Entrevista a Joseph Ratzinger, ´El relativismo, nuevo rostro de la intolerancia´

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El relativismo se ha convertido en la nueva expresión de la intolerancia, según considera el cardenal Joseph Ratzinger(hoy Benedicto XVI), prefecto de la Congregación vaticana para la Doctrina de la Fe en la clausura en Murcia el Congreso de Cristología organizado por la Universidad Católica de San Antonio en diciembre de 2002.

Joseph Ratzinger, «El relativismo, nuevo rostro de la intolerancia»

Zenit, 1-XII-2002

Algunos interpretan en muchas ocasiones el hecho de anunciar a Cristo como una ruptura en el diálogo con las demás religiones ¿Cómo es posible anunciar a Cristo y dialogar al mismo tiempo?

–Cardenal Ratzinger: Diría que hoy realmente se da una dominación del relativismo. Quien nos es relativista parecería que es alguien intolerante. Pensar que se puede comprender la verdad esencial es visto ya como algo intolerante. Pero en realidad esta exclusión de la verdad es un tipo de intolerancia muy grave y reduce las cosas esenciales de la vida humana al subjetivismo. De este modo, en las cosas esenciales ya no tendremos una visión común. Cada uno podría y debería decidir como puede. Perdemos así los fundamentos éticos de nuestra vida común.

Cristo es totalmente diferente a todos los fundadores de otras religiones, y no puede ser reducido a un Buda, o a un Sócrates, o un Confucio. Es realmente el puente entre el cielo y la tierra, la luz de la verdad que se nos ha aparecido. El don de conocer a Jesús no significa que no haya fragmentos importantes de verdad en otras religiones. A la luz de Cristo, podemos instaurar un diálogo fecundo con un punto de referencia en el que podemos ver cómo todos estos fragmentos de verdad contribuyen a una profundización de nuestra propia fe y a una auténtica comunión espiritual de la humanidad. (…)

–¿Qué ha aprendido el cardenal Ratzinger que no supiera ya el teólogo Ratzinger?

–Cardenal Ratzinger: La substancia de mi fe en Cristo ha seguido siendo siempre la misma: conocer a este hombre que es Dios que me conoce, que –como dice san Pablo– se ha entregado por mí. Está presente para ayudarme y guiarme. Esta substancia ha seguido siendo siempre igual. En el transcurso de mi vida he leído a los Padres de la Iglesia, a los grandes teólogos, así como la teología presente. Cuando yo era joven era determinante en Alemania la teología de Bultmann, la teología existencialista; después fue más determinante la teología de Moltmann, teología de influencia marxista, por así decir. Diría que en el momento actual el diálogo con las demás religiones es el punto más importante: comprender cómo por una parte Cristo es único, y por otra parte cómo responde a todos los demás, que son precursores de Cristo, y que están en diálogo con Cristo.

–¿Qué debe hacer una Universidad católica, portadora de la verdad de Cristo, para hacer presente la misión evangelizadora del cristianismo?

–Cardenal Ratzinger: Es importante que en una Universidad católica no se aprenda sólo la preparación para una cierta profesión. Una Universidad es algo más que una escuela profesional, en la que aprendo física, sociología, química…. Es muy importante una buena formación profesional, pero si fuera sólo esto no sería más que un techo de escuelas profesionales diferentes.

Una Universidad tiene que tener como fundamento la construcción de una interpretación válida de la existencia humana. A la luz de este fundamento podemos ver el lugar que ocupan cada una de las ciencias, así como nuestra fe cristiana, que debe estar presente a un alto nivel intelectual.

Por este motivo, en la escuela católica tiene que darse una formación fundamental en las cuestiones de la fe y sobre todo un diálogo interdisciplinar entre profesores y estudiantes para que juntos puedan comprender la misión de un intelectual católico en nuestro mundo.

–Ante la búsqueda actual de espiritualidad, mucha gente recurre a la meditación trascendental. ¿Qué diferencia hay entre la meditación trascendental y la meditación cristiana?

–Cardenal Ratzinger: En pocas palabras, diría que lo esencial de la meditación trascendental es que el hombre se expropia del propio yo, se une con la universal esencia del mundo; por tanto, queda un poco despersonalizado. Por el contrario, en la meditación cristiana no pierdo mi personalidad, entro en una relación personal con la persona de Cristo, entro en relación con el «Tú» de Cristo, y de este modo este «yo» no se pierde, mantiene su identidad y responsabilidad. Al mismo tiempo se abre, entra en una unidad más profunda, que es la unidad del amor que no destruye. Por tanto, diría en pocas palabras, simplificando un poco, que la meditación trascendental es impersonal, y en este sentido «despersonalizante». Mientras que la meditación cristiana es «personalizante» y abre a una unidad profunda que nace del amor y no de la disolución del yo.

–Usted es prefecto para la Congregación para la Doctrina de la Fe, lo que antes se llamaba la Inquisición. Mucha gente desconoce los dicasterios vaticanos. Creen que es un lugar de condena. ¿En qué consiste su trabajo?

–Cardenal Ratzinger: Es difícil responder a esto en dos palabras. Tenemos dos secciones principales: una disciplinar y otra doctrinal.

