Confianza rota: cómo Occidente está erosionando su propio poder económico y financiero

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Por Pablo Sanz Bayón, profesor de Derecho Mercantil

En medio de la creciente agitación interna en Estados Unidos -marcada por la polarización política, tensiones sociales y un abultado desequilibrio fiscal-, la economía y el dólar estadounidenses comienzan a perder tracción en el escenario internacional. Instrumentos que durante décadas cimentaron su hegemonía, como las sanciones financieras, las restricciones comerciales o la confiscación de activos, hoy son vistos por muchos países no como mecanismos de estabilidad, sino como armas geopolíticas. Y la reacción del mundo no occidental frente a Estados Unidos y sus “eurovasallos” ha sido inmediata: una creciente inquietud sobre la seguridad de mantener reservas en dólares y un impulso renovado para reducir la dependencia de la moneda estadounidense.

La historia ofrece advertencias. En 1944, el acuerdo de Bretton Woods consagró al dólar como moneda de reserva mundial, respaldado entonces por el oro. Fue un movimiento estratégico que consolidó el poder financiero mundial de Washington durante el siglo XX. Pero todo cambió en 1971, cuando Richard Nixon decidió desligar el dólar del patrón oro. Desde entonces, la moneda se sostiene más en la confianza global -y en la fuerza militar y diplomática de Estados Unidos- que en activos tangibles. Hoy, esa confianza también se empieza a tambalear.

La reciente cumbre anual de los BRICS+, celebrada en Río de Janeiro los días 6 y 7 de julio, es un síntoma -el enésimo en tiempos recientes- de esa pérdida de tracción internacional de Washington en el convulso concierto mundial. La alianza ampliada BRICS+ (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica, Egipto, Etiopía, Irán, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos) desafía directamente la hegemonía económica del G7, anunciando un mundo multipolar que poco a poco va moldeándose, por ejemplo, mediante nuevas instituciones multilaterales como el Nuevo Banco de Desarrollo (New Development Bank). Alternativas cada vez más definidas frente al (viejo) orden angloamericano y norteatlantista. Aparece pues una nueva dialéctica: de un lado el Norte Global u Occidente Colectivo, en decadencia, y el Sur Global o el No-Occidente colectivo, en emergencia y colaboración al margen del primero.

Algunos indicadores elocuentes

Los BRICS+ han superado ya al G7 en PIB ajustado por paridad de poder adquisitivo (PPA), alcanzado el 40,7% frente al 28,4% a mediados de 2025, aunque el G7 conserva el liderazgo nominal (44% frente al 27% en 2024). Las tasas de crecimiento de los BRICS+, ejemplificadas por India (6,2%) y China (4%), eclipsan el promedio del G7 (1,2%). Según algunos economistas, esto se debe al mayor potencial de los BRICS+ para la profundización del capital y a mayores rendimientos marginales (Atlantic Council, Building BRICS, 2025).

La dinámica comercial subraya aún más este cambio. Las exportaciones de mercancías de los BRICS+ aumentaron del 10,7% (2000) al 23,3% (2023) del total mundial, mientras que la participación del G7 disminuyó del 45,1% al 28,9%. Las exportaciones de alta tecnología de los BRICS+ aumentaron del 5% al 32,8% (2000-2022), aprovechando las ventajas comparativas en manufactura (China) y extracción de recursos (Rusia, países del Golfo). Cabe destacar que el 30% de las exportaciones de los BRICS+ se dirigen al G7, correspondido por el 15% de las exportaciones del G7. El Fondo Monetario Internacional reconoce de facto esta fragmentación, en su World Economic Outlook Update (Countering Global Fragmentation, abril 2025).

Una arquitectura paralela sin permiso del Norte Global

En este nuevo tablero geoeconómico y geofinanciero, China, Rusia y otros miembros del bloque BRICS (Brasil, India, Sudáfrica y, más recientemente, Irán, Egipto y Arabia Saudita) están impulsando activamente una arquitectura paralela. Avanzan en acuerdos comerciales en monedas locales, cierran pactos energéticos denominados en sus divisas e incluso discuten la creación de una moneda digital respaldada por materias primas como el oro. Moscú acumula reservas de oro y afianza su sistema de pagos alternativo; Pekín expande el uso del yuan mediante swaps monetarios y refuerza su plataforma CIPS como alternativa a SWIFT (OMFIF, Shared Brics money: a basket currency or a basket case?, 18 de febrero de 2025).

Estos movimientos no son meras señales políticas. Ya en 2023, el yuan superó al dólar como la moneda más utilizada en las transacciones transfronterizas de China. Brasil también firmó acuerdos para liquidar sus contratos internacionales en monedas locales. Y lo que alguna vez fue impensable: Arabia Saudita, pieza clave del sistema del petrodólar desde los años 70, ya acepta otras divisas como el yuan, la rupia o el euro a cambio de su oro negro.

Precisamente, una de las claves subyacentes a este proceso de reconfiguración internacional pasa por el dominio de las materias primas, lo cual sustenta la influencia de los BRICS+, quienes controlan el 72% de las tierras raras, o el 75% del manganeso y el 50% del grafito, por ejemplo. La demanda industrial de China e India respalda a su vez su influencia en el mercado. Ahora bien, las exportaciones de los BRICS+ presentan una mayor elasticidad de precio con respecto a la volatilidad del tipo de cambio que las del G7, lo que amplifica los riesgos comerciales.

Mientras tanto, la disminución de los rendimientos marginales favorece a los BRICS+, donde las inversiones de capital generan importantes aumentos de productividad en comparación con las economías saturadas del G7. El creciente consumo de la pujante clase media de los países emergentes o del Sur Global, impulsado por la urbanización y la renta disponible, estimula también la demanda interna de una amplia gama de bienes, incluidos los artículos de lujo.

