“Infierno en Haití”, titulaba el periódico británico Daily Mail la semana pasada. La publicación describía cómo las calles estaban sembradas de cadáveres, generalmente asesinados por bandas que controlan más del 90% de Puerto Príncipe, la capital del país. Según Naciones Unidas, más de 5.000 civiles fueron brutalmente asesinados en 2025. Y al menos 184 fueron asesinados la semana pasada.
Por Víctor Gaetan
En la mañana del 3 de agosto, Gena Heraty, una misionera laica irlandesa, un niño discapacitado de tres años y otras siete personas fueron secuestradas por un grupo armado que atacó un orfanato en las afueras de la capital. Ciudadanos inocentes son el blanco de ataques para reprimir la disidencia e infundir miedo: los cuerpos a veces son quemados vivos, decapitados, mutilados o arrastrados por las calles. Pocas escuelas permanecen abiertas en Puerto Príncipe. En cambio, los niños son reclutados como combatientes internos. UNICEF informa además de un fuerte aumento de la violencia sexual contra estos niños.
Debido a las zonas de guerra urbanas, donde la policía se enfrenta a insurgentes armados, aproximadamente 1,3 millones de personas (de una población de 11 millones) se encuentran sin hogar, muchas de ellas viviendo precariamente en campamentos improvisados, donde la escasez de alimentos se agrava. En zonas del país fuera de la capital, la situación es menos grave, pero el control de las bandas en los principales aeropuertos y la mayoría de los puertos implica que la asistencia humanitaria y el acceso a medicamentos y alimentos son cada vez más limitados a medida que se extiende el conflicto.
El arzobispo Thomas Wenski de Miami, Florida, hogar de aproximadamente 400.000 haitianos, nos tranquiliza: “La Iglesia sigue con el pueblo a pesar de todos los problemas”. Fuera de la capital, “la Iglesia sigue muy involucrada en distintas actividades como la educación, la atención médica y la asistencia a la población”. (Más de 1,5 millones de haitianos viven en Estados Unidos).
Colapso de la seguridad
El arzobispo Juan Antonio Cruz Serrano es el Observador permanente de la Santa Sede ante la Organización de los Estados Americanos (OEA). En una entrevista en la nunciatura de la Santa Sede en Washington, D.C., el diplomático afirmó que la seguridad debe ser la máxima prioridad, ya que, sin ella, los derechos humanos, el desarrollo y la democracia son imposibles. “Nuestra segunda prioridad”, añadía, “es la ayuda humanitaria porque más de dos millones de haitianos viven en condiciones de hambruna”.
Desgraciadamente, la seguridad ha sido deficiente en Haití durante muchos años. Ningún presidente ha sido elegido desde 2016, cuando Jovenel Moïse asumió el cargo. Moïse fue asesinado en 2021 en su propia su cama en el palacio presidencial por mercenarios extranjeros (que aparentemente colaboraban con la seguridad del presidente). Desde entonces, la autoridad estatal se ha desintegrado.
¿Cómo se ha llegado a este punto?
Haití fue en su día la colonia más rica de Francia, cuya pujanza se basaba en la producción de café y azúcar. Abusados y humillados, los antiguos esclavos derrocaron el dominio francés en 1804 y declararon la independencia. Sin embargo, el gobierno francés extorsionó al nuevo país con una deuda enorme bajo la amenaza de invasión, paralizando así el desarrollo de Haití. Cuando un presidente local fue asesinado en 1915, Estados Unidos ocupó Haití con el pretexto de restaurar la estabilidad y permaneció allí hasta 1934. Estados Unidos también saqueó financieramente a la nación.
Reflexionar sobre esta historia puede estremecer a cualquiera, especialmente si se considera el caso del sacerdote misionero que fue presidente de Haití en tres ocasiones: febrero-octubre de 1991; 1994-1996; y 2001-2004.
Duvalier, Aristide y el caos actual
Nacido en 1953, Jean-Baptiste Aristide creció durante los regímenes de Papa Doc Duvalier (1957-1971) y Baby Doc Duvalier (1971-1986). Su formación en la orden salesiana comenzó a los 5 años y fue ordenado sacerdote en 1982, tras estudiar en República Dominicana, Italia, Grecia y Palestina. Como párroco de una parroquia pobre en Puerto Príncipe, predicó la justicia social.
