Por Ignacio Ramonet
La Voz de Galicia
A LOS QUE no hemos olvidado que en la siniestra Escuela de Guerra de las Américas -que los Estados Unidos tuvieron hasta los años 1990 en su zona del canal de Panama para el perfeccionamiento de los oficiales superiores de América Latina- una de las materias normales enseñadas era la tortura, no nos extraña que esa aborrecible práctica esté generalizada en las cárceles de Irak y en el penal de Guantánamo. Pero pensábamos que seguía siendo una práctica, además de immoral, vergonzosa y secreta. Por eso nos ha sorprendido que los nuevos torturadores estadounidenses exhiban con tanto desparpajo las imágenes de su propia abyección.
Y es que, por ser nueva, la novedad provoca a veces consecuencias que resultan imprevisibles. Aunque parezca de Pero Grullo, de tal obviedad no siempre se tiene conciencia. Así, por ejemplo, aunque la publicidad nos bombardea sin tregua con la alabanza de los teléfonos digitales capaces de tomar fotografías y de rodar cortas escenas en vivo; y aunque carteles y anuncios nos prometen, por precios muy bajos, Internet a alta velocidad, casi nadie había pensado que estas dos innovaciones tendrían consecuencias en el ámbito de la geopolítica. Que iban a cambiar la percepción de la guerra de Irak, y que, al final, acabarían por asestarle a las fuerzas de ocupación estadounidenses su principal derrota mediática desde que se inició la invasión en marzo del 2003.
¿Los teléfonos celulares y el ADSL? Sí. Una vez vencido el ejército de Sadam Huseín, el Pentágono recurrió, para tratar de controlar Irak, no sólo a las fuerzas profesionales adiestradas para el combate, sino que llamó a filas a decenas de miles de reservistas. Estos son civiles ordinarios, chicas y chicos, que perciben una pequeña suma de dinero mensual a cambio de entrenarse con regularidad y de estar listos para ser movilizados al instante en función de una emergencia.
Muy pocos de ellos imaginaban, sobre todo después de que acabó la guerra fría, que un día serían enviados, de la noche a la mañana, al otro lado del mundo y que se iban a encontrar immersos en una aventura tan desastrosa como la ocupación de Irak. Arrancados de sopetón de su vida de cada día, y empleados en tareas secundarias, la mayoría de ellos han tratado de conservar sus hábitos de la vida civil.
¿En qué consisten esos hábitos hoy? Pues, entre otros, en mandarse sin parar mensajes SMS por teléfono celular, y fotos, y cortos vídeos. También, como en otros países, muchos jóvenes acostumbran a hacer viajes cortos de los que se traen profusión de recuerdos fotográficos. Esta combinación hace que los reservistas estadounidenses (es probable que también lo hagan los efectivos de los otros ejercitos de ocupación en Mesopotamia), desde que llegaron a Irak han mandado por teléfono a su familia, a sus colegas de trabajo y a sus amigos, millones de fotografías, vía Internet, así como cortas secuencias en vídeo digital. Son las nuevas tarjetas postales de este especie de turismo del extremo que es el participar en una guerra. Esas imágenes de recuerdo, tomadas con inconsciente desenvoltura desde el interior de la maquinaria invasora, son las que están revelando desde hace unas semanas el verdadero y detestable rostro de la ocupación norteamericana.