La disciplinar tiene que ocuparse de problemas de delitos de sacerdotes, que por desgracia existen en la Iglesia. Ahora tenemos el gran problema de la pederastia, como sabéis. En este caso, debemos sobre todo ayudar a los obispos a encontrar los procedimientos adecuados y somos una especie de tribunal de apelación: si uno se siente tratado injustamente por el obispo, puede recurrir a nosotros.

La otra sección, más conocida, es doctrinal. En este sentido, Pablo VI definió nuestra tarea como «promover» y «defender» la fe. Promover, es decir, ayudar el diálogo en la familia de los teólogos del mundo, seguir este diálogo, y alentar las corrientes positivas, así como ayudar a las tendencias menos positivas a conformarse con las tendencias más positivas.

La otra dimensión es defender: en el contexto del mondo de hoy, con su relativismo, con una oposición profunda a la fe de la Iglesia en muchas partes del mundo, con ideología agnóstica, atea, etc., la pérdida de la identidad de la fe tiene lugar con facilidad. Tenemos que ayudar a distinguir auténticas novedades, auténticos progresos, de otros pasos que implican una pérdida de identidad de la fe.

Tenemos a disposición dos instrumentos muy importantes para este trabajo, la Comisión Teológica Internacional, con 30 teólogos propuestos por cinco años a propuesta de los obispos; y la Comisión Bíblica, con 30 exegetas, también ellos propuestos por los obispos. Son foros de discusión para los teólogos para encontrar por así decir un entendimiento internacional incluso entre las diferentes escuelas de teología, y un diálogo con el Magisterio.

Para nosotros es fundamental la colaboración con los obispos. Si es posible, deben resolver los problemas los obispos. Pero con frecuencia se trata de teólogos que tienen fama internacional y, por tanto, el problema supera las posibilidades de un obispo, de modo que es llevado a la Congregación. Aquí promovemos el diálogo con estos teólogos para llegar, si es posible, a una solución pacífica. Sólo en poquísimos casos se da una solución negativa. (…)


Ratzinger pregunta: ¿Es arrogante decir que Cristo es el único salvador?

El interrogante fue planteado por el purpurado bávaro este sábado al intervenir en el Congreso «Cristo: Camino, Verdad y Vida», que ha reunido del 28 de noviembre al 1 de diciembre a algunos de los teólogos más respetados del mundo en la Universidad Católica San Antonio de Murcia (UCAM).

«¿No es una arrogancia hablar de verdad en cosas de religión y llegar a afirmar haber hallado en la propia religión la verdad, la sola verdad?», añadió el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Ante un auditorio de casi tres mil personas, en gran parte jóvenes, el cardenal Ratzinger constató que «hoy se ha convertido en un eslogan de una enorme repercusión rechazar como simultáneamente simplistas y arrogantes a todos aquellos a los cuales se puede acusar de creer que «poseen» la verdad».

«Estas personas relativistas, según parece, no son capaces de dialogar y por consiguiente no se les puede tomar en serio, pues la verdad no la «posee» nadie –añadió exponiendo las tesis del relativismo–. Sólo podemos estar en busca de la verdad. Pero –y esto hay que objetar en contra de esta afirmación–, ¿de qué búsqueda se trata aquí, si no puede llegar nunca a la meta?».

«¿Busca realmente, o es que no quiere hallar la verdad, porque lo que va a hallar no debe existir?», siguió preguntando.

«Naturalmente la verdad no puede ser una posesión –aclaró–; ante ella debo tener siempre una humilde aceptación, siendo consciente del riesgo propio y aceptando el conocimiento como un regalo, del que no soy digno, del que no puedo vanagloriarme como si fuera un logro mío».

«Si se me ha concedido la verdad, la debo considerar como una responsabilidad, que supone también un servicio para los demás –explicó–. La fe además afirma que la desemejanza entre lo conocido por nosotros y la realidad propiamente dicha es infinitamente mayor que la semejanza (Lat IV DS 806)».

«¿No es una arrogancia decir que Dios no nos puede dar el regalo de la verdad?»; preguntó de nuevo. «¿No es un desprecio de Dios decir que hemos nacido ciegos y que la verdad no es cosa nuestra?».

La «verdadera arrogancia» consiste en «querer ocupar el puesto de Dios y querer determinar quiénes somos, qué hacemos, qué queremos hacer de nosotros y del mundo».

Por tanto, consideró, «lo único que podemos hacer es reconocer con humildad que somos mensajeros indignos que no se anuncian a sí mismos, sino que hablan con santa timidez de lo que no es nuestro, sino de lo que proviene de Dios».

«Sólo así se hace inteligible el encargo misionero, que no puede significar un colonialismo espiritual, una sumisión de los demás a mi cultura y a mis ideas», subrayó. «La misión exige, en primer lugar, preparación para el martirio, una disposición a perderse a sí mismos por amor a la verdad y al prójimo». «Sólo así la misión es creíble», concluyó. «La verdad no puede ni debe tener ninguna otra arma que a sí misma».