La desdolarización se acelera a nivel mundial

Aunque el dólar continúa siendo la principal moneda de reserva mundial -representando cerca del 59% de las reservas globales, según el FMI, frente a más del 70% en el año 2000- la tendencia a la baja es clara y constante. Si esta desdolarización se consolida, podría inaugurar una nueva era de multipolaridad financiera, con profundas implicaciones para el poder global de Estados Unidos.

Los BRICS+ poseen ya el 42% de las reservas mundiales de divisas, y los bancos centrales están diversificándose hacia el oro (más de 1.000 toneladas adquiridas en 2024). El comercio intrabloque en monedas locales alcanzó el 90% en julio de 2025. El anunciado sistema de liquidación BRICS Bridge busca eludir el SWIFT mediante la vinculación de los sistemas de pago nacionales, aunque una moneda unificada enfrenta obstáculos propios y de momento no deja de ser una ilusión más que una realidad tangible (EBC Financial Group, When Will BRICS Currency Be Released? What We Know So Far, 8 de julio de 2025).

El Nuevo Banco de Desarrollo (NDB) aprobó 40.000 millones de dólares para 122 proyectos (22.400 millones de dólares desembolsados para 2025), ofreciendo mejores alternativas a numerosos países que las instituciones occidentales. Por su parte, el denominado Acuerdo de Reserva Contingente (CRA) refuerza la seguridad de la liquidez.

Lo que significa que se abra un escenario de multipolaridad financiera

El mundo se encamina, lenta pero firmemente, hacia un escenario de multipolaridad financiera. El punto de quiebre más simbólico y alarmante fue la congelación de más de 300.000 millones de dólares en activos del banco central ruso por parte de Estados Unidos y sus aliados tras la intervención en Ucrania. Durante décadas, estas reservas habían sido consideradas intocables, protegidas por el principio de inmunidad soberana. Romper esa norma no solo alteró las reglas del juego, sino que instaló un precedente inquietante para el resto del mundo.

Occidente busca ahora justificar la confiscación definitiva de esos fondos a través de resoluciones que los vinculan a crímenes de guerra. Sin embargo, en buena parte del Sur Global esto se percibe como piratería financiera encubierta bajo retórica moralista que no casa nada bien con los antecedentes y precedentes de muchas potencias occidentales y con la memoria aún viva de la descolonización.

El mensaje implícito es claro: si un gobierno no se alinea con los intereses de Washington, sus reservas en dólares pueden desaparecer de un día para otro. La respuesta ha sido palpable. En gran parte de Asia, África e Iberoamérica, el proceso de desdolarización ha dejado de ser una consigna marginal para convertirse en una estrategia de protección nacional. Hace dos años Malasia y China lanzaron una plataforma regional para pagos en yuanes, y Nigeria declaró su intención de diversificar reservas. Y en Iberoamérica, Brasil promueve el comercio intrarregional en monedas locales como forma de blindarse ante la volatilidad del sistema dominado por el dólar.

Las sanciones estadounidenses se perciben como una suerte de “militarización del dólar” y esta dinámica seguida por el G7 y la UE acelera el desacoplamiento financiero. La disminución del 50% de los ingresos petroleros de Irán debido a las sanciones, por ejemplo, sirve como una clara advertencia (Foreign Policy Association, Iran’s Economic Trajectory Before and After the JCPOA, Universidad de Michigan, 13 de mayo de 2025).

Guerras comerciales

Frente a la última amenaza arancelaria de Trump de julio de 2025 (10 % para los países alineados con los BRICS), las contramedidas incluyen la diversificación de las exportaciones, las disputas en la OMC y la reducción de la dependencia del dólar mediante la facturación en moneda local.

Visto desde la perspectiva del realismo y la «trampa de Tucídides» como propone Allison, en Destined for War: Can America and China Escape the Thucydides Trap? (2017), los BRICS responden mediante líneas de swaps bilaterales. La política arancelaria de Trump -modelada como un “dilema del prisionero” dentro de una hegemonista teoría de juegos-, corre el riesgo de causar un perjuicio económico mutuo, pero podrían consolidar paradójicamente la cohesión de los BRICS+.

Agotamiento de la narrativa occidental

Al mismo tiempo, en el plano diplomático, la narrativa occidental se empobrece en dicotomías y maniqueísmos burdos que parecen regresar al cómodo mundo bipolar y sin matices de la guerra fría: “democracias contra autocracias”, la vieja película de “buenos contra malos”. Las sanciones unilaterales, las exclusiones de foros internacionales y el chantaje diplomático se han convertido en herramientas habituales del eje angloamericano (Estados Unidos, Reino Unido y la Commonwealth) y sus acólitos europeos. Incluso organismos que deberían mantener la neutralidad, como el FMI o el Banco Mundial, son cada vez más cuestionados por su sesgo.

Las ventajas estructurales de los BRICS+ -fuerte crecimiento, especialización comercial y desarrollo institucional estratégico- están erosionando el dominio del G7. Las medidas coercitivas de Estados Unidos (sanciones, aranceles) inadvertidamente impulsan la desdolarización y fortalecen la autonomía de los BRICS+. Si bien la superación total es una cuestión a largo plazo, la trayectoria hacia un orden multipolar es inequívoca y marca el ocaso de la era unilateral de la globalización liberal comandada desde Washington. La arquitectura institucional creada tras Bretton Woods se tambalea, no por un ataque externo, sino por una sobreutilización estratégica que ha minado su confianza y credibilidad internacional.