba a acabar, con su compromiso, con todos los males del “oscurantismo” anterior a ella. Tal vez incluso inicialmente, el “no compromiso” no está exento de la búsqueda de una identidad que quiere liberarse simplemente de las opciones heredadas y no quiere perderse la última ola, la siguiente innovación que le aproxime al señuelo del “producto felicidad”.

Pero el “no compromiso” acaba deslizándose irremediablemente hacia nuevas miserias que producen dolor. La primera de ellas, la parálisis. Con la flexibilidad viene el dolor de la «parálisis por decisión». Cuantas más opciones tenemos, y cuantas más veces saltamos de una opción a otra, menos satisfecho estaremos con cualquier opción, y menos confianza tendremos en comprometernos con algo. La segunda, la anomía. Anomia es la sensación de que no hay normas o leyes o principios sobre los que organizar la propia vida. De este modo, este saltar de una opción a otra degenera en soledad y aislamiento: el malestar de no tener ninguna conexión con nada, de no tener expectativas establecidas para ti, de carecer de algo realmente importante por lo que merezca la pena persistir. La tercera, la superficialidad. Cuando nos pasamos el tiempo buscando frenéticamente nuevas experiencias, nos perdemos las experiencias más profundas, las que sólo pueden surgir si permanecemos en algo durante mucho tiempo. La búsqueda permanente de nuevas y novedosas sensaciones dopamínicas se termina convirtiendo en una adicción. Adicción en el sentido más patológico del término.

Guillermo Rovirosa, el que hemos mencionado en no pocas ocasiones, nos describe al hombre del “no compromiso” con total claridad y crudeza. Se trata del hombre mediocre. «Un hombre mediocre es un hombre frustrado. Lo que da algún sentido a la lucha humana es precisamente la lucha permanente, y el hombre mediocre es el que no quiere líos. ¿Qué sentido puede tener la vida de un hombre cuya aspiración máxima consiste en no dar sentido a su vida?. Tanto tienes, tanto vales. Este es nuestro lema de mediocres. Para «tener», estorban todas las virtudes humanas de honradez, amistad, fidelidad a la palabra dada, culto a la verdad, sentido de justicia, probidad…”

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Si la cultura del “no compromiso” parece extenderse a toda velocidad, también es cierto que millones de personas, de antes y de ahora, siguen dando cuerpo a lo que aquí vamos a llamar, provocativamente, la contracultura del compromiso. Y son ellas las que siguen desafiando la esterilidad y la violencia que campa a sus anchas en la cultura del “no compromiso”. Ellas se sienten responsables de lo que ocurre en la sociedad, aman los lugares donde viven y a los vecinos que los pueblan, convierten las ideas en realidad a largo plazo, vigilan y mantienen su denuncia sobre las instituciones que destruyen a las comunidades, se vuelcan en su profesión, que tratan de vivir vocacionalmente, y constituyen los espacios y los grupos dónde se fragua el compañerismo y la amistad. Construyen relaciones con cosas concretas. Y demuestran su amor por esas relaciones trabajando con perseverancia, cerrando puertas, sacrificándose y renunciando a muchas otras opciones por ellas. Te ofrecemos nuestro compromiso con esta “contracultura” de la vinculación, de las relaciones, de la libertad ligada a la responsabilidad, del trabajo infatigable por el bien común y la solidaridad, con la esperanza de descubrir en ella no sólo una cultura mucho más eficaz para una auténtica revolución de la fraternidad, sino también mucho más plena de alegría y de sentido.