Cuando Baby Doc huyó del país, los salesianos pidieron a Aristide que se abstuviera de hacer declaraciones políticas. En septiembre de 1988, la iglesia de Aristide fue atacada con ametralladoras y machetes durante la misa dominical, matando a 12 personas e hiriendo a otras 77. Posteriormente, prendieron fuego a la iglesia con gasolina. Sin embargo, Aristide logró escapar y su popularidad se disparó. Su orden decidió transferirlo a Canadá. El sacerdote se negó a irse, por lo que la orden lo expulsó en diciembre de 1988.
En 1990, Aristide fue elegido presidente con el 67% de los votos en unas elecciones que se suelen considerar las primeras verdaderamente democráticas de Haití. No solicitó la dispensa de la Santa Sede cuando se presentó. Su intento de someter al ejército a control civil contribuyó a un sangriento golpe militar tan solo ocho meses después.
Diplomáticos extranjeros lo protegieron de un asesinato, y se estableció en Washington, D.C., desde donde presionó con éxito al Congreso de Estados Unidos y a la administración Clinton para que lo restituyeran como presidente de Haití. Tres años después, el ejército estadounidense llevó a cabo “la Operación Restaurar la Democracia” para restituir por la fuerza a Aristide en el poder. Fue una “fanfarronería”, como lo describe algún historiador. Poco después de regresar al palacio presidencial, el popular líder renunció formalmente al sacerdocio, afirmando que las responsabilidades presidenciales requerían toda su atención. (Se casó dos años después).
Pacífico relevo de poder
Cuando el mandato de cinco años de Aristide terminó en 1996, dimitió según lo acordado, facilitando así la primera transferencia pacífica del poder a un nuevo presidente. Aristide fue reelegido en 2001, de nuevo por un amplio margen, solo para ser destituido tres años después por las mismas personas que lo habían traído de vuelta a Haití: el general estadounidense Colin Powell, como figura militar de alto rango, negoció el regreso de Aristide en 1994 y, posteriormente, como secretario de Estado, planeó su destitución veinte años después. ¿Por qué? Una de las razones, según una serie de investigaciones del New York Times en 2022, fue que Francia, con el apoyo de Estados Unidos, estaba angustiada por una campaña lanzada por el presidente Aristide para obtener más de 21 000 millones de dólares en reparaciones del gobierno francés (basada en una exhaustiva investigación que realizó sobre las finanzas del país desde la independencia).
Desde 1825, los gobiernos haitianos, amenazados por la invasión francesa, han estado pagando una deuda excesiva e insostenible que ha empobrecido a la nación, en lugar de invertir en los servicios públicos y la economía nacional. Sea cual sea el motivo, en 2004 Aristide fue expulsado de Haití por el ejército estadounidense y trasladado a la República Centroafricana. En una entrevista poco después, lo calificó de “secuestro moderno”.
Un año después del terremoto de 2010, que mató a 200.000 personas e hirió a 300.000, Aristide regresó a Haití. El gobierno comenzó a perseguir al expresidente con amenazas legales. Pero los intentos de condenarlo por corrupción, tráfico de drogas y armas fueron infructuosos. Para celebrar el cumpleaños de Jean-Baptist Aristide el mes pasado, cuando cumplió 72 años [nació el 15 de julio de 1953], sus partidarios se congregaron alrededor de su casa en el barrio de Tabarre, en Puerto Príncipe. Pero no había nadie en casa.
(Agencia Fides 6 de agosto de 2025)
*Victor Gaetan es corresponsal senior del National Catholic Register, especializado en asuntos internacionales. También escribe para la revista Foreign Affairs y ha colaborado con Catholic News Service. Es autor del libro God’s Diplomats: Pope Francis, Vatican Diplomacy, and America’s Armageddon (Rowman & Littlefield, 2021), cuya segunda edición se publicó en julio de 2023. Su web es VictorGaetan.org.


