El Papa León XIV se dirige a los luchadores por la Justicia

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Este sábado 20 de septiembre, el Papa se encontró en la Plaza de San Pedro con miles de participantes del Jubileo de los luchadores por la Justicia. A continuación, el texto completo del mensaje que León XIV dirigió a los peregrinos:

(Resumen)

Queridos hermanos y hermanas:

Me alegra recibirlos con ocasión del Jubileo dedicado a quienes, de distintas maneras, trabajan en el amplio campo de la justicia.

Saludo a las distinguidas autoridades presentes, venidas de muchos países en representación de diferentes cortes, y a todos ustedes que cada día realizan un servicio necesario para la relación ordenada entre las personas, las comunidades y los estados.

Saludo también a los demás peregrinos que se han unido a este Jubileo.

El Jubileo nos convierte a todos en peregrinos que, al redescubrir los signos de la esperanza que no defrauda, desean «recuperar la confianza necesaria —tanto en la Iglesia como en la sociedad— en los vínculos interpersonales, en las relaciones internacionales, en la promoción de la dignidad de toda persona y en el respeto de la creación» (Bula de convocación del Jubileo, 25).

LA JUSTICIA

Qué mejor ocasión para reflexionar más de cerca sobre la justicia y su función, que sabemos es indispensable tanto para el desarrollo ordenado de la sociedad como virtud cardinal que inspira y orienta la conciencia de cada hombre y mujer.

La justicia, en efecto, está llamada a cumplir una función superior en la convivencia humana, que no puede reducirse a la simple aplicación de la ley o al trabajo de los jueces, ni limitarse a los aspectos procedimentales.

«Tú amas la justicia y odias la iniquidad» (Sal 45,8)

nos recuerda la expresión bíblica, exhortando a cada uno de nosotros a hacer el bien y evitar el mal.

O también, ¡cuánta sabiduría contiene la máxima “Dar a cada uno lo que es suyo”!

Y, sin embargo, todo esto no agota el deseo profundo de lo justo que está en cada uno de nosotros, esa sed de justicia que es el instrumento clave para construir el bien común en toda sociedad humana.

En la justicia

-se unen la dignidad de la persona,

-su relación con el otro y

-la dimensión de la comunidad hecha de convivencia, estructuras y reglas comunes.

Una circularidad de la relación social que pone en el centro el valor de cada ser humano, que debe protegerse mediante la justicia frente a los diferentes conflictos que pueden surgir en la acción individual, o en la pérdida de sentido común que incluso puede afectar a instituciones y estructuras.

La tradición nos enseña que la justicia es, ante todo, una virtud, es decir, una disposición firme y estable que orienta nuestra conducta según la razón y la fe.

 La virtud de la justicia, en particular, consiste en:

La «constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido».

En esta perspectiva, para el creyente, la justicia:

Dispone «a respetar los derechos de cada uno y a establecer en las relaciones humanas la armonía que promueve la equidad respecto a las personas y al bien común», objetivo que garantiza un orden en defensa del débil, de aquel que pide justicia porque es víctima de opresión, exclusión o indiferencia.

LA JUSTICIA EVANGÉLICA

Son muchos los episodios evangélicos en los que la acción humana es evaluada desde una justicia capaz de derrotar el mal del abuso, como recuerda

-la insistencia de la viuda que logra que el juez recupere el sentido de lo justo (cf. Lc 18,1-8).

-Pero también una justicia superior que paga al trabajador de la última hora igual que al que trabajó todo el día (cf. Mt 20,1-16);

-o aquella que hace de la misericordia la clave de interpretación de la relación y lleva a perdonar acogiendo al hijo que estaba perdido y fue encontrado (cf. Lc 15,11-32),

-o aún más, a perdonar no siete veces, sino setenta veces siete (cf. Mt 18,21-35). Es la fuerza del perdón, propia del mandamiento del amor, la que aparece como elemento constitutivo de una justicia capaz de unir lo sobrenatural con lo humano.

La justicia evangélica, entonces, no aparta de la justicia humana, sino que la interroga y transforma: la impulsa a ir siempre más allá, porque la orienta hacia la búsqueda de la reconciliación.

El mal no sólo debe sancionarse, sino también repararse, y para ello es necesaria una mirada profunda hacia el bien de las personas y el bien común.

Es una tarea difícil, pero no imposible para quien, consciente de desempeñar un servicio más exigente que otros, se compromete a mantener una vida intachable.

LA IGUALDAD

Como sabemos, la justicia se hace concreta cuando se orienta hacia los demás, cuando a cada uno se le da lo que le corresponde, hasta alcanzar la igualdad en la dignidad y en las oportunidades entre los seres humanos. Somos conscientes, sin embargo, de que la igualdad real no es la meramente formal ante la ley.

Esta igualdad, aunque indispensable para el correcto ejercicio de la justicia, no elimina el hecho de que existen crecientes discriminaciones cuyo primer efecto es precisamente la falta de acceso a la justicia.

La verdadera igualdad, en cambio, es la posibilidad de que todos puedan realizar sus aspiraciones y ver garantizados los derechos inherentes a su dignidad, respaldados por un sistema de valores comunes y compartidos, capaces de inspirar normas y leyes que sostengan el funcionamiento de las instituciones.