-La Congregación para la Doctrina de la Fe, que Su Eminencia preside, vela por la correcta doctrina en la Iglesia católica. Hay sectores de la Iglesia en el País Vasco vinculados a la Teología de la Liberación, empeñados en construir una «Iglesia indígena vasca» y hasta profesores ¬algunos de ellos sacerdotes¬ que de algún modo minimizan los crímenes de ETA. ¿Qué medidas puede tomar la Iglesia ante esto?

-Se tiene que aplicar lo que la Congregación ya dijo en los años ochenta sobre la Teología de la Liberación: el cristianismo tiene que ver con la libertad, pero la libertad no es sólo el resultado de una receta política. La política tiene su autonomía, y de la Sagrada Escritura no se pueden deducir recetas políticas, máxime para el terrorismo. La novedad del mesianismo cristiano es que no hace política de la liberación cristiana. No es como Barrabás, que buscaba crear con el terrorismo la liberación de Israel. Cristo ha venido a liberar al mundo con su Iglesia, no con violencia.

-La Iglesia defiende que cuando Dios desaparece de la sociedad, se cae en aberraciones. ¿Se quiere hacer por eso mención de Él en la futura Constitución Europea?

-La Europa unida no debe ser sólo algo económico o político: necesita unos fundamentos espirituales. Europa ha crecido sobre el cristianismo, que sigue siendo el criterio de los valores fundamentales de este continente, que a su vez ha dado luz a otros continentes. Por eso me parece necesario que en esta Constitución se mencionen los fundamentos cristianos de Europa.

-Estos dos últimos años han sido difíciles para la Iglesia por la continua aparición de escándalos. ¿Qué ha sacado en claro la Iglesia?

-Por desgracia, los sacerdotes también son pecadores. Sin embargo, respecto a los casos de pederastia, por ejemplo, el porcentaje de abusos que se dan en el sacerdocio es igual o incluso menor que en otras categorías humanas. Menos del uno por ciento de los sacerdotes estadounidenses son culpables. Por eso sorprende la presencia tan constante que han tenido estas noticias en los medios de comunicación, porque no obedece a la objetividad de los hechos.

-¿Qué conclusión saca?

-Parece que existe una campaña para desacreditar a la Iglesia que viene desde EE UU.

-Algunos dicen incluso que está orquestada por el lobby judío estadounidense como «venganza» por el apoyo de la Santa Sede a la causa Palestina…

-No me atrevo a señalar a un grupo en concreto. Además, no se debe generalizar a todos los israelíes. Como en todos los colectivos, hay gente muy buena y otra menos buena.

-Hay algunas voces que piden un nuevo Concilio. ¿Cree que es necesario?

-No; aún no ha fructificado toda la herencia del Concilio Vaticano II. Todavía estamos trabajando para comprender e interpretar esa herencia. Los procesos vitales llevan mucho tiempo. Las acciones más concretas van más rápidamente. Para que crezca una selva son necesarios cuarenta años, y un concilio no se desarrolla de un día para otro. Creo recordar que San Gregorio Nacianceno, en el siglo IV, cuando le convocaron para un nuevo Concilio, se negó, puesto que el anterior había sido apenas diez años antes.

-Otros piden una mayor participación de la mujer en la Iglesia.

-El papel de la mujer ha sido importantísimo en todos los períodos de la Iglesia, pero a veces es un papel muy desconocido. En mi patria, la misión católica sólo empezó a ser fecunda en el momento en que llegaron las mujeres. San Bonifacio decía que sin las mujeres, la fe no puede tocar el corazón. En las misiones, las mujeres eran las que hacían amable a la Iglesia, porque mostraban la maternidad de la misma. En Hispanoamérica, el camino de la Iglesia comenzó cuando aparece la Virgen.

-¿Están preparados los cristianos para afrontar este tercer milenio?

-Creo que el error de algunos creyentes es que están apegados a su idea de cristiandad, y nos preocupamos demasiado de nosotros: el celibato de los sacerdotes, la ordenación de mujeres… Trabajamos siempre en nuestros «problemas», mientras que el mundo necesita respuestas porque no sabe cómo vivir. El mundo tiene sed, y hay que darle el Evangelio. Si nosotros evangelizásemos, los problemas internos terminarían.

-¿Por qué cree que será recordado Juan Pablo II?

-No soy profeta; no me atrevo a decir lo que ocurrirá dentro de cincuenta años. Pero creo que su aportación más importante al catolicismo ha sido que en todas partes ha dado una experiencia viva de la unidad de la Iglesia. Con sus visitas, con tantos encuentros en todo el mundo, ha logrado esa sintonía con todos en la Iglesia. Y, sin duda, quedarán sus grandes escritos, especialmente la Redemptoris Missio, la Veritatis Splendor, Evangelium Vitae y Fides et Ratio.

-Si Dios quiere, vendrá a España el primer fin de semana de mayo. ¿Conoce Su Eminencia alguna novedad del viaje del Santo Padre?

-Desconozco el itinerario que va a seguir, ni a qué ciudades va a acudir. Pero tenemos que respetar las posibilidades físicas del Papa, y comprobar cómo un hombre que sufre hace una contribución grandísima a la humanidad.