Me ha tocado, durante mi paso por el Consejo de Europa y el Parlamento Europeo, asistir a celebraciones sintoistas, budistas, islamistas, greco-ortodoxas, luteranas, calvinistas, etc., etc. Y siempre he asistido a ellas con la mayor atención y devoción, participando cuando era posible y en todo lo que era posible, como hace toda persona cabal.
Diario de Navarra
24 de diciembre de 2004
Por Víctor Manuel Arbeloa
Me ha tocado, durante mi paso por el Consejo de Europa y el Parlamento Europeo, asistir a celebraciones sintoistas, budistas, islamistas, greco-ortodoxas, luteranas, calvinistas, etc., etc. Y siempre he asistido a ellas con la mayor atención y devoción, participando cuando era posible y en todo lo que era posible, como hace toda persona cabal.
Hubiera sido increíble, sin sentido incluso, que alguno de nosotros, por ser de confesión diferente o sin confesión alguna, no hubiera querido asistir a tales celebraciones.
Sólo en España he visto que quien no asiste a ellas, incluso a las católicas, que son las mayoritarias casi siempre las únicas, piense que es más autónomo, más laico, más libre y hasta más «progresista», o sea tenido por tal tan neciamente.
Sólo en España he visto incluso que políticos católicos no se atrevan en una celebración pública a rezar, a leer, a cantar, etc., porque les dé vergüenza aparecer como creyentes, como cristianos católicos.
En todo el mundo, excepto en los Estados comunistas y en ciertos ex comunistas (por decir algo) y en los islámicos más intransigentes, los políticos y otros personajes públicos asisten normalmente, sea cual sea su confesión o no confesión, a celebraciones religiosas, populares y tradicionales. Incluidos muchos lugares de Francia, el único Estado «laico» (no sólo «aconfesional», como España) que existe en la Unión Europea.
Otra cosa es que a veces, y esto lo vengo defendiendo hace años, las Iglesias y Confesiones en general deban ser prudentes y hábiles en ciertas ocasiones y adaptar sus ritos a las circunstancias y hasta negarse a ellos. No es lo mismo la procesión y misa de San Saturnino o de San Fermín en Pamplona, o la misa del Patrono, San. Francisco de Javier, en el Día de Navarra, celebraciones totalmente homologables con cualesquiera otras en todo el mundo, que un funeral de Estado en la Almudena, o un funeral «político» o «cívico» en cualquier otro templo, o que el Día de los Reyes de Navarra en Leire, fiesta sobre todo del premio Príncipe de Viana, pongo por caso. Y a buen entendedor, pocas palabras.
El día 20 de junio, el rector de la Carlos III y notable miembro del PSOE, Gregorio Peces Barba (quién te ha visto y quién te ve) escribía donde ahora suele que si la Casa Real «sigue apareciendo públicamente cerca de la Iglesia Católica, corre peligro la pervivencia de la Institución». A los pocos días vimos en Pamplona un efecto de tal «monitum» laico-laicista. La cosa puede parecer pintoresca, pero ésas tenemos y no podemos tentar al diablo.
Por cierto, me parece muy bien que Felipe González haya dado un aviso público muy de sentido común a los que confunden en sus filas laicidad con laicismo y con anticlericalismo, cuando no con anticristianismo. Y ahora que Pepiño Blanco se ha declarado cristiano, por lo menos ante sus colegas «socialistas cristianos» organizados en Euskadi (qué será eso), puede que vaya remitiendo ese anticlericalismo semioficial, burdo y sectario, como no habíamos visto desde hace decenios. Pero, por nuestra parte, hagamos algún esfuerzo para no hacer daño a la misma Iglesia, para no alejar más la fe de nuestro mundo, y para entender un poco mejor los «signos de los tiempos», de los que nos habló desde Roma el siempre recordado beato Juan XXIII y desde España el nunca olvidado cardenal Tarancón, «el cardenal de la Democracia», muerto ahora hace diez años.